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En las elecciones generales de 2015 las fuerzas políticas situadas a la izquierda del PSOE superaron los 6,3 millones de votos, sobrepasando ampliamente los poco más de 5 millones de votos del PP y casi rozando los resultados del PSOE. Pero para Yolanda Díaz, líder de Unidas Podemos y probable candidata a la Presidencia del Gobierno, ese caudal impresionante de votantes solo merece un comentario despectivo. Según ella, son solo “una esquinita pequeña y marginal”, y se permite la suprema chulería de declarar que “esa esquinita se la regalo al PSOE”.

Según la vicepresidenta segunda, el proyecto que quiere encabezar es “transversal”, protagonizado por “la sociedad española” y en el que “cabe todo el mundo”, porque “no es de derechas ni de izquierdas, es de la ciudadanía española”.

Por supuesto, un movimiento tan “amplio” y tan “integrador” tampoco necesita de partidos políticos. Yolanda Díaz afirma que “los partidos son vistos como un obstáculo por la ciudadanía” y, en consecuencia, anuncia que su proyecto "va mucho más allá de los partidos”. En definitiva y traducido al lenguaje llano, su plataforma gira en torno a un solo eje: su persona. “Que no me presionen, porque si me presionan mucho me voy”, advierte Díaz, dejando bien claro un enfermizo narcisismo populista.

¿Cómo surgió el caudillismo de Yolanda Díaz?

A Yolanda Díaz se le podrán atribuir muchas cosas, pero de ninguna manera originalidad. Nada de lo que ha planteado en los diversos actos y entrevistas en los que ha anunciado su nueva iniciativa tiene un átomo de novedad. Los proyectos supuestamente sin ideología, sin un programa que sea algo más que un cúmulo de obviedades y lugares comunes, sin una organización que permita la participación activa de sus bases, no son nada nuevo. Es más, las apelaciones a “todos los españoles” y a las iniciativas que no son “ni de izquierdas ni de derechas” muestran una vocación interclasista y populista en las antípodas de la izquierda combativa que exige la situación política.

Pero a pesar de su retórica, Yolanda Díaz no puede obviar que su base de apoyo, la que le ha permitido llegar a la posición que ocupa en el gobierno, se encuentra precisamente en esa izquierda de la que reniega. Podemos se construyó y se fortaleció como alternativa de izquierda a las políticas capitalistas del PSOE que, tras la crisis de 2008, eran vista por amplios sectores de la clase trabajadora y la juventud como una copia siamesa de las del PP.

A raíz de la enorme rebelión social de los años 2011 a 2015, las huelgas generales, las mareas verde y blanca, las marchas de la dignidad… Podemos rompió el tablero bipartidista y consiguió aglutinar a millones de personas que luchaban por cambios radicales en el Estado español e inició un fulgurante ascenso electoral. Las dos primeras asambleas en Vistalegre declararon un rumbo de ruptura con el régimen del 78, especialmente la segunda, en la que, con un discurso a la izquierda, Pablo Iglesias derrotó abrumadoramente la propuesta socialdemócrata de Íñigo Errejón.

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A raíz de la enorme rebelión social de los años 2011 a 2015, Podemos rompió el tablero bipartidista y consiguió aglutinar a millones de personas que luchaban por cambios radicales.

Pero Pablo Iglesias incumplió sistemáticamente las resoluciones de las asambleas y el mandato de las bases. Bajo su dirección, Podemos inició una senda de desmovilización y cada uno de sus giros hacia la moderación, buscando un encuadre en las estructuras del sistema, le mimetizaba con la socialdemocracia y le hacía perder apoyo social.

A medida que renunciaba al programa que él mismo había defendido, Iglesias se veía obligado a prescindir hasta de la más mínima apariencia de democracia interna y de participación de las bases. Los círculos, que fueron los que dieron el gran impulso inicial a Podemos quedaron sumidos en la irrelevancia y poco a poco se vaciaron. Iglesias consiguió construir una formación que dependía de una figura carismática, pero eliminaba el contenido anticapitalista del partido enfilando el camino del cretinismo parlamentario. Convertirse en la pata izquierda de la socialdemocracia tradicional era sólo cuestión de tiempo.

Tras la victoria aplastante de la derecha en las elecciones de la Comunidad de Madrid todas las encuestas pronosticaban que la sangría de votos de Unidas Podemos no había finalizado. Pero lejos de realizar un análisis crítico de la trayectoria que había conducido a ese escenario, lejos de dar voz a las bases que con su esfuerzo habían levantado Podemos, Iglesias decidió abandonar y culpar de sus mediocres resultados a la baja conciencia de la clase obrera. Los políticos pequeño burgueses son fieles a una máxima: siempre presentes, pero nunca responsables.

Antes de abandonar la política activa en busca de una vida más apropiada a sus aspiraciones personales a la sombra del Grupo Prisa y de otros medios, tuvo buen cuidado de dejar los destinos de Unidas Podemos en unas manos que garantizasen que no habría un giro hacia la izquierda: las manos de Yolanda Díaz. El método de designación, a dedo y sin debate, estaba a la altura de la candidata.

De modo que ha sido precisamente la crisis de Podemos lo que ha permitido que Yolanda Díaz fuese catapultada, con el descarado apoyo de la prensa burguesa, al primer plano de la actualidad. Consciente de lo endeble de su posición, Díaz lleva al extremo el caudillismo de Iglesias. Tiene la llave del destino de la formación morada, pero ni siquiera es militante de la organización. No siente ninguna lealtad hacia quienes siguen formando parte de Podemos.

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Ha sido precisamente la crisis de Podemos lo que ha permitido que Yolanda Díaz fuese catapultada, con el descarado apoyo de la prensa burguesa, al primer plano de la actualidad.

Díaz lo ha dejado muy claro. Podemos ya está amortizado. Ahora se trata de tejer una alianza electoral con Más País, Compromis… y poner en primera línea a otras figuras que sintonizan con sus objetivos. Una política efectista, populista, muy cercana al estilo de los demócratas norteamericanos donde todo es fachada pero el contenido es el de siempre: gestionar el sistema cumpliendo con las reglas que imponen los grandes poderes económicos.

Yolanda Díaz, ministra de Trabajo: mucho humo y pocos resultados

El personalismo extremo de Díaz y la vaguedad de su retórica no deben ocultar que su proyecto sí tiene un objetivo político bien claro y definido. Su desempeño al frente del Ministerio de Trabajo es la mejor exposición del programa que realmente defiende.

Desde la constitución del gobierno de coalición el objetivo al que Yolanda Díaz se ha dedicado en cuerpo y alma ha sido el de reforzar la política de paz social y de acuerdos con los empresarios al precio que fuese. Los compromisos electorales que le afectaban directamente, especialmente la derogación de la Reforma Laboral del PP, quedaron arrinconados desde el primer día.

La irrupción de la pandemia proporcionó a Díaz una gran oportunidad para que los empresarios pudiesen apreciar lo mucho que valía para ellos tenerla en el ministerio de Trabajo. La regulación de los ERTEs por Covid, que la propaganda de UP presentó como una iniciativa pionera en el ámbito de la protección a los trabajadores y trabajadoras resultó ser todo lo contrario, un gran regalo a los empresarios. La reducción a unos pocos días del tiempo de negociación con los representantes de la plantilla y la potestad concedida a las cúpulas sindicales de poder firmar ERTEs incluso contra la opinión expresada en votación por los y las trabajadoras, favoreció todo tipo de abusos, imposiciones e irregularidades.

Esta fue la tónica que siguió el Ministerio de Trabajo con el resto de sus medidas: mucho bombo y platillo, pero muy poco contenido real. La supuesta “prohibición de los despidos” en pandemia, la Ley Rider o la subida del SMI en unos miserables 15 euros fueron anunciados como acontecimientos extraordinarios, que prácticamente cambiaban el curso de la Historia moderna. Pero cuando el humo de los fuegos de artificio se disipó, pudo comprobarse que la precariedad, la temporalidad y todos los tipos de abusos patronales que se han multiplicado en estos últimos años continuaban inmutables.

Las últimas noticias sobre las conversaciones con la CEOE, CCOO y UGT sobre la Reforma Laboral indican que no va a modificarse la legislación sin el visto bueno de los empresarios. No solo no se van a derogar los aspectos más lesivos de la Reforma Laboral de Rajoy, es que ni siquiera temas tan sangrantes como el abuso sistemático y en fraude de ley de la contratación temporal van a ser abordados con un enfoque favorable a la clase trabajadora. La retirada ante la patronal es total.

Para tratar de encubrir estas concesiones, Yolanda Díaz se ha cuidado mucho de tejer una alianza estrechísima con la burocracia sindical de CCOO y UGT. El incremento en un 56% de las subvenciones a los sindicatos en este ejercicio es una prueba palpable de ello. Intenta así reforzar el muro de contención contra la movilización obrera que el PSOE necesita a toda costa para mantenerse en el Gobierno.

La lucha de clases ensombrece el estreno triunfal de Yolanda Díaz

A Yolanda Díaz no le han faltado apoyos desde Podemos, a pesar de sus desprecios públicos hacia la formación morada. Uno de sus fundadores, Juan Carlos Monedero, escribía hace pocos días en el diario Público en favor de Díaz, intentando dotar a su egocéntrico proyecto de una apariencia de profundidad teórica de la que Díaz carece totalmente. Monedero apoya con entusiasmo el discurso de “ni de derechas ni de izquierdas”, y plantea que hay que ir más allá de esa posición “porque lo que determinó ese eje eran las políticas de clase, las luchas obreras, el conflicto capital-trabajo”, y eso, según el director del Instituto 15M, ya está superado.

Aunque no haya sido esa su intención, Monedero da en el clavo. La esencia del proyecto de Yolanda Díaz es la superación del “conflicto capital-trabajo”, es decir, apostarlo todo a las políticas de conciliación de clases de la socialdemocracia. Toda la aparente modernidad del proyecto de país de Yolanda Díaz no contiene otra cosa que las viejas recetas del reformismo, en completa quiebra desde que crisis capitalista hizo inviables sus políticas.

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La esencia del proyecto de Yolanda Díaz es la superación del “conflicto capital-trabajo”, es decir, apostarlo todo a las políticas de conciliación de clases de la socialdemocracia.

Pero la mejor respuesta que el proyecto de Yolanda Díaz podía recibir llegó desde Cádiz. Allí el conflicto capital-trabajo y las luchas obreras estallaron bruscamente. Años de pobreza y precariedad crecientes prepararon el terreno para que una chispa, la intransigente posición patronal ante la renovación del convenio provincial del metal, incendiase la Bahía de Cádiz.

La lucha del metal gaditano ha colocado a Yolanda Díaz en la tesitura de demostrar el verdadero contenido de su propuesta. ¿Qué mensaje han recibido durante los nueve días de huelga los trabajadores y trabajadoras de Cádiz desde el ministerio de Trabajo? Ningún tipo de apoyo y el completo silencio ante la brutalidad de la represión policial ordenada por el gobierno que Yolanda Diaz vicepreside.

Pero cuando la burocracia sindical, completamente desbordada por la lucha en las calles, superada por la autoorganización de los piquetes, y aterrorizada ante la gran manifestación que unió a miles de trabajadores y trabajadoras con la juventud convocada por el Sindicato de Estudiantes, decidió acabar con la huelga y firmó un convenio regresivo e insuficiente, Yolanda Díaz fue una de las primeras en anunciar ese nuevo “éxito” del diálogo social. Poco le importa a Díaz que la firma de ese convenio haya sido una auténtica puñalada por la espalda a los trabajadores. Le resulta indiferente que la precariedad, las listas negras, las horas extras forzosas y el resto de los abusos patronales, vayan a mantenerse y agravarse. Solo le preocupa que se mantenga la paz social, y poder vendérsela a la burguesía como un éxito de su política y una demostración de que ella misma es la mejor garante de la estabilidad capitalista en estos tiempos de polarización.

Una izquierda combativa para enfrentar a la derecha

Para desgracia de Díaz, la lucha de Cádiz solo ha sido un anticipo de lo que está por venir. Décadas de crecimiento imparable de la desigualdad, de deterioro de las condiciones laborales, de extensión de la precariedad, en suma, de privación de un horizonte de mejora real para la inmensa mayoría de la clase trabajadora no van a desaparecer con las propuestas de Yolanda Díaz.

Como tampoco va a desparecer la amenaza real de un gobierno del PP y Vox con este tipo de maniobras. El Gobierno de coalición PSOE-UP fue visto con enormes expectativas por millones de trabajadores y jóvenes, que con su voto lo hicieron posible. Pero la izquierda gubernamental no ha cumplido con sus promesas de cambio.

El caso de la comunidad de Madrid es significativo. Renunciando a la movilización contra la derecha y criticando a Isabel Díaz Ayuso con la boca pequeña, pero haciendo una gestión estatal que sigue aceptando los recortes en sanidad y educación, la especulación inmobiliaria, los alquileres abusivos y los desahucios, que criminaliza la protesta social y convierte sus ministerios en baluartes del régimen del 78, el Gobierno de coalición pierde credibilidad a chorros mientras la extrema derecha avanza.

La cantinela de acusar a los trabajadores y su  "baja conciencia" de este avance, argumento preferido de Pablo Iglesias en sus últimos artículos, no puede ocultar la responsabilidad de estos dirigentes para llegar a este escenario. Es precisamente esta izquierda en retirada permanente la que facilita el terreno para que la demagogia reaccionaria penetre. La que abre la puerta a esa forma de razonar individualista cuando el desempleo y la miseria aprieta, la que niega con los hechos la respuesta colectiva y organizada de los oprimidos, la que facilita el "sálvese el que pueda".

Yolanda Díaz está muy feliz de poder visitar al Santo Padre en Roma. Su sonrisa complaciente tras su entrevista con el Papa era toda una declaración de principios. Nada que ver con su comportamiento hacia los obreros de Cádiz, o las trabajadoras del Servicio de Ayuda a Domicilio que estuvieron acampadas en Madrid durante semanas pidiendo que las recibiera y atendiera a sus justas demandas.

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Para desgracia de Díaz, la lucha de Cádiz solo ha sido un anticipo de lo que está por venir.

Esto es alta política nos dicen. Igual que salir posando en revistas de moda con elegantes trajes sastre. Así se capta el voto moderado, de centro, urbano, cosmopolita. Bien. Que sigan así. Por este camino, el desastre está garantizado, como la experiencia demuestra.

La lucha de clases no se va a detener por el proyecto de país de Yolanda Díaz. Resurge con fuerza y lo que demanda a gritos es una organización revolucionaria capaz de armarla con un programa que conduzca a la clase obrera a la victoria en las batallas que se avecinan. Y por lo visto hasta ahora, en esas batallas, Yolanda Díaz estará agitando la bandera de "ni derecha, ni izquierda", abogando por la paz social y la concordia entre las clases. Sin duda, sus palabras serán celebradas con entusiasmo en la barricada de enfrente.


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