Las elecciones del pasado 12 de julio se han saldado con la cuarta victoria por mayoría absoluta del PP, pero las causas no tienen nada que ver con los análisis que los medios de comunicación están difundiendo a bombo y platillo: la supuesta “buena gestión” de Feijóo y su “moderación”. Feijóo, un reaccionario de fuste, campeón de todas las políticas privatizadoras y de recortes sangrantes, ha tenido una gran contestación en las calles por su política de acoso y derribo al sistema público de salud y de los servicios sociales, en la misma línea e intensidad que se ha visto en la Comunidad de Madrid.

En realidad, el PP podría haber cosechado una derrota importante si no fuera por el otro factor que se ha puesto de manifiesto en estas elecciones: la gran decepción con las políticas llevadas a cabo por Podemos y sus confluencias. Podemos ha sido borrado del mapa parlamentario gallego después de ser la primera fuerza de la izquierda. La gran irrupción de las Mareas en las elecciones municipales de 2015, que también se repitió en las autonómicas de 2016, auguraban un fin próximo de los Gobiernos del PP en Galicia. Pero, ¿por qué no ha sido así?

La respuesta está en la vergonzosa y vertiginosa adaptación de los dirigentes de Podemos a una estrategia basada exclusivamente en el trabajo institucional vacío de cualquier contenido de clase, y el abandono de la lucha en las calles y su falta de conexión con las aspiraciones de cambio que le dieron origen.

No, no se trata de la falta de estructuras, de las rupturas internas (motivadas por las ambiciones de una masa de arribistas que han copado el aparato) o de no hacer un “discurso pegado al terruño”, como han declarado los dirigentes gallegos y estatales de Podemos. Tampoco de que la clase obrera gallega y la juventud no tengan conciencia y prefieran apoyar a “narcos” en la Xunta antes que votar a la izquierda. Todas estas infamias y falacias, vertidas abundantemente en las redes sociales para justificar este desastre, demuestran en todo caso la deriva de una dirección incapaz de asumir su responsabilidad culpando a su base social. Los hechos además dan la espalda a este análisis burocrático típico de aparatos autocomplacientes: el voto al BNG, que ha experimentado una subida extraordinaria, expresa la protesta por la izquierda de decenas de miles de trabajadores y jóvenes ante el giro a la derecha de Podemos.

Este resultado supone, sin ningún género de dudas, un voto de castigo por la izquierda a la política del Gobierno PSOE-Podemos. De hecho, el PSdG obtiene 15 diputados, y sube 1 respecto a 2016. En votos el resultado es de 252.537, un descenso de 2.000 papeletas respecto a 2016. El PSOE no tiene nada que celebrar: ni se beneficia de la debacle de Podemos, ni de la gestión del Gobierno central. Un hecho que presagia un escenario complicado para la socialdemocracia en el próximo periodo. Si pensaban que la clase trabajadora responderá resignadamente a la avalancha de ataques, recortes y despidos que están encima de la mesa y se conformará con las migajas de un escudo social impotente para hacer frente a la pobreza y el desempleo de masas, estos resultados dejan claro que no va a ser así.

La derecha no amplía su apoyo electoral

A pesar de todo, y muy al contrario de lo que señala la propaganda de la burguesía, Feijóo no ha sido capaz de aumentar su apoyo electoral, y se mantiene en un 47%. De hecho, el bloque de la derecha (PP, Vox y Ciudadanos) en las autonómicas de 2016 aventajó al de la izquierda (BNG, PSOE y Galicia en Común) en 79.827 votos (un diferencia de 5,55 puntos porcentuales) y ahora lo hace en 47.489 (3,61 puntos). Y esto, a pesar de un aumento de la abstención de 4,87 puntos, aspecto que suele beneficiar a la derecha. Estos datos reflejan rotundamente lo ajustado de la victoria de Feijóo y cómo haberle derrotado estaba perfectamente al alcance de la mano.

Otro aspecto destacable es que Vox vuelve a estrellarse: tan solo obtiene 26.485 votos y no consigue entrar en el parlamento gallego. La prensa, una vez más, trata de explicarlo por las capacidades persuasivas de Feijóo, capaz de blindar Galicia contra los “extremismos”. Ese tipo de análisis tienen poco que ver con la realidad y mucho más con los intereses del sector del PP y de la propia burguesía que apuesta por la gran coalición PSOE-PP. Si nos limitamos a los datos, el hecho es que Vox obtiene más porcentaje de votos en Galicia (2,03%) que en Euskadi (1,96%, con 17.517 papeletas), donde logra su diputado por Araba con menos de 5.000 votos.

El resultado mediocre de Vox en Galicia, como en Euskadi y en Catalunya, no tienen nada que ver con Feijóo, sino con el amplio y profundo rechazo social a la extrema derecha y al nacionalismo españolista, muy especialmente entre la juventud.

Podemos y las Mareas. El precio a pagar por su adaptación al régimen del 78

Como hemos señalado, estas elecciones han supuesto un varapalo histórico para las confluencias de Podemos en Galiza. De los 271.418 votos (un 18,87%) que había obtenido en 2016 a los 51.223 (un 3,90%) obtenidos ahora, se han evaporado 220.195, es decir, 4 de cada 5 votos, pasando de ser la primera fuerza de la izquierda, empatada a 14 escaños con el PSdeG, a desaparecer del parlamento gallego.

Que la pérdida de votos sea aún más acusada en Galiza que en Euskadi, un retroceso del 80% frente al 50%, tiene una explicación clara. Por una parte, tras las elecciones municipales de 2015 Podemos se alzó con el Gobierno de tres ciudades clave: A Coruña, Santiago y Ferrol. Durante su mandato no cumplieron ninguna de sus compromisos programáticos más relevantes, y se negaron a remunicipalizar ninguno de los servicios sociales privatizados. Su gestión al frente de los principales ayuntamientos de Galiza no supuso ningún cambio esencial en las condiciones de vida de las familias trabajadoras: ni en equipamientos sociales, culturales, en el transporte público… Por otra parte, En Marea se escindió durante la legislatura pasada, una ruptura que no obedecía a diferencias políticas de fondo sino a las ambiciones burocráticas de un aparato cada vez más alejado de su base social.

Pero está claro que una caída tan espectacular, de la que no hay precedentes en ningunas elecciones autonómicas, está totalmente ligada a la profunda decepción con aquellos que venían a acabar con todo lo que representaba el régimen del 78, pero una vez que han accedido a un poder institucional importante se han plegado a ese régimen. El paso de entrar en el Gobierno del PSOE, justificado en su momento para obligar a la socialdemocracia a hacer una política de izquierdas, se ha convertido en su contrario: Unidas Podemos cada día defiende más y se empantana más en políticas que protegen al gran capital, al Ibex 35 y la banca, que mantienen intactas las contrarreformas del PP, que con la boca pequeña hablan de republicanismo pero en los hechos amparan a la monarquía corrupta de Felipe VI, que señalan las cloacas del Estado pero lo defienden cuando este niega el derecho a decidir del pueblo catalán… en definitiva, a sostener la política del PSOE de siempre, aderezada con medidas que, aunque aparentan ser un “escudo social”, en realidad no cambian para nada la orientación de un Gobierno que acepta las reglas del juego del capitalismo.

Basta un ejemplo. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ex coordinadora de Esquerda Unida y afiliada al PCE, ha hecho una campaña muy intensa en Galiza, planteando que la participación de ministros de UP en el Gobierno de coalición es algo “mágico”, pues las políticas adoptadas “no tienen precedentes”. Es la misma ministra que llegó a afirmar que se habían prohibido los despidos, lo que era una mentira descarada, y que se vanagloria de firmar acuerdo tras acuerdo con la CEOE y de extender los ERTE para que la patronal no tenga que aflojar nada de los beneficios estratosféricos que ha acumulado en estos años. Se presenta así misma como una muñidora de la paz social, en completa sintonía con los aparatos de CCOO y UGT. ¿Qué tiene que ver esto con una posición comunista o de izquierdas? Su silencio es atronador en el conflicto de Alcoa, donde no ha movido un solo dedo para defender los puestos de trabajo de miles de familias de la única manera posible: procediendo a su nacionalización sin indemnización.

El BNG triplica su apoyo

El incremento del voto al BNG ha sido la manera con la que muchos trabajadores y jóvenes han expresado su protesta por esta situación. Hay que entenderlo como un claro voto de castigo por la izquierda al Gobierno de coalición PSOE-Podemos. Es evidente que el grueso de los 190.000 nuevos votos del BNG proviene de los 220.000 que pierde Galicia en Común.

El BNG ha logrado su segundo mejor resultado histórico, solo por detrás del 25,11% conseguido por Beiras en 1997. Pasa de 6 a 19 parlamentarios, y prácticamente triplica su número de votos: de los 119.446 (8,33%) en 2016 a los 310.137 (23,80%) de 2020, convirtiéndose en la primera fuerza de la izquierda, y superando en 57.600 votos y 4 escaños al PSdeG.

En este enorme empuje del Bloque, el papel de la juventud y la clase obrera han sido determinantes, como se demuestra por los resultados obtenidos en las ciudades. En Santiago de Compostela su voto aumentó 18,94 puntos porcentuales respecto a 2016, lo que representa 3,63 puntos por encima del incremento medio (15,5). En Ourense está 3,57 puntos por encima, en A Coruña 2,44 y en Lugo 1,67. En Pontevedra, feudo histórico del BNG, obtiene más de un 27% del voto.

El BNG ha sido mucho más activo en las luchas de la sanidad o contra el cierre de fábricas como Alcoa (conflicto en el que han defendido su nacionalización) o la central térmica de As Pontes. También son evidentes sus vínculos con la CIG –el sindicato de la izquierda nacionalista–, que además de presentarse como una opción combativa en la mayoría de estas luchas frente a CCOO y UGT, también está siendo la única oposición a muchos de los ERE y los ERTE que las empresas están presentando.

El BNG obviamente dista mucho de ofrecer una alternativa consecuente por la izquierda, y también ha vivido un largo periodo de crisis precisamente por su abandono de un programa combativo y su tendencia a actuar como una mera oposición institucional. Pero en esta ocasión ha sido visto como una herramienta más eficaz para batir al PP y, sobre todo, para castigar a Podemos por su deriva.

Armarse con un programa revolucionario

Estos resultados electorales son un serio aviso a la dirección de Podemos: o rectifica inmediatamente su política y defiende los intereses de los sectores más explotados de la clase obrera y la juventud, o lo sucedido en Galiza y Euskadi solo será el primer capítulo de una debacle en todo el Estado.

El camino para rectificar está trazado. Lo marcan las enormes movilizaciones que hemos vivido en Galiza durante estos últimos cuatro años en defensa del sistema público de salud, la huelga de meses de los trabajadores de justicia, las grandes movilizaciones de la mujer en el 8M, de los pensionistas, y de la juventud contra el cambio climático. Las luchas en defensa de los puestos de trabajo que multinacionales como Alcoa, Endesa o Nissan quieren destruir para mantener sus márgenes de beneficio. El camino es apoyarse en estos sectores de la clase obrera que entran en lucha para levantar un programa serio y realista, basado en la nacionalización bajo control obrero y sin indemnización, y animar la ocupación de aquellas empresas amenazadas de cierre.

Con las elecciones del 12-J no se cierra nada. La lucha de clases se va a recrudecer en los próximos meses y años. Tanto el proceso de desindustrialización, como los ataques que seguirán golpeando los servicios públicos, a las condiciones laborales y de vida de la inmensa mayoría, o las agresiones a los derechos democráticos más elementales de aquellos que luchamos, pondrán de manifiesto aún más que hasta ahora, la necesidad que tenemos de construir una izquierda a la altura del momento histórico. Una izquierda que sea capaz de dotarse de un programa combativo y revolucionario, y que se apoye en la lucha, las movilizaciones y las huelgas, para doblegar al PP, sus políticas de recortes y al sistema capitalista.

¡Únete a Esquerda Revolucionaria!

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