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La pugna entre los dos grandes bloques imperialistas ha desatado un conflicto militar en Europa con enormes consecuencias en la lucha de clases, en la economía y en la política mundiales. Pero la guerra en Ucrania, y el cambio dramático que representa para las relaciones internacionales, no ha caído de un cielo azul.

El avance de China como superpotencia, acentuado tras la Gran Recesión de 2008, ha enviado un obús al “orden internacional” que Washington urdió aprovechándose de la desintegración de la URSS. La lucha por el control de las cadenas globales de suministros y los flujos de capital, de las rutas comerciales, materias primas y áreas de gran valor geoestratégico ha llegado a un punto crítico, colocando al sistema capitalista ante su mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial.

El declive del imperialismo norteamericano y el ascenso de China

La guerra de Ucrania ha estallado en un contexto especialmente complicado para Occidente. La hecatombe sanitaria de la covid-19 y sus efectos en todos los planos han puesto al descubierto las enormes debilidades de EEUU y la Unión Europea (UE) frente al ascendente capitalismo de Estado chino[1].

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La lucha por la supremacía mundial ha llegado a un punto crítico, colocando al sistema capitalista ante su mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. 

Los datos dejan poco espacio para la especulación: de los 6,5 millones de muertos que las estadísticas oficiales de la OMS registran hasta el 7 de septiembre de 2022 (las cifras reales pueden superar ya los 17 millones según otras fuentes)[2], 5.226 corresponden a China frente a más de un millón de fallecidos en los EEUU, los 205.000 de Gran Bretaña, los 113.117 de Alemania y los 104.668 muertos en el Estado español[3].

La exitosa estrategia de “covid cero” ha permitido que China mantenga en funcionamiento su economía sin las graves alteraciones que han sacudido a EEUU y Europa. En 2020 logró un crecimiento del 2,3%, mientras la economía mundial se replegaba un 4,3% y la estadounidense retrocedía un 3,8%. En 2021 la recuperación fue más sólida, llegando al 8,1% frente al 5,7% de EEUU.

A pesar de la intensa propaganda antichina es difícil soslayar que las ventajas de Beijing se han seguido fortaleciendo. China es hoy el principal socio comercial de 130 países, y más de dos tercios de estos han alcanzado un volumen de intercambio comercial con el gigante asiático que dobla al de EEUU. Si medimos el PIB de acuerdo con el criterio paridad de poder adquisitivo, que tanto el FMI como la CIA consideran que “proporciona el mejor punto de partida disponible para comparar la fortaleza y bienestar entre las economías”, la economía china ya habría superado a la estadounidense, representando el 115% de la misma[4].

China copa el 15,2% del total de exportaciones mundiales, por delante de EEUU (8,45%), Alemania (8,1%) y Japón (3,8%). Se ha colocado a la cabeza en el desarrollo de la Inteligencia Artificial, con una cuota en la producción mundial de robots industriales que ha crecido del 3,2% en 2010 al 31% en 2020, y también lidera secciones clave de la nueva industria “verde”, produciendo el 80% de los paneles solares, el 40% de las turbinas eólicas y el 45% de los coches eléctricos. Posee el 90% de la capacidad de refinamiento de las tierras raras, fundamentales para las baterías de los vehículos eléctricos. En 2020, por primera vez, la lista Forbes de las 500 mayores empresas tenía más corporaciones chinas que norteamericanas, 124 frente a 121.

La penetración de China en el mercado global es apabullante. Encabeza el mayor bloque económico del planeta tras la firma del Tratado de Asociación Regional Integral y Económica por 15 países de la región de Asia-Pacífico que suman más de 2.200 millones de habitantes, cerca de un tercio de la economía mundial y un PIB combinado de unos 26,2 billones de dólares. Su comercio con aliados tradicionales de Washington como Japón o Corea del Sur casi dobla al de EEUU, o más que lo dobla en el caso de Australia.

En la Nueva Ruta de la Seda, su gran apuesta estratégica, China ya ha movilizado 932.000 millones de dólares desde su lanzamiento en 2013, según un informe publicado por el Green Finance & Development Center. Entre el 1 de enero y el 30 de junio de 2022, 42 países acogieron proyectos relacionados con la Ruta. En cuanto a las inversiones, Arabia Saudí fue el mayor receptor, con unos 5.500 millones de dólares, seguido de la República Democrática del Congo (600 millones) e Indonesia (560 millones)[5].

El mundo se ha vuelto aún más dependiente de China, cuyo superávit comercial alcanzó en 2021 la cifra récord de 675.000 millones de dólares, un aumento del 60% respecto a los niveles previos a la pandemia[6]. China también es el mayor acreedor del mundo[7].

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China es hoy el principal socio comercial de 130 países, y más de dos tercios de estos han alcanzado un volumen de intercambio comercial con el gigante asiático que dobla al de EEUU. 

Todo esto no niega la acumulación de importantes desequilibrios en su economía, como su creciente endeudamiento, que ha pasado del 140% al 290% del PIB, y la existencia de peligrosas burbujas especulativas en el sector inmobiliario y bancario. Pero estos problemas son mucho peores en el caso de EEUU y Europa.

Por supuesto, el desarrollo de las fuerzas productivas no puede ocultar la extrema explotación de la clase obrera bajo el capitalismo de Estado chino, la ausencia de libertades democráticas y sindicales, y la extensión de una desigualdad lacerante: el 1% de los multimillonarios poseía el 30,6% de la riqueza del país en 2020[8]. Una realidad que tampoco es ajena a EEUU y Europa.

En un escenario de datos negativos para las economías occidentales, China sigue absorbiendo una parte creciente de la inversión directa de capital (IED), incrementándose un 26,1% interanual entre enero y abril de 2022 (un total de 74.470 millones de dólares)[9].

El poderío de China tiene otro reverso evidente: el declive acelerado de la principal superpotencia mundial, EEUU. La humillante derrota geopolítica y militar de Washington en Afganistán, que se sumó a las sufridas en Iraq, Siria o Libia, el fracaso de sus estrategias golpistas en Venezuela, Bolivia o Turquía y el desalojo progresivo de sus posiciones de influencia en África, Asia, Oriente Medio y gran parte de América Latina subrayan esta idea.

Aliados tradicionales de EEUU como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Turquía e Israel se han negado a aplicar sanciones contra Rusia, incrementando las relaciones comerciales con el régimen de Putin en plena guerra e incluso colaborando activamente en beneficio de Rusia y China a través de la OPEP[10].

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El desarrollo de las fuerzas productivas no puede ocultar la extrema explotación de la clase obrera bajo el capitalismo de Estado chino, la ausencia de libertades democráticas y sindicales, y una desigualdad lacerante. 

La política exterior siempre refleja los puntos fuertes o las debilidades internas de las naciones. La clase dominante norteamericana intenta mantener a toda costa la apariencia de potencia hegemónica, pero la degradación económica y social del país es imposible de ocultar.

La profunda división en las filas de la burguesía, la intentona golpista de Trump y el asalto al Capitolio de enero de 2021, la consolidación del giro hacia la extrema derecha del Partido Republicano y de instituciones claves como el Tribunal Supremo, el fracaso de la agenda social de Biden y la impotencia que está mostrando para contener el avance del trumpismo… son síntomas evidentes de una extrema polarización. La otra cara son las movilizaciones de masas antirracistas que llenaron las ciudades de Estados Unidos, el crecimiento del apoyo a la izquierda entre amplias capas de la juventud y el movimiento obrero, las luchas por la sindicalización y la oleada de huelgas ofensivas...

Los discursos recurrentes que incluyen argumentos fascistas y supremacistas por parte de Trump y los sectores de la clase dominante que le apoyan; los recortes a derechos democráticos fundamentales, como el aborto o el voto de la minoría afroamericana; la legislación represiva contra la inmigración; el fortalecimiento de los cuerpos policiales y la impunidad con la que se ha tratado a los paramilitares de extrema derecha que asaltaron el Capitolio con la complicidad de importantes mandos del aparato del Estado, señalan la profunda crisis que atraviesa el sistema de dominación tradicional. No es ninguna casualidad que los programas, artículos y reportajes sobre la posibilidad de una nueva guerra civil se sucedan en los medios de comunicación.

Con una aprobación popular a la gestión de Biden por los suelos, y cuando solo el 26% de los norteamericanos respalda que EEUU tenga un papel protagonista en la guerra de Ucrania, los planes de la Casa Blanca para contener a Rusia y China no dejan de complicarse[11].

La batalla por Europa

Después de fracasar en Oriente Medio y de que la guerra comercial con China se salde negativamente para sus intereses, la pérdida de credibilidad de Washington no ha hecho más que profundizarse. Por eso el imperialismo norteamericano no podía consentir un retroceso mayor de su influencia en el continente europeo.

La Administración Biden, presentada por la izquierda reformista como la gran esperanza para retomar una agenda progresista, se ha convertido en el ariete del imperialismo más belicista y descontrolado. Bajo el mandato de los demócratas la política exterior de EEUU alienta la inestabilidad mundial: está arrastrando a la burguesía europea a una situación caótica, mientras la inflación golpea duramente la economía y las probabilidades de una dura recesión aumentan.

La guerra en Ucrania solo puede ser observada coherentemente si la enmarcamos en el amplio conflicto interimperialista que está teniendo lugar, y en el que Europa es una pieza decisiva.

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La Administración Biden, presentada por la izquierda reformista como la gran esperanza para retomar una agenda progresista, se ha convertido en el ariete del imperialismo más belicista y descontrolado. 

Veamos algunos datos. En 2020 China se alzó como primer socio comercial de la UE, aunque ya lo era de Alemania desde 2015. El intercambio comercial entre China y los 17 países de Europa Central y Oriental creció desde 2012 un promedio anual del 8%, hasta alcanzar en 2020 los 103.450 millones de dólares.

Lo mismo se puede decir de las estrechas relaciones que Beijing ha desarrollado con Italia y Grecia, de su fuerte presencia en Bosnia, Croacia, Montenegro o Serbia[12], como puntos estratégicos de la Nueva Ruta de la Seda, e incluso de su penetración en Ucrania, convertida en su principal socio comercial antes de la guerra, y que ya en 2013 se hizo con el 9% de la tierra cultivable del país[13].

La guerra, y los preámbulos de la misma, puso en claro la estrategia de EEUU respecto a Europa: poner de rodillas a sus aliados y colocar como objetivo supremo la derrota de Rusia y China, conquistar una parte de los mercados europeos que había perdido (especialmente en la energía) y restablecer una correlación de fuerzas mundial más favorable.

Pero después de presionar y lograr que la UE frenara, tras siete años de negociaciones, el Tratado de Inversión con China (CAI), de que Berlín paralizara el gaseoducto Nord Stream 2, de que se aprobase a trancas y barrancas un paquete de sanciones a Rusia que iba a “desarticular su economía” y enviar un chorro de ayuda económica y militar a Kiev… la situación para Washington no ha mejorado en lo sustancial.

Los estrategas norteamericanos han sido firmes partidarios del Brexit y Boris Johnson se ha mostrado un aliado fanático de la Ucrania de Zelenski. Pero el líder tory ha tenido que dimitir, la economía británica se encuentra sumida en una espiral de inflación y estancamiento, el movimiento huelguístico se extiende y las posibilidades de que este otoño-invierno del descontento acaben con el gobierno conservador es alta.

Lo mismo se puede decir de Italia y la caída del Gobierno de Mario Draghi, exgobernador del Banco Central Europeo, y que probablemente se resuelva con el triunfo de la coalición de derechas encabezada por la ultraderechista Meloni en las elecciones del 25 de septiembre. Un resultado semejante puede entorpecer los planes estadounidenses en Italia, donde sectores importantes de la burguesía mantienen prósperos negocios con el régimen de Putin.

Tras seis meses de guerra, la actitud de la clase dominante europea y de los burócratas de Bruselas se ha saldado en un desastre sin paliativos. Las declaraciones bravuconas de Ursula von der Leyen alentando la suspensión de las compras de gas ruso han sido escuchadas: Putin ha dado un puñetazo en la mesa cortando el suministro hasta que se levanten las sanciones económicas a Rusia. Pero ahora la UE acusa a Moscú de “chantaje” y de utilizar la energía como “arma de guerra”. ¡Las carcajadas de Moscú y Beijing resuenan en los despachos de Bruselas y Washington!

En medio del desconcierto, la Comisión Europea ha salido a la palestra improvisando una serie de medidas para frenar la escalada del precio del gas y la electricidad, culpando de todos los males a Putin. Pero la clase obrera europea no se dejará engañar fácilmente.

Los beneficios de las grandes empresas del sector —que se han multiplicado un doscientos y trescientos por cien, según los países— no se deciden en Moscú. Son el resultado de un mercado controlado por un cártel de monopolios y fondos de inversión que actúa de manera coordinada y que mediante la especulación impone una abusiva política de precios[14].

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La Comisión Europea culpa de la escalada del precio del gas y la electricidad y de todos los males, a Putin. Pero la clase obrera europea no se dejará engañar fácilmente. 

El intento de “topar” el precio del gas y el petróleo ha fracasado sin pena ni gloria. Ahora, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha anunciado que promoverá gravar un 33% los beneficios “extraordinarios obtenidos este año por las compañías energéticas”. Su propuesta ha sido celebrada como un “triunfo” por la socialdemocracia y sus aliados de la nueva izquierda reformista. Pero esta propuesta tiene una “letra pequeña” que aclara todo: ese 33% se aplicará a los beneficios que en el año 2022 hayan superado el 20% de las ganancias medias de los últimos tres años, y tendrán que ser aprobados por los Gobiernos de cada nación. ¡Un fraude mayúsculo!

En cualquier caso, esto es un síntoma de lo que verdaderamente preocupa a la clase dominante europea: los estallidos sociales pueden producirse en muchos países a colación de una crisis insostenible. Con este tipo de gestos y mentiras pretenden apaciguar los ánimos. Pero el problema de fondo no se resolverá. Mientras los beneficios empresariales no se toquen y la propiedad privada de estos grandes medios de producción no se nacionalice bajo el control democrático de los trabajadores, el caos continuará y será imposible resolver la creciente pobreza energética y luchar de manera efectiva contra el cambio climático.

El fracaso de las sanciones a Rusia

La inflación ha roto todas las líneas rojas en el mercado energético, pero es un fenómeno generalizado y al que no son ajenos los 9 billones de dólares que los bancos centrales de todo el mundo han inyectado desde marzo para rescatar a la banca y las grandes empresas capitalistas.

Este chorro de liquidez, que además de incrementar la deuda pública a una escala estratosférica ha propulsado el peso del capital ficticio alentando nuevas burbujas bursátiles, está detrás de la presión que sufren los precios de la energía, del sector agroalimentario, del transporte o de la vivienda.

A medida que la guerra se prolongue y las consecuencias de la crisis económica se hagan más intolerables, la precaria unidad europea puede resquebrajarse con rapidez.

Hungría, muy dependiente del gas y el petróleo rusos y sin salida al mar, ya ha amenazado reiteradamente con romper la baraja. En Alemania, el Gobierno del socialdemócrata Olaf Scholz está enfrentándose a una oposición interna que va a crecer y que cuestiona las sanciones a Rusia. Otros países, como Eslovaquia o República Checa sufren ya las consecuencias y viven manifestaciones importantes para que se ponga fin a las sanciones.

Los suministros energéticos de Rusia a Europa, y especialmente a Alemania, resultan fundamentales para garantizar su competitividad en el mercado mundial y el funcionamiento de su industria. El bloqueo puede significar un golpe devastador y el despido de decenas de miles de trabajadores. El gas ruso no puede ser sustituido a corto plazo, pero además la pretensión de reemplazarlo por gas natural licuado supone costes entre un 30 y un 40% superiores, y lo mismo podemos decir respecto al petróleo[15]. A pesar del incremento de las reservas europeas, no se puede descartar un racionamiento que afecte duramente a la calefacción y el consumo doméstico en países del centro y el este europeo.

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A medida que la guerra se prolongue y las consecuencias de la crisis económica se hagan más intolerables, la precaria unidad europea puede resquebrajarse con rapidez. 

Es evidente que los Gobiernos están intentando evitar un escenario explosivo en el que las huelgas y los estallidos de ira popular prendan, desborden a las burocracias sindicales e incluso provoquen una situación prerrevolucionaria. La burguesía europea se está haciendo consciente de la gravedad del momento. Pero sobre la base de políticas capitalistas y de prolongar la austeridad y los recortes no hay solución: las contradicciones se harán todavía más irresolubles, el hartazgo de la población crecerá de la mano de la desigualdad y la pobreza, la polarización política a derecha e izquierda y el descrédito de las instituciones se hará aún mayor.

La estrategia occidental se ha vuelto en su contrario. Esta es la primera conclusión destacada de seis meses de guerra. Querían dañar hasta el colapso a la economía de Rusia, pero su superávit por cuenta corriente —la medida más completa para valorar los flujos comerciales y de inversión— se amplió a casi 167.000 millones de dólares entre enero y julio de este año, en comparación con los poco más de 50.000 millones de dólares durante el mismo periodo del año anterior. Lo más probable es que en 2022 acabe con un superávit por cuenta corriente de 200.000 millones de dólares.

Según el think tank finlandés Centre for Research on Energy and Clean Air (CREA), los ingresos del Kremlin por exportaciones de bienes energéticos desde el inicio de la invasión de Ucrania han alcanzado los 158.000 millones de euros. Más de la mitad provienen de la UE, que ha aportado más de 85.000 millones en estos seis meses, 35.000 millones han llegado desde China y 11.000 de Turquía[16]. Tan solo en el mes de mayo las exportaciones petroleras de Rusia hacia China aumentaron un 21,2% mientras que a la India se han multiplicado por nueve, hasta alcanzar un récord de 840.000 barriles al día.

Otros países claves en este gran juego, como Turquía, han mostrado públicamente su desacuerdo con la estrategia norteamericana. La oposición de Erdogan a sumarse a las sanciones occidentales y los prósperos negocios que está manteniendo con la oligarquía rusa son también un balón de oxígeno para Putin:

“De mayo a julio, las exportaciones de Turquía a Rusia sumaron casi 2.000 millones de euros, un 37% más que en el mismo periodo del año anterior. Pero Aydin Sezer, analista político y antiguo consejero comercial de la Embajada turca en Moscú, invita a no fiarse demasiado de las estadísticas porque, arguye, no todo el comercio queda registrado. Por ejemplo, existe el llamado ‘comercio de maleta’: personas que viajan a Estambul y cargan con todo lo que pueden para luego revenderlo en territorio ruso, o que hacen envíos de hasta 500 kilos a través de empresas de mensajería. El Banco Central turco, mediante estadísticas de pago y encuestas, estima que se han movido cerca de 2.000 millones de euros así en los últimos seis meses (un 22% más que en 2021) (…)

El día 5 de septiembre, Erdogan se reunió con Putin en la ciudad-balneario de Sochi. El ambiente que transmitían, entre sonrisas, era de franca camaradería, y sus delegaciones firmaron varios acuerdos para facilitar e impulsar el comercio entre ambos países. En el avión de vuelta a Turquía, Erdogan explicó a los periodistas que le acompañaban que cinco bancos turcos estaban ya trabajando para aceptar el sistema de pagos ruso MIR —imprescindible para que los turistas rusos puedan seguir pagando con tarjetas una vez excluidos de los sistemas Visa y Mastercard— y que Ankara pasará a pagar en rublos las compras de gas (Rusia es su principal suministrador) y otras transacciones (…) Unos días antes de la reunión en Sochi, la empresa estatal rusa Rosatom transfirió a Turquía cerca de 3.000 millones de dólares (cantidad equivalente en euros) como parte de una ampliación de capital del consorcio que está construyendo la primera central nuclear turca. Se espera que, en las próximas semanas, lleguen 10.000 millones, parte de los cuales serán financiados a través de la compra de bonos del Tesoro turco”[17].

Pero el punto fundamental para Rusia es el apoyo de China. Este es el aspecto decisivo. El carácter estratégico de la alianza entre Beijing y Moscú no deja de fortalecerse. Antes de la invasión, Putin celebró el 4 de febrero una cumbre con Xi Jinping en la que se firmaron acuerdos para vender carbón, petróleo y gas rusos por valor de 130.000 millones de dólares, terminar la construcción del nuevo gaseoducto Power of Siberia 2, que garantizaría la trasferencia de 50.000 millones de metros cúbicos de gas al año a China, y construir una planta de licuefacción de gas en Yamal (noroeste de Siberia) valorada en 27.000 millones de dólares[18].

En aquella cumbre se estimó que el comercio bilateral entre los dos países aumentaría hasta los 250.000 millones de dólares para 2024, y todo parece indicar que esa cifra se batirá fácilmente: en el primer trimestre de 2022 el intercambio comercial entre ambos países se ha incrementado en un 28%.

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El punto fundamental para Rusia es el apoyo de China. Este es el aspecto decisivo. El carácter estratégico de la alianza entre Beijing y Moscú no deja de fortalecerse. 

La alianza con Rusia proporciona al imperialismo chino recursos energéticos y materias primas esenciales para su industria a precios muy competitivos, y desmiente a aquellos que hablan de una posición de neutralidad calculada[19]. Pero no se trata solo de su apoyo directo. El peso e influencia de China como superpotencia mundial explica los límites que están encontrando las sanciones occidentales contra el régimen de Putin.

El firme y decisivo apoyo de China a Rusia está otorgando un amplio margen a Putin, y continuará a pesar de las amenazas de EEUU y Occidente. Así lo manifestaba el viceministro de Relaciones Exteriores chino, Le Yucheng: “No importa cómo cambie el panorama internacional, China continuará fortaleciendo la coordinación estratégica con Rusia para una cooperación beneficiosa para todos, salvaguardando conjuntamente los intereses comunes de los dos países”[20].

Para quien tuviera dudas sobre este punto, la última cumbre de la  Organización de Cooperación de Shanghái, celebrada en Samarcanda (Uzbekistán) lo ha dejado meridianamente claro.

A pesar de los intentos torticeros de manipulación de la prensa occidental, el discurso del presidente chino Xi Jinping fue tajante: “Frente a los formidables cambios globales en curso que nunca se han visto en la historia, estamos listos para trabajar con nuestros colegas rusos para dar un ejemplo de lo que es una potencia global responsable y asumir el liderazgo para llevar a un mundo que cambia rápidamente a un camino del desarrollo sostenible y positivo”. El presidente de India, presente tambien en la cumbre, no le fue a la zaga: “La relación entre India y Rusia se ha profundizado mucho. También valoramos esta relación porque hemos estado juntos en todo momento durante las últimas décadas y todo el mundo también sabe cómo ha sido la relación de Rusia con la India y cómo ha sido la relación de la India con Rusia y, por lo tanto, el mundo también sabe que es una amistad inquebrantable.”[21].

Por su parte, Rusia ha declarado su apoyo incondicional a China en la reciente crisis de Taiwán, tras la visita de Nancy Pelosi a la isla, y se ha adherido inequívocamente a la posición de Beijing de “una sola China”. Las maniobras militares de ambos países de hace pocas semanas, los ejercicios Vostok-2022 que se desarrollaron en varios lugares del Lejano Oriente de Rusia y en el Mar de Japón, subrayaron este pacto.

Según Putin, las autoridades de los países occidentales “se aferran a las sombras del pasado” y creen que el dominio de Occidente es “una magnitud constante”. “No hay nada eterno”, dijo Putin. Y proclamó el fin del mundo unipolar liderado por Estados Unidos, pese a los intentos de Occidente de conservarlo “por todos los medios”. En gran medida estas declaraciones dan en el clavo.

“Desde que hace ocho años se impusieron sanciones a Rusia por la anexión de Crimea —explica Rafael Poch—, la participación del dólar en el conjunto de los pagos internacionales ha disminuido 13,5 puntos: pasó del 60,2% en 2014 al 46,7% en 2020 (…) Ningún BRIC ha participado en las sanciones contra Rusia: ni India, ni el Brasil de Bolsonaro, ni África del Sur, ni la atlantista Turquía, ni los países del Golfo, ni por supuesto China (…) la conferencia de ministros de Exteriores de la Organización de la Conferencia Islámica (57 países miembros) rechazó sumarse a las sanciones contra Rusia. Ningún país de África, ni de Asia Occidental y Central ha impuesto sanciones a Rusia y en Asia Oriental solo lo han hecho Singapur y Japón, con China e India marcando la línea general. Aún más significativo, Arabia Saudí está manteniendo conversaciones con China para comerciar en yuanes el pago de su petróleo. El 25% del petróleo saudí va a China”[22].

El carácter imperialista de la guerra

La guerra de Ucrania, como ya hemos explicado en numerosos materiales[23], se lleva gestando mucho tiempo.

A pesar de las promesas hechas a Mijaíl Gorbachov de que la Alianza Atlántica no se expandiría hacia el Este, la OTAN se amplió entre 1999 y 2009 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Croacia y Albania. En una gran parte de estos países se construyeron bases militares norteamericanas y se desplegaron misiles, creando un cerco hostil contra Rusia. En 2008 la OTAN aceptó la solicitud de admisión de Georgia y Ucrania, que habían formado parte de la URSS durante setenta años.

Tras la desintegración del estalinismo y el desmembramiento de la Unión Soviética, la economía rusa colapsó y el régimen de Boris Yeltsin se convirtió en un lacayo obediente de Washington, incapaz de jugar ningún papel relevante en la escena internacional. La intervención del imperialismo norteamericano y alemán en Yugoslavia, precipitando una guerra sangrienta, corrió en paralelo a la tenaza con la que la OTAN rodeó a Rusia. Incluso los estrategas occidentales coquetearon con la idea de integrarla en la Alianza Atlántica e hicieron diferentes gestos en ese sentido. Pero la idea de convertir a Rusia en un vasallo de los EEUU chocaba con obstáculos objetivos.

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La guerra de Ucrania se lleva gestando mucho tiempo. La OTAN se amplió entre 1999 y 2009 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Croacia y Albania. 

Putin fue rompiendo amarras con Occidente. El heredero de Boris Yeltsin fortaleció su régimen bonapartista disciplinando a una oligarquía mafiosa, reforzando el aparato del Estado y sus instrumentos represivos, acabando con la guerra de Chechenia a sangre y fuego, y recurrió a un lenguaje ultranacionalista.

Después de años de retrocesos, un fuerte crecimiento económico gracias a la demanda internacional de materias primas y energía le permitió ganar una base social de apoyo entre amplios sectores de las capas medias y de la clase obrera. También el respaldo ciego del Partido Comunista de la Federación Rusa le permitió gozar de una paz social prolongada.

Desde 2008, tras la invasión de Georgia para impedir su integración en la OTAN, el Gobierno de Putin no ha dejado de intervenir con más o menos éxito en las naciones de la antigua Unión Soviética o con las que mantenía relaciones de especial interés estratégico, como Siria. Su alianza con China se ha fortalecido notablemente desde 2014, y Moscú ha actuado como un subcontratista económico y militar de Beijing en África, Oriente Medio y países de América Latina.

En este contexto, la determinación del imperialismo norteamericano de expandir la OTAN hacia Ucrania, que es el país clave y decisivo de todo el Este europeo, ha terminado desatando el conflicto imperialista. Una guerra preparada durante años donde lo relevante es atender a los verdaderos intereses en pugna, no a “quién disparó primero”.

Desmintiendo el relato occidental, a lo largo de 2021 el Gobierno de Zelenski y sus patrocinadores estadounidenses dieron pasos decisivos en la escalada bélica. A principios de ese año diseñaron una nueva doctrina de Seguridad Nacional acordando la incorporación de Ucrania a la OTAN y que tropas de la Alianza pudieran realizar ejercicios militares en su territorio. En agosto, EEUU y la OTAN constituyeron la “Plataforma de Crimea” para ayudar a la recuperación de la Península, calificándola como una base militar rusa que amenazaba la seguridad occidental[24]. En todo este tiempo el Gobierno ucraniano incrementó el despliegue militar en el frente del Donbás con entre 120.000 y 150.000 soldados.

El Gobierno de Zelenski, colmado de elogios por las potencias occidentales, es la continuación de un proceso contrarrevolucionario triunfante —el Euromaidán de 2014—, en el que el imperialismo norteamericano apoyó y financió a numerosos grupos de extrema derecha y neonazis que terminaron convirtiéndose en la columna vertebral del aparato del Estado, el ejército y la policía ucranianas[25].

Recurriendo a la tradición chovinista del nacionalismo ucraniano más reaccionario, los Gobiernos que se han sucedido desde 2014 glorificaron a los colaboracionistas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y animaron ataques sectarios contra la población rusohablante en el este del país que dieron lugar a un levantamiento genuinamente revolucionario[26].

La insurrección popular en Odesa, Járkov, Mariúpol, y en muchas localidades del Donbás en 2014, no solo amenazó el poder de los reaccionarios de Kiev, también sembró el pánico en el Kremlin. La rápida intervención del Gobierno de Putin, para someter este movimiento y vaciarlo de contenido socialista en favor de la oligarquía local prorrusa, terminó inclinando la balanza y colocó bajo su protección a las llamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk.

Desde entonces, el conflicto militar en el Donbás ha causado 14.000 muertos (de ellos más de 3.000 civiles) y 1,4 millones de desplazados, con numerosas atrocidades y violaciones de derechos humanos por parte del ejército ucraniano[27]. Todos estos antecedentes tienen una gran importancia en la configuración del conflicto.

El Ejecutivo actual ha implementado duros recortes y privatizaciones masivas cumpliendo fielmente con las exigencias del FMI[28], aprobado una dura legislación antiobrera[29], ilegalizado a la izquierda ucraniana, además de criminalizar a minorías étnicas como la gitana y a la comunidad LGTBI.

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El Gobierno de Zelenski es la continuación de un proceso contrarrevolucionario triunfante —el Euromaidán de 2014—, en el que EEUU apoyó y financió grupos de extrema derecha y neonazis hoy columna vertebral del aparato del Estado. 

La ayuda prestada al Gobierno de Zelenski entre marzo y mayo de este año por parte del imperialismo occidental no tiene parangón: más 8.000 millones por parte de los EEUU, 4.100 exclusivamente en ayuda militar, 2.900 millones de la UE, y otros 2.000 millones del Banco Europeo de Inversiones. Casi 15.000 millones, ¡el equivalente al 9% del PIB ucraniano en tan solo tres meses!, cifra que ya ha sido ampliamente superada.

El ejército ucraniano actual, que comenzó como una maquinaria integrada por batallones colmados de chovinistas y neonazis, con presencia de mercenarios extranjeros de extrema derecha[30], ha sufrido cambios derivados de la importante ayuda militar, entrenamiento e inteligencia servida por EEUU y Gran Bretaña. Es más profesional y ha logrado asimilar en estos meses importante tecnología. En la práctica cuenta con un Estado Mayor híbrido dirigido desde Washington[31].

Por las razones anteriormente expuestas hablar de una guerra de “liberación nacional” en Ucrania es un completo sinsentido. El ejército de Zelenski es una herramienta del imperialismo norteamericano, igual que su Gobierno. De hecho, si en algún momento se pudiera caracterizar a Ucrania de semicolonia es ahora, pues el grado de soberanía nacional de que dispone frente a EEUU es mínimo.

En estos seis meses de guerra no se ha producido una movilización popular de envergadura contra la invasión rusa. La población está poniéndose a salvo lo mejor que puede: los sectores privilegiados de la sociedad fueron los primeros en huir, pero el éxodo ha sido de millones. A pesar de la censura informativa, los medios occidentales han reconocido el aumento de las medidas punitivas del Gobierno de Zelenski para impedir la huida del país de hombres en edad de combatir.

Cualquier comparación con la Guerra Civil y la Revolución española de 1936-39, como han planteado el diario El País y sectores de la izquierda reformista y llamada “trotskista”, es ridícula.

Los obreros españoles no recibieron ni armas, ni solidaridad, ni apoyo alguno de los Gobiernos de EEUU, Gran Bretaña o Francia, que aplicando la política de no intervención sí surtieron a Franco con petróleo, dinero y otros medios, y permitieron que Hitler y Mussolini enviaran grandes recursos militares y económicos a favor de los golpistas y fascistas españoles.

La política de las potencias imperialistas occidentales “democráticas” no fue ningún error “trágico”, sino una estrategia consciente para sabotear y aplastar un levantamiento obrero contra el fascismo apoyado en la colectivización de la tierra, el control obrero de las fábricas, el armamento del pueblo… hasta conformar un entramado de organismos de doble poder de tal calado que amenazaba directamente los intereses capitalistas y preparaba el triunfo del socialismo en suelo español. Por supuesto, la política de Stalin contribuyó decisivamente a liquidar las conquistas revolucionarias de la clase obrera y aceleró la derrota militar del campo republicano.

Lo mismo podríamos decir respecto a otras guerras revolucionarias y de liberación nacional, como en China, Cuba o Vietnam, en las que el imperialismo tuvo que enfrentarse a una movilización popular formidable. ¿Pero qué tienen que ver estos ejemplos con lo que hoy ocurre en Ucrania?

La llamada “resistencia ucraniana” y la supuesta lucha por la “liberación nacional” son elementos de la propaganda de guerra de la OTAN, y una fórmula con la que se consuelan algunos para enmascarar su apoyo a uno de los bandos imperialistas en liza.

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Hablar de una guerra de “liberación nacional” en Ucrania es un completo sinsentido. El ejército de Zelenski es una herramienta del imperialismo norteamericano, igual que su Gobierno. 

Por otro lado, aquellos sectores de la izquierda estalinista que tratan de justificar la intervención rusa atribuyéndole un cariz progresista por el carácter antiamericano que tiene, encubren los objetivos reaccionarios e imperialistas del régimen de Putin.

En el discurso que Putin transmitió a la nación dos días antes de la intervención militar no se cansó de denunciar a Lenin y los bolcheviques por el “crimen” de haber puesto en práctica el derecho de autodeterminación y la independencia de Ucrania. Sus palabras fueron un compendio de chovinismo gran ruso y anticomunismo.

Ningún marxista internacionalista que realmente lo sea puede apoyar esta posición. Y añadimos: el sentimiento nacional ucraniano no es ninguna invención; los derechos democrático-nacionales de Ucrania han sido aplastados a lo largo de la historia por diversas potencias imperialistas —destacando el despotismo zarista— y por la burocracia estalinista, que revivió el chovinismo centralizador gran ruso traicionando la política de Lenin.

Los comunistas revolucionarios apoyamos incondicionalmente el derecho del pueblo ucraniano a conformar una nación independiente, liberada de la opresión de los bloques imperialistas y de la dictadura de su oligarquía capitalista. Luchamos, por tanto, por una Ucrania independiente y socialista.

Es público que el Kremlin mantiene estrechos lazos con la extrema derecha europea, comparte un mismo discurso homófobo y sus tropas también integran a batallones de voluntarios de extrema derecha. Los argumentos que ha esgrimido el régimen sobre la “desnazificación” de Ucrania son una hoja de parra propagandística, y manipulan la memoria histórica de aquellos sectores de la población que todavía retienen en su conciencia lo que fue la lucha heroica del Ejército Rojo contra las tropas de Hitler.

Y lo mismo podemos decir respecto a su intención de proteger a la población del Donbás, un argumento “humanitario” tras el que se ocultan las ansias expansionistas del gran capital ruso para hacerse con los ricos recursos minerales e industriales de la región.

Muchas de las organizaciones que mantienen esta posición, pero no solo ellas, insisten en negar el carácter imperialista de la Rusia capitalista actual. Esgrimen el escaso volumen del capital financiero que el país exporta, considerando que este es el rasgo distintivo del imperialismo. Es decir, tienen una visión unilateral y reduccionista de lo que Lenin expuso en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo.

En este tipo de debates es importante ser concretos. Rusia, además de ser una superpotencia militar, no es ninguna una economía atrasada, sino un país capitalista desarrollado donde los grandes monopolios dominan las relaciones de producción. Un capitalismo monopolista de Estado en el que la élite empresarial —los llamados eufemísticamente “oligarcas” por la prensa occidental, como si en EEUU o Europa no existiesen— logró su posición gracias al saqueo y la privatización de la propiedad nacionalizada que existía bajo la URSS.

Pero el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado y la lucha imperialista no pueden reducirse a una simple fórmula, incluye muchos elementos que están sometidos a constante transformación:

“Bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trust, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es concebible que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible”[32].

Esto es precisamente lo que sucedió a lo largo del siglo XX tras las dos grandes guerras, con la consolidación del imperialismo norteamericano y el desplazamiento de Gran Bretaña y Alemania. Un proceso similar se está abriendo paso en la actualidad con la irrupción del imperialismo chino y su aliado ruso, especialmente después de la Gran Recesión de 2008.

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Aquellos sectores de la izquierda estalinista que tratan de justificar la intervención rusa atribuyéndole un cariz progresista por el carácter antiamericano que tiene, encubren los objetivos reaccionarios e imperialistas del régimen de Putin. 

Tanto en la naturaleza como en los procesos sociales y económicos nunca existen fenómenos puros y estáticos. La correlación de fuerzas interimperialistas y la lucha de clases están en permanente cambio.

Hay elementos que diferencian claramente a Rusia de cualquier economía dependiente o semicolonial. Rusia no tiene deudas masivas con instituciones imperialistas extranjeras, a finales de 2020 su deuda pública y sus reservas en divisas internacionales alcanzaban el 18% del PIB y 596.000 millones de dólares respectivamente.

Los monopolios rusos, donde el capital estatal está presente en cantidades importantes como sucede en China, destacan por su control del petróleo y de la energía, y han diversificado sus inversiones en los últimos años, aumentando su presencia en los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Asia y Europa.

Estos monopolios suministran aproximadamente el 40% del gas natural que consume la UE y casi el 12% del petróleo del mundo. Rusia es también el segundo mayor tenedor de reservas de carbón, con 175.000 millones de toneladas; es productora de materias primas esenciales como el acero, el cobre o el aluminio a precios muy competitivos; de uranio enriquecido, necesario para las centrales nucleares francesas e incluso norteamericanas, de ahí su exclusión de las sanciones; o de paladio y neón, vitales para la nueva industria del coche eléctrico. Cortar con todos estos suministros sumiría a Europa en una grave crisis industrial reduciendo aún más su peso en la economía mundial y otorgando una mayor ventaja a China y otros competidores.

Todo lo señalado anteriormente explica por qué la política y la situación económica de Rusia son tenidas muy en cuenta por las potencias más importantes, y por qué el país euroasiático forma parte del G-20 y ha sido invitado en numerosas ocasiones a las reuniones del G-7. En la escala imperialista del mundo Rusia no es la principal potencia, ¿pero se puede comparar su peso en las relaciones mundiales al de Italia, aunque su PIB sea similar?

Esta es la respuesta a todos aquellos que ven en el marxismo esquemas doctrinarios en lugar de un método vivo y dialéctico.

La dinámica de la guerra

Semanas después del inicio de la invasión rusa, una parte de los dirigentes europeos, principalmente de Alemania, Francia e Italia, y de la OTAN, como Turquía, se emplearon a fondo para tratar de llegar a una tregua y lograr un armisticio. Pero las conversaciones de paz de Estambul, que apuntaban una posibilidad de conseguirlo, saltaron por los aires. El ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, señalaba responsables: “Tras la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OTAN, tuve la impresión de que (...) hay personas dentro de los Estados miembros de la OTAN que quieren que la guerra continúe y que Rusia se debilite”.

Así es. El Gobierno de EEUU pretende que la guerra se eternice para Rusia, cueste lo que cueste. El imperialismo norteamericano no puede consentir el triunfo de Putin porque implicaría una severa derrota en la lucha global contra China. Presionando al límite a sus aliados europeos, utilizando la OTAN para impulsar un rearme general, apoyándose en los países bálticos, en Polonia y en la burocracia de la UE, suministrando un chorro de miles de millones de dólares de ayuda económica y militar al Gobierno de Zelenski… Washington está intentando por todos los medios cambiar la dinámica de la guerra.

En un artículo del 10 de septiembre publicado en el portal estadounidense The Intercept, titulado “La ayuda militar de EEUU a Ucrania crece en proporciones históricas, junto con los riesgos”, se da información del esfuerzo estadounidense en la guerra:

 “El Gobierno de EEUU ha inyectado más dinero y armas para apoyar al ejército ucraniano que lo que envió en 2020 a Afganistán, Israel y Egipto juntos, superando en cuestión de meses a tres de los mayores receptores de ayuda militar estadounidense.

Hacer un seguimiento de los números es un desafío (…) El jueves, en una visita sorpresa a Kyiv, el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, anunció un nuevo paquete de equipo militar por valor de 675 millones de dólares, así como una inversión a ‘largo plazo’ de 2.200 millones de dólares para reforzar la seguridad de Ucrania y 17 de sus países vecinos. Semanas antes, el presidente Joe Biden dio a conocer un paquete de ayuda de 3.000 millones, el más grande hasta el momento, eligiendo simbólicamente el Día de la Independencia de Ucrania para el anuncio. La Administración norteamericana señaló en esa ocasión que la asistencia militar total comprometida con Ucrania este año había alcanzado los 12.900 millones de dólares, más 15.500 millones de dólares desde 2014, cuando Rusia se anexó Crimea. Y este mes de septiembre, Biden también solicitó al Congreso que autorice 13.700 millones adicionales para Ucrania, incluido dinero para equipos e inteligencia.

Debido a que la asistencia proviene de una variedad de orígenes, y debido a que no siempre es fácil distinguir entre la ayuda autorizada, prometida o entregada, algunos analistas estiman que la cifra real del compromiso de EEUU con Ucrania es mucho mayor: hasta 40.000 millones en asistencia de seguridad, o 110 millones por día (…)        

Antes de que los talibanes recuperaran el control de Afganistán el año pasado, dos décadas después de que fueran expulsados del poder, el Gobierno de EEUU gastó unos 73.000 millones de dólares en ayuda militar a Afganistán, además de miles de millones más en la reconstrucción del país y los 837.000 millones que gastó directamente en la guerra allí. Israel ha sido el mayor receptor acumulativo de asistencia exterior de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial: 146.000 millones en asistencia militar y financiación de defensa antimisiles.

Pero hay pocos precedentes del ritmo vertiginoso y la escala del gasto estadounidense en Ucrania. ‘Es más que el pico que le pagó a Afganistán y muchas veces más que la ayuda a Israel’, dijo a The Intercept William Hartung, director del programa de armas y seguridad del Centro de Política Internacional”[33].

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El Gobierno de EEUU pretende que la guerra se eternice para Rusia, cueste lo que cueste. 

La conquista de más de 3.000 kilómetros cuadrados en el área de Járkov a las tropas rusas, en la semana del 5 al 11 de septiembre, ha sido saludada con alborozo por los medios de comunicación occidentales. El ejército ucraniano ha recuperado ciudades y nudos de comunicación ferroviario que permitían abastecer a las unidades rusas que están combatiendo en el Donbás. El ejército ruso optó por no entablar batalla para frenar la ofensiva, pero su retirada fue precipitada y desorganizada, abandonando material bélico significativo.

Esto es lo que escribe al respecto Scott Ritter, exoficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de EEUU, que sirvió en la ex Unión Soviética, en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto y en Iraq:

“Mientras Rusia estaba ocupada destruyendo el ejército ucraniano en el campo de batalla [del Donbás], Ucrania estaba ocupada reconstituyendo ese ejército, reemplazando las unidades destruidas con fuerzas nuevas que estaban extremadamente bien equipadas, bien entrenadas y bien dirigidas (…) La composición de la fuerza fue determinada por la OTAN, al igual que el momento y la dirección de los ataques. La inteligencia de la OTAN localizó cuidadosamente las costuras en las defensas rusas e identificó nodos críticos de mando y control, logística y concentración de reserva que fueron atacados por la artillería ucraniana, que opera en un plan de control de fuego creado por la OTAN. En resumen, el ejército ucraniano que Rusia enfrentó en Kherson y alrededor de Kharkov no se parecía a ningún oponente ucraniano al que se hubiera enfrentado anteriormente. Rusia ya no luchaba contra un ejército ucraniano equipado por la OTAN, sino contra un ejército de la OTAN tripulado por ucranianos”.

El mismo autor concluye su artículo con una previsión:

“La exitosa contraofensiva ucraniana debe ponerse en una perspectiva adecuada. Las bajas que sufrió y sigue sufriendo Ucrania para lograr esta victoria son insostenibles. Ucrania ha agotado sus reservas estratégicas, y tendrá que reconstituirlas si quiere tener alguna aspiración de continuar avanzando en esta línea. Esto llevará meses. Rusia, mientras tanto, no ha perdido nada más que un espacio indefendible. Las bajas rusas fueron mínimas y las pérdidas de equipos se reemplazaron fácilmente.

De hecho, Rusia ha fortalecido su postura militar mediante la creación de fuertes líneas defensivas en el norte capaces de resistir cualquier ataque ucraniano, al tiempo que aumenta el poder de combate disponible para completar la tarea de liberar el resto de la República Popular de Donetsk bajo control ucraniano. Rusia tiene mucha más profundidad estratégica que Ucrania. Rusia está comenzando a atacar objetivos de infraestructura críticos, como centrales eléctricas, que no solo paralizarán la economía ucraniana, sino también su capacidad para mover grandes cantidades de tropas rápidamente en tren.

Rusia aprenderá de las lecciones que le enseñó la derrota de Kharkov y continuará con los objetivos declarados de su misión”[34].

En la guerra, que es la prolongación de la política por otros medios, no solo influyen los aspectos derivados del material militar. Otros factores son tan o más decisivos: los intereses de clase que se ventilan, la moral de las tropas y de la población implicada, el nivel de corrupción y de saqueo de los recursos invertidos[35], la situación general de la economía de cada contendiente, las alianzas internacionales, el descontento y la presión de la lucha de clases.

La dirección militar de Rusia está lastrada por el tipo de Estado capitalista, especialmente degenerado y corrupto, que se ha ido conformando tras el colapso de la URSS (también es el caso de Ucrania). El carácter bonapartista del régimen ruso abre las puertas al ascenso de todo tipo de arribistas sin escrúpulos, aventureros y gánsteres, pero sería un grave error intentar explicar la guerra como una decisión improvisada y no por causas objetivas y contradicciones que no se han podido resolver por medio de la diplomacia.

Es ridículo considerar que Putin se lanzó a la ocupación por la presión de asesores enloquecidos. Putin está defendiendo los intereses del imperialismo ruso, respondiendo a la actitud hostil de la OTAN y del imperialismo occidental, y jamás hubiera invadido Ucrania sin la aprobación de Beijing.

Obviamente la dinámica del conflicto está generando nuevas contradicciones, y cada vez de mayor envergadura. EEUU está dispuesto a llegar a un punto límite que le permita reaparecer como el actor más relevante de las relaciones mundiales. No solo necesita recuperar el crédito perdido, tiene que hacer todo lo posible por contener a sus adversarios y demostrar a sus aliados que sigue siendo un poder fundamental. Por eso es Washington quien decide la estrategia del ejército ucraniano.

La apuesta de EEUU presenta grandes riesgos. Quieren una guerra larga que obligue a Putin a una retirada de Ucrania, lo que significaría una derrota humillante, o mínimas conquistas territoriales. Pero cuanto más se prolonguen los combates, más posibilidades hay de que la crisis económica se encone, y de que el descontento popular y la lucha de clases contra los Gobiernos de la UE y de EEUU crezca.

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La dirección militar de Rusia está lastrada por el tipo de Estado capitalista, especialmente degenerado y corrupto, que se ha ido conformando tras el colapso de la URSS. 

Desde que la invasión rusa dio comienzo en febrero, la OTAN se ha fortalecido innegablemente, multiplicando su presencia militar en el viejo continente[36] y puede extenderse a países que hacen frontera con Rusia, como Suecia y Finlandia. Pero lo que está fuera de discusión es que la propaganda occidental no ha logrado concitar una movilización masiva de los trabajadores de Europa y EEUU a favor del régimen de Zelenski. Todas las encuestas subrayan la enorme desconfianza de la población europea y estadounidense hacia esta guerra imperialista.

La estrategia de Biden también está sumando críticas y divisiones en la clase dominante norteamericana. Un editorial de The New York Times publicado el 19 de mayo alertaba de las consecuencias de la política de la Casa Blanca:

“Hay muchas preguntas que el presidente Biden aún tiene que responder al público estadounidense con respecto a la participación continua de los Estados Unidos en este conflicto (…) Ucrania merece apoyo contra la agresión no provocada de Rusia, y Estados Unidos debe liderar a sus aliados de la OTAN para demostrarle a Vladímir Putin que la Alianza Atlántica está dispuesta y es capaz de resistir sus ambiciones revanchistas. Ese objetivo no puede cambiar, pero al final, no es lo mejor para los intereses de Estados Unidos sumergirse en una guerra total con Rusia, incluso si una paz negociada puede requerir que Ucrania tome algunas decisiones difíciles. Y los objetivos y la estrategia de Estados Unidos en esta guerra se han vuelto más difíciles de discernir, ya que los parámetros de la misión parecen haber cambiado.

¿Estados Unidos, por ejemplo, está tratando de ayudar a poner fin a este conflicto a través de un acuerdo que permitiría una Ucrania soberana y algún tipo de relación entre Estados Unidos y Rusia? ¿O ahora Estados Unidos está tratando de debilitar a Rusia de forma permanente? (…) Los estadounidenses se han sentido galvanizados por el sufrimiento de Ucrania, pero el apoyo popular a una guerra lejos de las costas estadounidenses no continuará indefinidamente. La inflación es un problema mucho mayor para los votantes estadounidenses que Ucrania, y es probable que se intensifiquen las perturbaciones en los mercados mundiales de alimentos y energía.

Una victoria militar decisiva de Ucrania sobre Rusia, en la que Ucrania recupere todo el territorio que Rusia ha ocupado desde 2014, no es un objetivo realista. Aunque la planificación y la lucha de Rusia han sido sorprendentemente descuidadas, Rusia sigue siendo demasiado fuerte y Putin ha invertido demasiado prestigio personal en la invasión como para retroceder.

Estados Unidos y la OTAN ya están profundamente involucrados, militar y económicamente. Las expectativas poco realistas podrían arrastrarlos cada vez más a una guerra costosa y prolongada. Rusia, por maltrecha e inepta que sea, todavía es capaz de infligir una destrucción incalculable a Ucrania y sigue siendo una superpotencia nuclear (…)

Pero a medida que continúa la guerra, el Sr. Biden también debe dejar en claro al presidente Volodímir Zelenski y a su gente que hay un límite en cuanto a lo lejos que llegarán Estados Unidos y la OTAN para confrontar a Rusia, y límites en las armas, el dinero y el apoyo político que brindan. Es imperativo que las decisiones del Gobierno ucraniano se basen en una evaluación realista de sus medios y de cuánta más destrucción puede soportar Ucrania. Confrontar esta realidad puede ser doloroso, pero no es un apaciguamiento. Esto es lo que los Gobiernos tienen el deber de hacer, no perseguir una ‘victoria’ ilusoria”[37].

Perspectivas

Las perspectivas se están complicando para Rusia, aunque sería de una gran imprudencia pensar que Putin no puede responder con enorme contundencia. Tiene reservas económicas y un gran apoyo interno para hacerlo.

La superioridad militar de Rusia es clara. Sin embargo, desde el Estado Mayor y desde el Gobierno lanzaron una ofensiva errática al principio de la invasión, especulando con la conquista de Kiev. También jugaron con la idea de establecer un Gobierno afín que propiciase un rápido armisticio. No valoraron adecuadamente el armamento y entrenamiento del ejército de Zelenski por parte del imperialismo norteamericano y, sobre todo, no tuvieron en cuenta el sentimiento nacional ucraniano, que es una realidad política de primer orden.

La población ucraniana, especialmente en el oeste y el centro del país, no ha recibido como salvadores a los soldados rusos. Como dijo Robespierre, los misioneros armados no suelen ser bienvenidos.

Después de seis meses las tropas rusas han sufrido miles de bajas (podrían superar las 15.000 según las fuentes más fiables) y se han puesto en evidencia no solo sus puntos fuertes, también los débiles. La guerra es la ecuación más difícil de manejar, y el ejército ruso lo está comprobando en sus propias carnes.

Por el momento, la propaganda patriótica tiene un apoyo mayoritario entre la población. Todas las encuestas publicadas hablan de que la popularidad de Putin raya el 80%, un récord en tiempos de guerra. Pero a pesar de los efectos limitados de las sanciones, un esfuerzo militar prolongado supone una presión para la economía rusa, que sin duda pagará la clase obrera con nuevos recortes y retrocesos en sus condiciones de vida.

Los reveses militares han generado malestar y críticas. Después de la derrota en Járkov, las exigencias para una movilización general desde el lado pro Putin subieron mucho de tono.

En la Duma, el líder del Partido Comunista de la Federación Rusa, Guennadi Ziugánov, declaró el martes 13 de septiembre: “Es una guerra, no una operación especial. Hace falta una movilización general (…) La guerra y la operación especial tienen raíces diferentes. Puedes detener la operación especial, pero no puedes detener la guerra aunque quieras. Esta tiene dos resultados: la victoria o la derrota. Vencer en el Donbás es la cuestión de nuestra supervivencia histórica. Todos en este país deberían valorar de manera realista lo que está sucediendo”[38].

Los estalinistas rusos se han convertido en los más acérrimos portavoces de su imperialismo nacional, aunque una cosa es hablar desde Moscú y San Petersburgo, y otra muy diferente activar una movilización forzosa que afecte directamente a la población de las grandes ciudades y no a tropas provenientes de lugares más remotos, como es el caso actual.

Es evidente que Putin, su Gobierno y los mandos militares han estado sopesando las consecuencias de una medida que tendrá implicaciones políticas de gran alcance. Pero finalmente no les ha quedado más remedio que dar un paso adelante y llamar a una movilización parcial de 300.000 reservistas, endureciendo las penas contra los desertores.

En el discurso dirigido a la nación del 21 de septiembre, Putin ha dejado claro que esta guerra es existencial para su régimen:

“ (…) El propósito de Occidente es debilitar, dividir y finalmente destruir nuestro país. Ya están diciendo directamente que en 1991 pudieron dividir la Unión Soviética, y ahora ha llegado el momento de que Rusia misma se desintegre en muchas regiones y regiones mortalmente hostiles.

Y han estado diseñando tales planes durante mucho tiempo. Alentaron bandas de terroristas internacionales en el Cáucaso, promovieron la infraestructura ofensiva de la OTAN cerca de nuestras fronteras. Hicieron de la rusofobia total su arma, incluso durante décadas cultivaron deliberadamente el odio hacia Rusia, principalmente en Ucrania, para la que estaban preparando el destino de un punto de apoyo antirruso, y el propio pueblo ucraniano fue convertido en carne de cañón y empujado a la guerra con nuestro país, desatándola en el 2014, utilizando las fuerzas armadas contra la población civil, organizando genocidio, bloqueo, terror contra personas que se negaban a reconocer el poder que surgió en Ucrania a raíz de un golpe de Estado (…)

Ya después del inicio de la operación militar especial, incluidas las conversaciones en Estambul, los representantes de Kyiv reaccionaron muy positivamente a nuestras propuestas, y estas propuestas se referían principalmente a garantizar la seguridad de Rusia y nuestros intereses. Pero es obvio que la solución pacífica no convenía a Occidente, por lo tanto, después de que se alcanzaron ciertos compromisos, a Kyiv se le dio la orden directa de interrumpir todos los acuerdos.

Ucrania comenzó a inflarse aún más con armas. El régimen de Kyiv ha lanzado nuevas bandas de mercenarios y nacionalistas extranjeros, unidades militares entrenadas según los estándares de la OTAN y bajo el mando de facto de asesores occidentales (…)

¡Queridos amigos!

Hoy, nuestras Fuerzas Armadas, como ya he dicho, están operando en la línea del frente que supera los mil kilómetros, se están enfrentando no solo a formaciones neonazis, sino a toda la maquinaria militar colectiva de Occidente.

Ante esta situación, considero necesario tomar la siguiente decisión, totalmente adecuada a las amenazas que enfrentamos, a saber: proteger nuestra Patria, su soberanía e integridad territorial, para garantizar la seguridad de nuestro pueblo y pueblos en los territorios liberados. Considero necesario apoyar la propuesta del Ministerio de Defensa y el Estado Mayor General sobre la realización de movilizaciones parciales en la Federación Rusa.

Repito, estamos hablando específicamente de movilización parcial, es decir, sólo estarán sujetos a conscripción los ciudadanos que actualmente se encuentran en la reserva, y sobre todo aquellos que sirvieron en las Fuerzas Armadas, cuenten con ciertas especialidades militares y experiencia relevante (…)

¡Queridos amigos!

En su agresiva política antirrusa, Occidente ha cruzado todos los límites. Constantemente escuchamos amenazas contra nuestro país y nuestra gente. Algunos políticos irresponsables en Occidente no solo hablan de planes para organizar el suministro de armas ofensivas de largo alcance a Ucrania, sistemas que permitirán ataques contra Crimea y otras regiones de Rusia.

Tales ataques terroristas, incluso con el uso de armas occidentales, ya se están llevando a cabo en los asentamientos fronterizos de las regiones de Belgorod y Kursk. En tiempo real, utilizando sistemas modernos, aviones, barcos, satélites, drones estratégicos, la OTAN realiza reconocimientos en todo el sur de Rusia.

En Washington, Londres, Bruselas, están presionando directamente a Kyiv para que transfiera las operaciones militares a nuestro territorio. Ya sin esconderse, dicen que Rusia debe ser derrotada por todos los medios en el campo de batalla, seguida de la privación de toda soberanía política, económica, cultural, en general, con el saqueo total de nuestro país.

También se lanzó el chantaje nuclear. Estamos hablando no solo del bombardeo de la central nuclear de Zaporizhzhya, alentado por Occidente, que amenaza con una catástrofe nuclear, sino también de las declaraciones de algunos representantes de alto rango de los principales estados de la OTAN sobre la posibilidad y admisibilidad de usar armas de destrucción masiva contra Rusia: armas nucleares.

A los que se permiten hacer tales declaraciones sobre Rusia, me gustaría recordarles que nuestro país también tiene varios medios de destrucción, y con algunos componentes más modernos que los de los países de la OTAN. Y si la integridad territorial de nuestro país se ve amenazada, sin duda utilizaremos todos los medios a nuestro alcance para proteger a Rusia y a nuestro pueblo. No es un farol.

Los ciudadanos de Rusia pueden estar seguros de que la integridad territorial de nuestra Patria, nuestra independencia y libertad serán aseguradas, lo recalco nuevamente, con todos los medios a nuestra disposición. Y aquellos que intentan chantajearnos con armas nucleares deben saber que el viento también puede girar en su dirección.

Está en nuestra tradición histórica, en el destino de nuestro pueblo, detener a quienes luchan por la dominación mundial, que amenazan con el desmembramiento y la esclavización de nuestra Patria, nuestra Patria. Lo haremos ahora, y así será.”[39]

La movilización de tropas y armamento se ha hecho inevitable teniendo en cuenta que la OTAN dirige el ejército ucraniano con eficacia. El Gobierno y el Estado Mayor ruso se han visto forzados a clarificar sus objetivos para fortificar sus conquistas en el Donbás, aproximadamente un 20% del territorio ucraniano, donde el apoyo de la población a la invasión es sustancialmente mayor; de hecho, las milicias de Lugansk y Donetsk están participando activamente como vanguardia en los combates.

Para apuntalar su posición, el Kremilin ha anunciado la celebración de referéndums para el 23 al 27 de septiembre en Jersón, en los territorios de las provincias de Mikolaiv y de Zaporiyia que controla, y en las repúblicas de Lugansk y Donetsk. Hay pocas dudas de que los resultados serán favorables a la anexión a Rusia. Pero la tarea no acabará en este punto. Estas zonas tienen que ser defendidas eficazmente contra las incursiones del ejército ucraniano y reconstruidas económicamente. Y esto es lo que el imperialismo norteamericano quiere evitar a toda costa. Además, si se incorporan a Rusia, Washington y Zelenski se enfrentarán a otro escenario. Aunque no reconozcan su nuevo estatus, el Kremlin ya ha advertido de que cualquier ataque a la “soberanía e integridad territorial” de Rusia será respondido con contundencia.

Una cosa está clara: Putin no puede aceptar una derrota. Y China tampoco. La dinámica explosiva del conflicto no parece que pueda mitigarse a corto plazo, más bien todo lo contrario. La extensión de la guerra a territorio ruso, que es una de las apuestas de los chovinistas ucranianos con mando en el ejército, podría desencadenar una respuesta brutal desde el Kremlin. Las perspectivas están completamente abiertas.

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Los estalinistas rusos se han convertido en los más acérrimos portavoces de su imperialismo nacional. 

Las consecuencias de seis meses de combates están siendo devastadoras para Ucrania. Decenas de miles de muertos, más de cuatro millones de refugiados fuera de sus fronteras, ocho millones de desplazados internos, numerosas ciudades e infraestructuras destruidas, una caída superior al 50% del PIB. A los imperialistas norteamericanos, y a su títere Zelenski, les importa un bledo esta hecatombe.

El FMI estima que el Gobierno ucraniano necesita mensualmente 4.600 millones de dólares para sostenerse. El apoyo que Zelenski está recibiendo de Occidente, tal como ocurrió en Afganistán, está llenando los bolsillos de una red de intermediarios, contratistas, mafiosos y traficantes de armamento a una escala considerable, mientras la población sufre una pesadilla agónica, que continuará en los difíciles años que sigan a la reconstrucción una vez que la guerra termine.

Zelenski está preparando el terreno concienzudamente, adoptando una batería de leyes contra la clase obrera. Ya ha arrebatado a los sindicatos la capacidad para representar a los trabajadores en las empresas estatales y privadas, introduciendo la fórmula legal de “suspensión de empleo” (lo que significa que los trabajadores no son despedidos formalmente, pero su trabajo y salarios están suspendidos), y ha otorgado a los capitalistas el derecho a despedir unilateralmente con indemnizaciones ridículas y a suspender los convenios colectivos[40]. Obviamente, esta legislación se extenderá y endurecerá en el futuro.

La invasión rusa ha esparcido un profundo resentimiento nacional entre la población ucraniana, y será muy difícil que se disipe. Pero este hecho innegable no implica que el hartazgo por la destrucción, por las muertes de miles de inocentes, por la escasez y las privaciones esté creciendo, y que entre millones de ucranianos se extienda el sentimiento de que la guerra debe parar ya. Muchos son conscientes de que Zelenski y su camarilla se han hecho de oro, y guardan su fortuna a buen recaudo en paraísos fiscales y en los bancos de EEUU y Reino Unido.

Este estado de ánimo no favorece los objetivos de los imperialistas occidentales. Las fisuras en el bloque dirigente ucraniano se han puesto de manifiesto con los ceses de altos mandos de los servicios secretos ucranianos o la ejecución de uno de los negociadores ucranianos que abogaba por el armisticio[41].

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Zelenski está preparando el terreno concienzudamente, adoptando una batería de leyes contra la clase obrera. Esta legislación se extenderá y endurecerá en el futuro. 

Una alternativa comunista e internacionalista contra la guerra imperialista y la crisis capitalista

Después de años espantosos sufriendo una pandemia que ha matado a millones de personas, de crecimiento imparable de la desigualdad y del empobrecimiento, de hambrunas genialmente organizadas por los grandes poderes económicos[42], los efectos de la guerra imperialista empujan la lucha de clases a un ciclo de mayor radicalización, dureza y violencia.

El avance de la extrema derecha y de las tendencias autoritarias dentro del Estado capitalista es buen ejemplo de ello (las elecciones en Suecia han sido el último caso). Los sistemas de dominación “pacíficos”, apoyados en una fachada institucional de democracia parlamentaria, están erosionados. El giro reaccionario de las capas medias se ha profundizado. Es un fenómeno global que hunde sus raíces en la descomposición del capitalismo.

Pero sería de una ceguera completa no darse cuenta de las implicaciones revolucionarias que esta crisis militar, política y económica están poniendo encima de la mesa. La clase trabajadora no va a aceptar resignadamente pagar un precio tan alto como está exigiendo la clase dominante. La espiral inflacionista está propiciando levantamientos revolucionarios (Sri Lanka), movimientos huelguísticos no vistos en muchas décadas (Gran Bretaña) y trayendo cambios electorales que auguran grandes convulsiones (Chile, Ecuador, Colombia…). Es harto probable que acontecimientos semejantes se reproduzcan en otros muchos países.

La guerra imperialista de Ucrania también ha vuelto a traer a primer plano la traición histórica de la socialdemocracia. Colocándose como un fiel vasallo del imperialismo otanista y del militarismo, ha propagado todas las mentiras elaboradas en Washington y Bruselas aceptando cada una de sus decisiones estratégicas.

En esta capitulación, la socialdemocracia tradicional no ha estado sola. La nueva izquierda reformista (Sanders, Corbyn, Unidas Podemos, Syriza, Die Linke…) ha oscilado entre situarse bajo el ala de sus Gobiernos capitalistas o firmar manifiestos patéticos en los que se apela a los buenos oficios diplomáticos de los mismos imperialistas responsables de esta carnicería. Todos ellos, con sus consignas vacías sobre la paz, el desarme, la “prohibición de las guerras”… echan paladas de tierra sobre la experiencia histórica, y amnistían a los responsables de las mayores atrocidades que ha sufrido la humanidad.

Estos dirigentes y sus organizaciones se han cuidado de impulsar la lucha contra la guerra, contra los planes de ajuste y los nuevos recortes sociales que se aprueban bajo el paraguas de la “unidad nacional” y la “paz social. Su impotencia para ofrecer una alternativa en beneficio de la clase obrera ucraniana, rusa y de todo el mundo es elocuente[43].

Por el contrario, los marxistas hemos levantado la bandera del socialismo internacionalista e intervenimos en esta batalla para que la conciencia de los oprimidos y su organización revolucionaria avancen.

Condenamos la invasión rusa de Ucrania y exigimos la retirada de sus tropas, pero no mantenemos ninguna equidistancia abstracta ni hacemos el juego a la propaganda otanista. Las invasiones y guerras contrarrevolucionarias desencadenadas por el imperialismo occidental han acarreado una destrucción sin parangón en la historia. La OTAN con sus provocaciones y su negativa a negociar con Rusia su propuesta de desmilitarización de Ucrania es responsable de precipitar la crisis hasta el punto actual.

En una guerra reaccionaria por ambos bandos como es esta, en la que se está coqueteando con la infamante idea de recurrir a armas nucleares, y cuya dinámica podría escalar aún más implicando una extensión de los combates a otros países, la primera obligación de los trabajadores con conciencia de clase y de la juventud es negar cualquier tipo de apoyo a nuestra propia burguesía nacional y luchar contra el chovinismo capitalista con el programa del internacionalismo: ¡Proletarios de todos los países uníos contra la guerra imperialista! ¡Fuera las tropas de Putin, fuera la OTAN de Ucrania! ¡Por la disolución de la Alianza Atlántica, abajo los planes de rearme del militarismo internacional! ¡Ni un soldado, ni una bala, ni un euro para esta guerra!

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Los marxistas hemos levantado la bandera del socialismo internacionalista e intervenimos en esta batalla para que la conciencia de los oprimidos y su organización revolucionaria avancen. 

Los comunistas internacionalistas, siguiendo el ejemplo de Lenin, defendemos el derecho de Ucrania a la autodeterminación y la independencia, pero no nos hacemos falsas ilusiones. Solo bajo el impulso de la acción revolucionaria de su clase obrera, que rompa todo tipo de subordinación a cualquiera de los bloques imperialistas, que derroque a los Gobiernos capitalistas que han llevado a esta situación, que destruya un Estado colmado de neonazis y fascistas, Ucrania podrá alcanzar un estatus real de nación independiente y mantener unas relaciones fraternales con el pueblo ruso.

Si al principio las movilizaciones contra la guerra pudieron ser fácilmente reprimidas por el aparato del Estado ruso, se podrían hacer mucho más difíciles de manejar en los próximos meses. La clase obrera rusa está llamada a ajustar las cuentas con su Gobierno imperialista y chovinista. No tiene nada que ganar en esta guerra, y no podrá ser libre sosteniendo la opresión de otros pueblos como el ucraniano. Esa es la gran lección que aportó la Revolución de Octubre de 1917. La matanza en las trincheras es en beneficio de los explotadores, los ladrones y los bandidos imperialistas de ambos lados. Y solo podrá ser parada si los trabajadores rusos se ponen en marcha contra los capitalistas de su propia nación.

La guerra imperialista pretende introducir la división entre los trabajadores del mundo, al tiempo que la burguesía de cada país recrudece la guerra de clases interna. Por eso, si queremos una paz justa sin anexiones y sin las cargas económicas que los imperialistas impondrán a los obreros de Ucrania, de Rusia e internacionalmente, hay que decir claramente que el único camino es aumentar la organización revolucionaria de los trabajadores para derrocar a los Gobiernos capitalistas y destruir su Estado.

El capitalismo ha creado una división internacional del trabajo y un mercado mundial de los que ninguna economía nacional puede marginarse. La autarquía y el nacionalismo económico constituyen un sueño reaccionario, como se comprobó en los años treinta del siglo pasado, y tras ellos se esconde el más agresivo de los imperialismos. La imposibilidad de romper con una economía capitalista globalizada e interconectada atiza al máximo el conflicto entre las potencias.

Al referirse a la grave crisis del capitalismo en los años treinta del siglo XX, Trotsky escribió: “La crisis actual, en la que están sintetizadas todas las pasadas crisis capitalistas, es ante todo la crisis de la economía nacional”[44]. Ayer como hoy, la crisis de la economía nacional se resuelve en el mercado mundial mediante una lucha a muerte, por la fuerza, económica y militar. Por eso la guerra es “una etapa inevitable del capitalismo, una forma tan legítima del modo de vida capitalista como lo es la paz”[45].

Así ocurrió en 1914 y en 1939. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo en Ucrania. No es posible un desarrollo armónico, pacífico y progresista del capitalismo imperialista, al que tanto apelan los dirigentes reformistas.

Parafraseando a Trotsky, los mayores responsables de la política mundial parecen niños correteando por la ladera de un volcán antes de una erupción. La recesión puede hacerse realidad este año, pero los grandes poderes capitalistas, más divididos que nunca, no calculan bien los efectos que tendrá en la conciencia de las masas. Años de privaciones y empobrecimiento han generado una rabia colectiva que no deja de crecer.

En la producción capitalista participan miles de millones de trabajadores que crean un enorme valor mediante la venta de su fuerza de trabajo, pero cuyo fruto enriquece a una minoría de multimillonarios que detentan la propiedad de los grandes medios de producción y pueblan los consejos de administración de las multinacionales, bancos y fondos financieros. Este puñado de parásitos ejerce su dictadura política a pesar de que nadie los ha votado ni elegido.

Las fuerzas productivas mundiales y la enorme tecnología desarrollada en estas décadas necesitan un nuevo sistema social que las organice y planifique armoniosamente y de manera respetuosa con el medio ambiente. Solo la nacionalización de los medios de producción, la banca y el sistema financiero bajo control democrático de la clase obrera puede resolver la barbarie, incluido el colapso medioambiental que se dibuja ante nuestros ojos.

Nos encaminamos a un choque fundamental entre las clases. La experiencia de estos últimos años no ha pasado en balde y los duros acontecimientos que estamos sufriendo sentarán las bases para que sectores de la vanguardia primero, y después las amplias masas de nuestra clase, saquen las conclusiones necesarias para construir el partido revolucionario. Solo así podremos coronar con éxito la tarea de expropiar a los expropiadores y conquistar el socialismo.

 

[1] En numerosos materiales hemos analizado en detalle las características de este auge:

        La lucha de clases en la época de decadencia imperialista

        La invasión rusa de Ucrania y la lucha imperialista por la hegemonía mundial

        Segundo mes de guerra en Ucrania. La clase obrera pagará duramente las consecuencias

[2] “Durante los dos primeros años de pandemia de COVID-19, la mayoría de los gobiernos no estaban preparados, fueron demasiado lentos en responder a la crisis y prestaron poca atención a los más vulnerables, una suma de fallos que en total ha costado un exceso de muertes, muchas evitables”.

Son conclusiones del último informe de la Comisión de The Lancet, elaborado por 28 expertos mundiales en políticas públicas, gobernanza, epidemiología, vacunación, economía, finanzas internacionales, sostenibilidad y salud mental. Este documento concluye que todos estos fallos globales y generalizados costaron 17,1 millones de muertos. Un informe de expertos atribuye a los errores en la gestión de los gobiernos "millones de muertes evitables" por la COVID

[3] Es decir, 10,28 muertos por cada millón de habitantes en China, mientras en EEUU la tasa sube a 3.002,87, en Gran Bretaña a 2.638,70, en Alemania 1.641,91 y 2.211,61 en el Estado español. 

[4]  The Great Economic Rivalry: China vs the U.S.

[5] China ya ha invertido un billón de dólares en la Nueva Ruta de la Seda

[6] China’s Trade Surplus Hit a Record $676 Billion in 2021

[7]  China es actualmente acreedora de más de cinco billones de dólares, una cifra equivalente al 6% del PIB mundial. La parte correspondiente al gigante asiático sobre el total adeudado a los países del G-20 por otras naciones aumentó del 45% en 2013 al 63% a finales de 2019.

[8]  Informe de Credit Suisse citado en el Informe Anual 2021 del Observatorio de la Política China, en politica-china.org Informe anual 2021

[9]   Aumenta 20,5 % inversión extranjera directa en China durante primeros cuatro meses de 2022

[10] Los reiterados llamamientos de EEUU a la OPEP para que aumente su producción de petróleo de cara a reducir los precios, ante una espiral inflacionista que afecta especialmente a EEUU y a Europa, han sido reiteradamente desoídos, manteniéndose los acuerdos entre la OPEP y Rusia a fin de garantizar altos los precios del petróleo.

[11] El imperio USA se agrieta también en casa

[12]  China en Bosnia, Croacia, Montenegro y Serbia

[13] La guerra trastoca los planes de China: la apuesta millonaria de Xi Jinping en Ucrania

[14] “Las principales petroleras europeas lograron un beneficio de 53.607 millones de euros en los seis primeros meses del año, un 79% más que en idéntico periodo del año anterior. Esto en términos agregados, porque en el caso individual de cada una de ellas, la mayoría prácticamente triplica las ganancias de un año antes, por lo que fueron beneficios récord”. Las grandes petroleras europeas ganan 53.607 millones en el semestre al calor de la guerra de Ucrania

[15]  US LNG price up to 40% higher than Russian gas: Novak

[16]Las opciones del tope al gas ruso se desvanecen: el G-7 carece del músculo global necesario.

[17]Rusia convierte a Turquía en la principal puerta para evadir las sanciones occidentales

[18] Entretanto, China está aprovechando los envíos de gas natural licuado de Rusia con descuentos de hasta un 50%, y muchos de ellos los está redirigiendo a empresas en Europa y Asia a un precio más caro.

[19] Según publican Chen Aizhu y Florence Tan, periodistas de Reuters, pese a que al inicio de la invasión China redujo sus importaciones de petróleo ruso, en un intento de no aparecer abiertamente como aliado de Moscú y evitar sanciones contra sus gigantes energéticos, sus compras han ido aumentando. Analizando datos de fletes y con las declaraciones de bróker del ramo, afirman que en el mes de mayo las importaciones chinas de crudo ruso ascendieron a una media de 1,1 millones de barriles al día, casi un récord y bastante por encima de la media de 750.000 barriles del primer trimestre del año y de los 800.000 barriles al día de media en 2021, según cálculos de la empresa Vortexa Analytics.  Exclusive: China quietly increases purchases of low-priced Russian oil

[20] China Says it Will Keep Boosting Strategic Ties With Russia.

[21] PATRICK LAWRENCE: Cita en Samarcanda

[22] ¿El suicidio del dólar?

[23] En www.izquierdarevolucionaria.net se puede consultar todas nuestras declaraciones.

[24]  Zelenski aprueba la estrategia para adherirse a la OTAN y recuperar Crimea

[25]  Hemos analizado en detalle este fenómeno en La extrema derecha en Ucrania: mucho más que los nazis del Batallón Azov

[26]  Los planes del imperialismo occidental sufren un duro revés. Situación revolucionaria en el Este de Ucrania

[27]  El gran juego del imperialismo occidental en Ucrania pone al descubierto su debilidad

[28]  Concretamente en 2016 se aprobó la Ley para impulsar el proceso de privatizaciones, planteándose de entrada la privatización de más de 800 de las 3.700 empresas estatales existentes, y se fundó el Consejo Privatizador para llevar adelante este proceso. En 2018 se aprobó una nueva ley, “Sobre la privatización de la propiedad estatal y municipal”, para profundizar este proceso. (Analyse: Privatisierung in der Ukraine: Hochsprung nach Jahren des Kriechens?).   Hay que anular la deuda externa de Ucrania

[29]  Ucrania debe abandonar la reforma legislativa antiobrera    Proposed anti-union law threatens Ukrainian union movement

[30]  El exagente del FBI y experto en seguridad, Ali Soufan, estima que más de 17.000 combatientes extranjeros han venido a Ucrania en los últimos seis años desde 50 países. Desde la invasión rusa miles de mercenarios extranjeros se han unido también a sus filas.

[31]  Así lo apuntaba recientemente La Vanguardia en un artículo titulado “Estados Unidos apunta y Ucrania dispara”, señalando la implicación americana en el hundimiento del buque militar Moskvá, o The New York Times hablando del papel de la inteligencia americana en la eliminación de generales del ejército ruso.

[32] Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. FFE, Madrid, p. 177.

[33] Alicia Speri, U.S. MILITARY AID TO UKRAINE GROWS TO HISTORIC PROPORTIONS — ALONG WITH RISKS

[34] SCOTT RITTER: Why Russia Will Still Win, Despite Ukraine’s Gains

[35] En el mismo artículo citado anteriormente se señala al respecto: “En conflictos recientes, EEUU perdió la pista de decenas de miles de rifles y pistolas que compró para las fuerzas de seguridad iraquíes, y decenas de miles de equipos más se perdieron en Afganistán, terminando con frecuencia en manos de los talibanes, a quienes les encantaba exhibirlos (…) incluso en aquellos países donde se implementa el monitoreo del uso final, las oficinas encargadas del trabajo tienen una escasez crónica de personal. Eso ha disparado la alarma sobre la cantidad de armas que inundan Ucrania en los últimos meses, particularmente porque Ucrania ha sido históricamente un centro en el comercio ilícito de armas, con armas contrabandeadas a través de Ucrania que terminan en conflictos desde Afganistán hasta África Occidental”.

[36] Las tropas de la OTAN en el Este de Europa han pasado de 4.000 a 40.000 soldados entre octubre de 2021 y marzo de 2022.

[37] The War in Ukraine Is Getting Complicated, and America Isn’t Ready

[38] “Las exigencias de una llamada a filas general llegan ahora incluso del propio partido de Putin. ‘Sin la movilización total, la creación de cimientos militares, incluso en la economía, no lograremos los resultados adecuados [en Ucrania]. El hecho es que la sociedad debería estar lo más unida posible y dispuesta para la victoria’, dijo también este martes Mijaíl Sheremet, miembro del Comité de Seguridad y Anticorrupción”. El entorno de Putin exige al Kremlin “una movilización total para la guerra” en Ucrania

[39] Putin anuncia una "movilización parcial" de la población rusa para la guerra en Ucrania

[40] Ukraine’s new labour law could ‘open Pandora’s box’ for workers    Украина ограничивает профсоюзы в условиях войны

[41] A principios de marzo, el servicio secreto ucraniano mató a uno de los miembros de la delegación negociadora ucraniana, identificado como Denis Kireev. Fue acusado de traición. "Rusia se ha infiltrado en el gobierno de Ucrania": Zelensky suspende a altos funcionarios por "traición y colaboración" con Moscú.

[42] De acuerdo con datos de la FAO, la campaña de cereales 2021/22 ha supuesto un récord histórico: 2.705,6 millones de toneladas que, sumado al stock existente, alcanzaría los 3.626,8 millones, quedando un sobrante tras consumo de 835 millones de toneladas. Según esta misma organización, Ucrania y Rusia producirían entre marzo y junio 32,5 millones de toneladas de trigo y maíz, “un 6,7% del volumen mundial de comercio, un 3,89% de los stocks previstos al final de la campaña y un 2,46% del conjunto de ambas magnitudes”.

Entonces ¿qué está ocurriendo? Olivier De Schutter, Relator Especial de la ONU sobre la Extrema Pobreza y los Derechos Humanos y copresidente del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food), lo explica cuando señala que la actividad especulativa de los fondos de cobertura, los bancos de inversión y los fondos de pensiones puede afectar negativamente los niveles de hambre y pobreza en todo el mundo: “De hecho, están apostando por el hambre y exacerbándola”. Es decir, que si los precios de los alimentos son un 34% más altos que en esta época del año pasado y nunca han sido tan altos desde 1990 no es debido a la guerra en Ucrania ni a la falta de producción, sino al control de los grandes monopolios y sus apuestas especulativas en los mercados de futuros, donde se negocian las cosechas y producciones futuras.

[43] Para un análisis más detallado se puede consultar el artículo de Bárbara Areal, La nueva izquierda reformista ante la guerra imperialistaLa nueva izquierda reformista ante la guerra imperialista

[44]  L. Trotsky, “El nacionalismo y la economía”, en Fundamentos de economía marxista. Fundación Federico Engels, 2019, pp. 90-92.

[45] Lenin, La situación y las tareas de la Internacional Socialista  (Noviembre, 1914). Obras Completas de Lenin, Akal, Vol. XXII, p. 129.

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 31. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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