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Las elecciones legislativas argentinas del pasado 14 de noviembre han confirmado los resultados de las primarias (PASO) de septiembre[1] con una nueva derrota del Frente de Todos —la coalición electoral peronista del presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner— que ha obtenido el 33,03% de los votos (7.879.511) frente al 41,89% (9.832.813) de Juntos por el Cambio, la alianza electoral de la derecha del expresidente Macri.

Los dirigentes peronistas para quitarle gravedad a su derrota tratan de agarrarse a un clavo ardiendo señalando que han mejorado respecto a las primarias, argumentan que este resultado es consecuencia de las medidas adoptadas en los dos meses transcurridos desde las primarias y la prueba de que van por el camino correcto para “recuperar la confianza del electorado”. Basan esta argumentación en que en la provincia de Buenos Aires (la de mayor censo electoral) han conseguido reducir a poco más de un punto los cinco que Juntos por el Cambio les sacó en las PASO.

Pero la realidad es que la derecha les aventaja en 2 millones de papeletas y su supuesta mejoría se concreta en un pírrico incremento de menos de un punto porcentual a nivel nacional.

Retroceso en el Congreso y pérdida de la mayoría absoluta en el Senado

Las migajas y los raquíticos subsidios temporales de las últimas semanas han sido como gotas de agua caídas en la plancha ardiendo de unas nefastas condiciones de vida de las masas, que han seguido deteriorarse debido a las políticas procapitalistas practicadas por el Gobierno desde que tomó posesión. Esta es la razón por la que el Ejecutivo peronista ha vuelto a pagar una fuerte factura en el frente electoral.

Aunque el Frente de Todos sigue contando con el grupo más numeroso de parlamentarios ha pasando de 120 a 118 diputados, frente a los 116 de Juntos por el Cambio, que ha ganado uno. El golpe más duro ha sido el recibido en el Senado, donde ha pasado de 41 a 35 senadores y ha perdido la mayoría absoluta.

El Gobierno intenta camuflar su derrota, pero lo cierto es que ha sufrido un duro golpe. Su debilidad queda patente en los lastimeros llamamientos de Alberto Fernández a la oposición para elaborar una “agenda compartida” y acordar un “programa económico plurianual” para “abordar unidos los retos a los que se enfrenta el país”.

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El Gobierno intenta camuflar su derrota, pero lo cierto es que ha sufrido un duro golpe. Su debilidad queda patente en los lastimeros llamamientos de Alberto Fernández a la oposición.

Hasta el momento, la vicepresidenta Cristina de Kirchner y sus seguidores mantienen un clamoroso silencio. Desde el inicio de la presidencia de Alberto Fernández, los roces y encontronazos dentro del peronismo han sido constantes. Pero a pesar de estos enfrentamientos, los kirchneristas no han cuestionado el carácter de fondo de la política económica del Gobierno. Esta ha mantenido un rumbo claro: ajustes presupuestarios, topes salariales, contención y recortes del gasto social para hacer frente a la deuda contraída con el FMI bajo el Gobierno del derechista Macri.

Inmediatamente después del nefasto resultado en las primarias de septiembre, el kirchnerismo recrudeció sus críticas. La vicepresidente reclamó una inmediata remodelación del Gobierno, exigiendo la salida de algunos de los ministros y altos cargos más desprestigiados entre las masas y la adopción de medidas para aumentar el gasto social con el objetivo de intentar recuperar apoyo en estos comicios de noviembre.

Pero estos malos resultados son más combustible para que la crisis interna del peronismo siga desarrollándose. Sin duda esta nueva derrota es otro duro golpe al frágil pacto que en su día alcanzaron las distintas familias del peronismo dentro del Frente de Todos. Debido a la mayor debilidad del Gobierno, a la catastrófica situación del capitalismo argentino y al más que probable incremento de las movilizaciones sociales, esta alianza va a ser sometida a brutales presiones en el próximo periodo.

Descrédito de las instituciones burguesas y polarización social

The Washington Post[2], el 18 de noviembre, analizando los resultados en Argentina, señalaba: “Pero ni unos ni otros aluden al elefante en el salón: el descontento social (…) Solo el 71% de los argentinos concurrió a votar, el porcentaje más bajo de votantes desde el retorno de la democracia en 1983 (…) Y a ese número hay que sumarle los votos en blanco y nulos, que significaron otros tres puntos”.

Esta es la gran preocupación de los imperialistas y la clase dominante argentina. Son conscientes del enorme descrédito de la política oficial entre las masas. Esta desafección, en un contexto de una prolongada crisis política y social, amenaza con provocar un estallido de impredecibles consecuencias.

El capitalismo argentino tiene que afrontar en los próximos meses retos muy importantes. Y lo tiene que hacer con un Gobierno dividido —y la coalición electoral que lo sustenta— y una oposición, Juntos por el Cambio, muy desacreditada y odiada por las masas. Esta situación es una auténtica pesadilla para la clase dominante, que recuerda con pánico el Argentinazo de 2001.

A su vez, la intensa polarización social ha vuelto a expresarse en estas elecciones. Tal y como adelantaron las primarias, la coalición ultraderechista Avanza Libertad —creada este mes de julio y liderada por Javier Milei, el “Bolsonaro argentino”— ha conseguido entrar con cinco diputados en el Congreso, obteniendo el 7,22% de los votos (1.680.430) a nivel nacional. Hay que destacar el 17% de apoyo alcanzado en la capital, Buenos Aires, reflejando la profundización del giro a la derecha de sectores de las capas medias.

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La intensa polarización social ha vuelto a expresarse y la coalición ultraderechista Avanza Libertad ha conseguido entrar con cinco diputados en el Congreso.

Por su parte, el FIT-Unidad[3] ha alcanzado el 5,46% de los sufragios (1.270.540) y cuatro diputados, consiguiendo un importante avance electoral respecto a las legislativas de 2019, cuando rozaron el 3% del voto y 764.489 papeletas. Una clara expresión de la radicalización a la izquierda de amplios sectores de los trabajadores y jóvenes más comprometidos con la lucha.

Las organizaciones que constituyen esta coalición han estado en primera línea participando e impulsando multitud de luchas contra la carestía de la vida, los recortes sociales, por subidas salariales dignas, etc. Miles de activistas, ante el descrédito del peronismo gobernante, han optado por apoyar en las urnas a los candidatos del FIT-U, con los que han estado hombro con hombro en la movilización. El potencial para que una alternativa revolucionaria, que luche decididamente por la transformación socialista de la sociedad, pueda desarrollarse decisivamente es claro.

Para ello es necesario arrancar a la clase obrera de la influencia de las organizaciones que hoy predominan en el movimiento obrero. Esto solo se puede lograr mediante una crítica seria y rigurosa de la política de estas organizaciones y sus líderes y proponiendo a los sectores más combativos del peronismo un frente único de lucha por las reivindicaciones inmediatas que afectan a la vida de las masas.

La perspectiva de un gran estallido social cobra fuerza

Las masas se encuentran en una situación insostenible. La pobreza alcanza a cerca de la mitad de la población, 22 millones de personas, y alcanza el 54% entre los menores de 14 años; la inflación, del 51,8% interanual actualmente, se come inmediatamente las tímidas subidas salariales. Según datos oficiales, el poder adquisitivo de los salarios ha caído un 20% desde 2018, aunque en realidad el retroceso es bastante mayor.

El descontento, la rabia y la frustración entre la clase obrera y los sectores más desfavorecidos han ido en aumento, y está alcanzando un punto límite que amenaza muy seriamente la precaria estabilidad política que el Gobierno ha conseguido mantener con el apoyo inestimable de las burocracias de los grandes sindicatos.

Y es en este contexto en el que, en los próximos meses, el capitalismo argentino tiene que afrontar retos decisivos. Al borde de la suspensión de pagos desde hace años y con las arcas públicas vacías, tendrá que pagar 19.020 millones de dólares el año que viene al FMI, otros 19.270 millones en 2023 y 4.856 en 2024. Es inevitable recordar el corralito y el posterior Argentinazo de 2001.

Las condiciones objetivas están dadas para una nueva y masiva oleada de movilizaciones, con la capacidad de la burguesía y sus representantes políticos para contenerla muy debilitada. En Argentina se están gestando grandes acontecimientos revolucionarios en los que cada vez sectores más amplios de la clase obrera aspirarán a acabar con el capitalismo y sus terribles lacras. Habrá grandes oportunidades para levantar una alternativa socialista e internacionalista que tendrá un efecto eléctrico en toda Latinoamérica y el resto del mundo. Esa es la tarea.

 

[1] Elecciones primarias en Argentina: polarización y contundente derrota peronista

[2] En las elecciones de Argentina ganó el descontento social

[3] Coalición electoral de la izquierda combativa integrada por el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), el Partido Obrero (PO), Izquierda Socialista (IS) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).


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