III. ¿Batalla por la hegemonía o desglobalización?

A partir de la crisis de la COVID 19, cuestionar el avance de la economía china se ha convertido en un clásico de la propaganda imperialista occidental. Datos sesgados sacados de contexto, que no son comparados con las referencias equivalentes de sus adversarios, son elevados a la categoría de tendencia para pintar un cuadro lo más negativo posible.

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El fin político perseguido es ocultar o, cuanto menos, minimizar el estancamiento de la economía occidental, empezando por EEUU y sus malos registros tras 19 meses de guerra en Ucrania. Incluso los análisis de perspectivas económicas del FMI o del Banco Mundial son marginados en beneficio de editoriales tendenciosos de The Economist o The Wall Street Journal. Por supuesto, de vez en cuando aparecen estudios que contradicen esta línea argumental, pero la guerra propagandística tiene en la economía política un campo de batalla encarnizado.

Si queremos escapar de este enfoque unilateral, y no hacer tampoco seguidismo de la propaganda de Beijing, que cuenta con abundantes terminales mediáticos y en las organizaciones de izquierda, es necesario adoptar una visión dinámica de las contradicciones del capitalismo global y analizar con sobriedad las múltiples formas en las que el ciclo económico y político se retroalimentan en esta fase de lucha interimperialista.

Repetir una y otra vez las mismas fórmulas desde hace más de veinte años (“China está al borde de un cataclismo social”, “China va a entrar en recesión”, “China está muy lejos de EEUU”) tiene el mismo valor que decir que el ascenso de la ultraderecha hay que relativizarlo porque la clase obrera es muy fuerte y el campesinado apenas tiene peso social. Fórmulas erradas que se manosean, y no son corregidas precisamente porque son fórmulas y no análisis basados en un enfoque dialéctico.

Despreciar el avance colosal de las fuerzas productivas en China en estas últimas décadas y la base material que ha proporcionado al Estado y a su burguesía para poner en marcha su agenda imperialista tiene poco que ver con la teoría marxista. Precisamente es negar una de las leyes más sobresalientes del materialismo histórico: la del desarrollo desigual.

“Bajo el capitalismo” —escribía Lenin en su gran texto sobre el imperialismo— “es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trust, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es concebible que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible”[1].

China ha completado de forma acelerada etapas que a otras naciones les costaron décadas. Este progreso no ha sido solo cuantitativo, sino cualitativo, hasta transformarse en una potencia imperialista capaz de disputar la supremacía a los EEUU en ámbitos económicos y geoestratégicos decisivos.

Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo y Trotsky prestaron la mayor atención a los cambios en la correlación de fuerzas mundial, especialmente a aquellos que indicaban transformaciones decisivas en la pugna interimperialista. Y no lo hacían por mera erudición, sino por las implicaciones que estos fenómenos tenían en la lucha de clases internacional. ¿Cómo si no se puede educar y preparar a las fuerzas del marxismo para intervenir en el movimiento vivo?

Analizaron una y otra vez el crecimiento de la economía alemana, especialmente la guerra franco-prusiana y la derrota de la Comuna de París. Estos últimos acontecimientos, que forjaron el espíritu de la Primera Internacional y a toda una generación de revolucionarios, abrieron de par en par la puerta a la unificación germana bajo Bismarck y al desarrollo exponencial de su industria, de sus finanzas, de su comercio y de su apetito imperialista.

El desarrollo desigual entre Alemania, Francia y Gran Bretaña, y las contradicciones que generó en la pugna por la supremacía en el mercado mundial y las colonias, desembocaron en la Gran Guerra.

Lo mismo ocurrió con el desplazamiento de Gran Bretaña como potencia hegemónica frente a EEUU, un proceso que se visualizó con fuerza durante la IGM y que se consolidó definitivamente con la Segunda. Trotsky escribió sobre esta cuestión en numerosos informes a los congresos de la Tercera Internacional, e incluso llegó a plantear la posibilidad de una guerra entre EEUU y Gran Bretaña que finalmente no se produjo por una razón obvia: el Gobierno de su majestad no estaba en condiciones de enfrentarse al poderío económico y militar de Washington.

EEUU sufrió un pavoroso crack económico en 1929, desempleo de masas, hiperinflación, colapso financiero, empobrecimiento urbano y rural, y una feroz lucha de clases. Aun así, la burguesía estadounidense no padeció una guerra dentro de sus fronteras y disfrutó de unas condiciones objetivas incomparablemente mejores que sus competidores europeos para sortear la gran depresión.

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China ha completado de forma acelerada etapas que a otras naciones les costaron décadas, hasta transformarse en una potencia imperialista capaz de disputar la supremacía a los EEUU en ámbitos económicos y geoestratégicos decisivos. 

Las medidas proteccionistas y las devaluaciones competitivas que animaron la guerra comercial afectaron profundamente a Alemania, Gran Bretaña y Francia, poniendo patas arriba el Tratado de Versalles, empobreciendo el viejo continente y polarizándolo al máximo. EEUU tenía problemas, y no pocos, pero los de sus competidores eran cualitativamente peores. La clase dominante estadounidense, a pesar de sus divisiones internas, se unió finalmente a Roosevelt y su New Deal en una política frentepopulista que conjuró la amenaza de la revolución. En Italia, Alemania, Austria, España y Francia la burguesía entregó el poder al fascismo, carecían del músculo y las grasas sociales norteamericanas.

La historia nos ofrece el método dialéctico para interpretar los acontecimientos que transforman el mundo de hoy.

Como hemos señalado anteriormente, Putin jamás se hubiera atrevido a dar un paso en el terreno militar sin contar con el apoyo de Xi Jinping. Ni ha existido “equidistancia calculada” de China ni la guerra en Ucrania es solo un conflicto por poderes entre EEUU y Rusia. Se trata de un enfrentamiento imperialista entre dos bloques con muchos frentes activos.

Un principio del método marxista es ser concreto y evaluar las tendencias de fondo del momento. Beijing está desafiando con éxito creciente la gobernanza global a Washington. Es un polo imperialista en ascenso que atrae a otras potencias regionales que observan como EEUU es un hervidero de desestabilización contrario a sus intereses.

Este balance de fuerzas no se ha improvisado por sorpresa. Si se puede reducir a una causa primaria, es el colosal crecimiento de las fuerzas productivas chinas en un periodo de crisis generalizada del capitalismo occidental lo que explica esta transformación, y en ello han influido factores económicos y también políticos. La consolidación de un peculiar sistema de capitalismo de Estado en China se ha convertido en una ventaja, al menos temporal, frente a sus competidores[2].

Podemos señalar tres puntos de inflexión en el progreso del capitalismo chino: la Gran Recesión de 2008, la pandemia y la guerra imperialista en Ucrania. China ha salido fortalecida de estas pruebas desmintiendo todos los augurios catastrofistas.

En enero de 2023 se elevaron muchas voces pronosticando millones de muertos por el repunte de la pandemia en Beijing y otras ciudades tras levantarse las duras condiciones de confinamiento. Pero nada de esto ocurrió. Algunos chistosos hicieron gala de su ingenio hablando del inevitable fracaso de la política de “covid cero en un solo país”.

Casi un año antes, en mayo de 2022, el semanario The Economist, uno de los más respetados portavoces del capitalismo global, dedicó cada semana un espacio a este asunto. El día 7 denunciaba “la locura del cero-covid” y cómo “las políticas erráticas de China están aterrorizando a los inversores”. El 14 señalaba que “la política de covid cero ha sido una plaga para las empresas chinas”. Y el 26 de mayo dedicaba un editorial que, bajo el título de Cómo Xi Jinping está dañando la economía china, concluía que “este año, China puede tener dificultades para crecer mucho más rápido que Estados Unidos por primera vez desde 1990, tras la masacre cerca de la Plaza de Tiananmen”.

Los datos económicos pronto desmintieron a The Economist. En 2022 China creció un 3% mientras que Estados Unidos lo hizo en un 2,1%. Mirando más atrás, mientras las potencias capitalistas occidentales se hundían en la recesión en 2020, el capitalismo de Estado de China consiguió mantener un crecimiento del 2,2%. En 2021, cuando se produjo el rebote general, Estados Unidos creció un 5,9%, pero China lo hizo en un 8,1%.

Solo comprendiendo correctamente la naturaleza de la burocracia exestalinista china y las especiales características de su capitalismo se entienden las razones de la política “covid cero”.

A finales de 2019, el aparato dirigente del PCCh se encontró con el brote de la pandemia en la ciudad de Wuhan. Sus primeros intentos de erradicarlo sin alarmar a la ciudadanía fracasaron estrepitosamente. La pandemia sería imparable si no tomaban medidas drásticas, nunca antes aplicadas. La autoridad del PCCh estaba seriamente amenazada. Ante esta disyuntiva, la cúpula del partido y del Estado utilizó todos sus resortes de poder para minimizar el riesgo de catástrofe sanitaria y, de esta manera, por paradójico que pareciese, mantener funcionando las palancas de su economía[3].

El resultado fue muy superior al de las políticas aplicadas en Occidente, tanto en lo que se refiere a limitar la cifra de fallecidos como en los registros económicos. Las exportaciones chinas se mantuvieron boyantes durante 2020, con un crecimiento del 3,6%, y ese mismo año estableció las bases para la fulgurante expansión de 2021, cuando sus ventas en el exterior crecieron casi un 30%.

Este conjunto de elementos han granjeado una mayor estabilidad social y política a Xi Jinping y el PCCh en comparación con los Gobiernos de EEUU y de la UE. Respondiendo a los mecanicistas y empiristas: los factores políticos inciden directamente en la economía y viceversa, o parafraseando a Lenin, la política es economía concentrada. Las estrechas relaciones entre los procesos políticos y económicos tienden a dejar una huella inmediata en la conciencia y en la lucha de clases.

La relativa estabilidad interna en China se transformó en un factor económico de primer orden y viceversa. El avance sostenido de la producción y de las exportaciones está generando un mercado interno más amplio, y el régimen se ha permitido hacer concesiones salariales muy por encima de lo que sucede en EEUU, la UE y el resto de economías. No es una opinión de los marxistas, sino del último informe de la OIT: desde 2008 a 2022 los salarios reales de los trabajadores chinos casi se han triplicado, se han multiplicado 2,6 veces[4].

Recapitulemos algunas cifras de la evolución de la economía china: el PIB en 2008 era de 4,5 billones de dólares; en 2012, de 8 billones de dólares y en 2022, de 17,1 billones de dólares. Si en el año 2000 la formación bruta de capital fijo se estimaba en 400.000 millones de dólares, en 2018 alcanzó los 5,7 billones, superando el registro de EEUU, que se situó en 4,3 billones[5].

No es un detalle que el punto de inflexión se produjera precisamente entre los años 2008 y 2010, cuando las economías estadounidense y europea sufrían duramente la Gran Recesión.

En cuanto a la contribución de China al crecimiento económico mundial, los datos son abrumadores: en 1978 su aportación fue del 3,1%; en 2018, del 27,5% y en 2021, del 33%[6]. Según un estudio de JP Morgan Economic Research, en 2022 EEUU seguía siendo la economía más grande con un peso del 26,6% en el PIB global. Pero China recortó distancias y alcanzó el 20,5%. La UE ocupa el tercer lugar con el 16,8%. El dragón asiático supera a la zona euro desde 2019 y, desde entonces, amplía la brecha. Japón (5,7%) ocupa el cuarto lugar.[7]

Entre 2020, 2021 y 2022 la economía china ha crecido, en tasas acumuladas, casi nueve puntos más que la estadounidense. ¡Así se explica la furia propagandística de Washington! Según un estudio de Bloomberg Economics, basado en los datos del FMI, la expansión del PIB chino este lustro será del 22,6%, la de la India del 12,9%, mientras que la de EEUU se quedará en el 11,3%[8].

Al analizar los sectores que mueven la economía mundial y que serán aún más cruciales para el modo de producción capitalista en los próximos decenios, la situación de China muestra similitudes con EEUU cuando finalizó la IIGM.

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El avance sostenido de la producción y de las exportaciones está generando un mercado interno más amplio, y el régimen se ha permitido hacer concesiones salariales muy por encima de lo que sucede en EEUU, la UE y el resto de economías. 

Por ejemplo, los resultados de la producción y exportación de coches en China, no solo de coches eléctricos, son extraordinarios. Ventas totales en 2022: 26.860.000 unidades (+2,1%); coches eléctricos a batería (BEV): 5.360.000 (+81,6%), alcanzando una cuota de mercado del 20%; híbridos enchufables: 1.500.000 (+151,6%), una cuota de mercado del 5,5%.

En 2022 las exportaciones de coches de China han alcanzado un récord de 3 millones de unidades, un 54,4% más que en 2021, de los cuales 679.000 fueron eléctricos o híbridos enchufables, lo que representa un incremento del 120% interanual[9]. Según un reciente estudio de Moody’s, China aglutinó el 65% de los 8 millones de ventas de vehículos BEV registradas a escala mundial el año pasado.

Las cifras que se conocen de 2023, el año aciago para la economía china según la prensa capitalista de Londres y Washington, son aún mejores: China exportó 1,07 millones de vehículos en el primer trimestre, lo que supone un crecimiento interanual del 58,3%, convirtiéndose en el mayor exportador de coches del mundo tras superar a su vecino Japón[10].

El mercado del coche eléctrico está dominado por China. La industria y el Estado trabajan a pasos acelerados para controlar también el sector de las baterías y ampliar decisivamente su autonomía. “La compañía china Gotion High-Tech ha desarrollado una batería para vehículos eléctricos que permite abaratar el precio de este elemento (es la parte más cara de este tipo de automóviles) y que el coche pueda recorrer 1.000 kilómetros con una sola carga”[11].   

Tal es el empuje y la ventaja de los fabricantes chinos que las históricas marcas europeas buscan su ayuda. Es el caso de Volkswagen, que anunció la adquisición de un 4,99% de la empresa china XPeng por 700 millones de dólares: “Con esta operación, se garantiza el acceso a su tecnología y componentes y elementos básicos de sus coches eléctricos. (…) Ralf Brandstätter, miembro de la Junta del Grupo Volkswagen en China, aseguró (...) ‘Con XPeng ahora tenemos otro socio sólido que es uno de los fabricantes líderes en China en áreas tecnológicas clave’…”[12].

El coche eléctrico se ha convertido en el símbolo de la transición productiva del siglo XXI por sus poderosas implicaciones en todos los segmentos de la economía mundial. Es el lenguaje del acero, el hierro, la tecnología y la productividad del trabajo lo que está implicado. Por eso la clase dominante estadounidense y europea están tan preocupadas.

¿Desglobalización?

Otra cuestión fundamental surge también a la luz de estos datos. Existe una teoría, en boga en círculos académicos burgueses, que alerta de un “peligroso proceso de desglobalización y fragmentación del mercado mundial”. Algunos perezosos “teóricos” marxistas también han comprado este cuento.

La argumentación acerca de la amenaza de “desglobalización” es, en realidad, luz de gas para ocultar que la guerra económica contra el gigante asiático se está saldando con un fracaso. Precisamente son las enormes dificultades para romper con una economía capitalista globalizada e interconectada lo que atiza al máximo el conflicto entre las potencias.

Trotsky abordaba esta cuestión en su artículo El nacionalismo y la economía:

“El desarrollo económico de la humanidad, que eliminó el particularismo medieval, no se detuvo en las fronteras nacionales. El crecimiento del intercambio mundial fue en paralelo a la formación de las economías nacionales. La tendencia de este desarrollo se expresó en el desplazamiento del centro de gravedad desde el mercado interno al mercado exterior. (…) El choque entre estas tendencias condujo a la guerra… [que] intentó resolver, con métodos letales y bárbaros, un problema del progresivo desarrollo histórico: la organización de la economía en el terreno preparado por la división internacional del trabajo (…) La crisis actual, en la que están sintetizadas todas las pasadas crisis capitalistas, es ante todo la crisis de la economía nacional[13].

Esta crisis de la economía nacional se resuelve en el mercado mundial mediante una lucha a muerte ya sea económica o militar. Por eso la guerra es “una etapa inevitable del capitalismo, una forma tan legítima del modo de vida capitalista como lo es la paz”[14].

En El imperialismo, fase superior del capitalismo Lenin explica cómo opera esta dinámica:

“El capital financiero y los trust no disminuyen, sino que aumentan las diferencias en el ritmo de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial. Y una vez que ha cambiado la correlación de fuerzas, ¿qué otro medio hay, bajo el capitalismo, para resolver las contradicciones si no es la fuerza? (...) ¿qué otro medio que no sea la guerra puede haber bajo el capitalismo para eliminar las discrepancias existentes entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación de capital, por una parte, y el reparto de las colonias y de las ‘esferas de influencia’ entre el capital financiero, por otra?”[15].

Tenemos que ser concretos si no queremos caer víctimas de la propaganda y errar en nuestros análisis. Las cadenas globales de producción y suministros están más extendidas que en ninguna otra fase de la historia del capitalismo, por no hablar de las cadenas financieras globales que actúan como vasos comunicantes. La economía mundial es una realidad apabullante. La cuestión a analizar es otra: la agudización de la batalla por la hegemonía mundial, que inevitablemente provoca guerras comerciales y una tendencia al nacionalismo económico, se está resolviendo en contra de los intereses del imperialismo occidental.

El aspecto central no es tanto el retroceso de la globalización como el cambio en el liderazgo en esa globalización, víctima de una abrupta transición del eje anglosajón (y alemán) al que encabeza China. Y aunque este nuevo liderazgo sea nocivo para Occidente, ningún país puede desacoplarse debido a las estrechas relaciones que se han estado fraguando en estos últimos treinta años.

Los datos de los flujos productivos, financieros y comerciales de EEUU y China prueban lo que decimos. A pesar de todos los intentos de poner límites a sus intercambios, de los nuevos aranceles que aprobó la Administración Trump o del mantenimiento de la guerra comercial bajo la de Biden, los vínculos entre ambas economías no se han debilitado tal y como los hechos demuestran tozudamente.

Es una confirmación del desarrollo dialéctico de la economía mundial: el todo se ha convertido en algo muy superior a la suma de las partes, adquiriendo una dinámica propia donde las causas se transforman en efectos y los efectos en causas.

Hemos sido muy críticos con The Economist, una revista de consulta obligada que también leemos atentamente. Cuando los jefes del equipo editorial están de vacaciones, algún individuo hace un alto en el camino y publica un material más elaborado. El pasado 10 de agosto, en un texto titulado La estrategia de Joe Biden con China no está funcionando, se hacían las siguientes observaciones:

“El 9 de agosto, el presidente Joe Biden dio a conocer su última arma en la guerra económica de Estados Unidos con China. Nuevas reglas controlarán las inversiones realizadas en el extranjero por el sector privado, y se prohibirán aquellas destinadas a las tecnologías más sensibles en China. El uso de tales restricciones por parte del campeón más fuerte del capitalismo en el mundo es la última señal del profundo cambio en la política económica de Estados Unidos mientras se enfrenta al surgimiento de un rival cada vez más asertivo y amenazante (…) Las consecuencias de este nuevo pensamiento ahora están quedando claras. Lamentablemente, no aporta ni resiliencia ni seguridad.

Las cadenas de suministro se han vuelto más enredadas y opacas a medida que se han adaptado a las nuevas reglas. Y, si se mira de cerca, queda claro que la dependencia de Estados Unidos de los insumos críticos chinos persiste. Lo que es más preocupante es que esta política ha tenido el efecto perverso de acercar a los aliados de Estados Unidos a China.

Todo esto puede resultar sorprendente porque, a primera vista, las nuevas políticas parecen un éxito rotundo. Los vínculos económicos directos entre China y Estados Unidos se están debilitando. En 2018, dos tercios de las importaciones estadounidenses de un grupo de países asiáticos de “bajo costo” provinieron de China; el año pasado poco más de la mitad lo hizo. En cambio, Estados Unidos se ha vuelto hacia la India, México y el Sudeste Asiático.

Los flujos de inversión también se están ajustando. En 2016, las empresas chinas invirtieron la asombrosa cifra de 48.000 millones de dólares en Estados Unidos; seis años después, la cifra se había reducido a apenas 3.100 millones de dólares. Por primera vez en un cuarto de siglo, China ya no es uno de los tres principales destinos de inversión para la mayoría de los miembros de la Cámara de Comercio Estadounidense en China.

Sin embargo, si profundizamos más, descubriremos que la dependencia de Estados Unidos de China permanece intacta. Es posible que Estados Unidos esté redirigiendo su demanda de China a otros países. Pero la producción en esos lugares ahora depende más que nunca de insumos chinos. A medida que las exportaciones del Sudeste Asiático a Estados Unidos han aumentado, por ejemplo, sus importaciones de insumos intermedios desde China se han disparado. Las exportaciones chinas de autopartes [componentes de automóviles] a México, otro país que se ha beneficiado de la reducción de riesgos estadounidense, se han duplicado en los últimos cinco años. Una investigación publicada por el FMI encuentra que incluso en los sectores manufactureros avanzados, donde Estados Unidos está más dispuesto a alejarse de China, los países que han hecho mayores avances en el mercado estadounidense son aquellos con los vínculos industriales más estrechos con China. Las cadenas de suministro se han vuelto más complejas y el comercio se ha encarecido. Pero el dominio de China no ha disminuido.

¿Qué está pasando? En los casos más atroces, los productos chinos simplemente se reenvasan y envían a Estados Unidos a través de terceros países. A finales de 2022, el Departamento de Comercio de Estados Unidos descubrió que cuatro importantes proveedores de energía solar, con sede en el sudeste asiático, estaban realizando un procesamiento tan pequeño de productos que de otro modo serían chinos pero, de hecho, estaban eludiendo los aranceles sobre productos chinos. En otras áreas, como los metales de tierras raras, China continúa proporcionando insumos que son difíciles de reemplazar.

Sin embargo, lo más frecuente es que el mecanismo sea benigno. Los mercados libres simplemente se están adaptando para encontrar la forma más barata de suministrar bienes a los consumidores. Y en muchos casos China, con su enorme fuerza laboral y su eficiente logística, sigue siendo el proveedor más barato. Las nuevas reglas de Estados Unidos tienen el poder de redirigir su propio comercio con China. Pero no pueden librar a toda la cadena de suministro de la influencia china.

Gran parte del desacoplamiento, entonces, es falso. Peor aún, desde la perspectiva de Biden, su enfoque también está profundizando los vínculos económicos entre China y otros países exportadores. Al hacerlo, enfrenta perversamente sus intereses contra los de Estados Unidos. Incluso cuando los gobiernos están preocupados por la creciente asertividad de China, sus relaciones comerciales con la mayor economía de Asia se están profundizando. La Asociación Económica Integral Regional, un acuerdo comercial firmado en noviembre de 2020 por muchos países del sudeste asiático y China, crea una especie de mercado único precisamente para los bienes intermedios cuyo comercio ha experimentado un auge en los últimos años.

Para muchos países más pobres, recibir inversiones y bienes intermedios chinos y exportar productos terminados a Estados Unidos es una fuente de empleo y prosperidad. La renuencia de Estados Unidos a apoyar nuevos acuerdos comerciales es una de las razones por las que a veces lo ven como un socio poco confiable. Si se les pidiera elegir entre China y Estados Unidos, es posible que no se pongan del lado del Tío Sam”[16].

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La idea de la amenaza de “desglobalización” pretende ocultar que la guerra económica contra China se está saldando con un fracaso. Son las dificultades para romper con una economía capitalista globalizada lo que atiza el conflicto entre las potencias. 

Es bastante difícil desacoplarse del país que es primer exportador y segundo importador del mundo.

En un informe sobre el comercio exterior de China del Banco de Santander (septiembre de 2023) se aportan cifras contundentes: la integración de China en el mercado mundial es tal que su comercio exterior representó el 37% del PIB nacional en 2022. “Considerando el año 2022 completo, el superávit comercial del país se amplió en un 31% anual, llegando a 876.910 millones de dólares, la cifra más elevada desde que comenzaron a hacerse registros en 1950, ya que las exportaciones aumentaron en un 7% y las importaciones solo en un 1% (Administración General de Aduanas de China, 2023)”[17].

El 15 de noviembre de 2020 China firmó la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) con otros 14 países del Indopacífico. El acuerdo más amplio de la historia que abarca el 30% de la economía mundial e incluye a Brunéi, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia, Vietnam y a los socios de acuerdos de libre comercio de la ASEAN. La RCEP incluye bienes, servicios, inversiones, cooperación económica y técnica.

También ha invertido miles de millones de dólares en el Corredor Económico China-Pakistán y en el puerto pakistaní de Gwadar, una herramienta necesaria para facilitar el transporte de petróleo del Golfo a sus provincias noroccidentales. Y, además de recibir la asombrosa cifra de 1,7 millones de barriles de petróleo diarios desde Arabia Saudí, obtiene hasta 1,2 millones de barriles por día de Irán, sorteando las sanciones de Estados Unidos.

La Inversión Extranjera Directa (IED) aumentó en China un 8% en 2022, hasta alcanzar la cifra de 189.130 millones de dólares: “La industria manufacturera experimentó un crecimiento del influjo de la IED de un 46,1% interanual, para escalar a 323.700 millones de yuanes en 2022, mientras que el de las industrias de alta tecnología se acrecentó en un 28,3% en comparación con 2021. Durante este período, la inversión de la República de Corea, Alemania y Reino Unido aumentó en un 64,2%, 52,9% y 40,7%, respectivamente, mientras que la de la Unión Europea evidenció un agudo incremento del 92,2 % interanual”[18].

Las cifras son una bofetada en la cara a la estrategia de EEUU de intentar romper las relaciones económicas y comerciales entre Europa y China.

La prensa estadounidense no deja de destacar que en los primeros cinco meses de 2023 la IED en China se ha reducido un 5,6% interanual hasta situarse en 84.350 millones de dólares. Teniendo en cuenta los niveles de los que partimos, y apreciando la situación recesiva de Alemania, Gran Bretaña y el estancamiento de EEUU no es de extrañar este registro. Lo más significativo es que en estos mismos cinco primeros meses la inversión directa no financiera de China en el extranjero aumentó un 16,1% respecto al mismo período del año pasado, hasta alcanzar los 51.780 millones de dólares[19].

Después de la pandemia, China se convirtió en el principal acreedor multilateral del mundo. Lidera los préstamos a los países en vías de desarrollo y, aunque fue el mayor tenedor de bonos norteamericanos durante más de una década, con un pico en 2013 de 1,3 billones de dólares, tras la escalada de tensiones con el Gobierno de Trump en 2019 Beijing redujo sus tenencias a 870.000 millones, solo superados por los 1,1 billones que posee Tokio. Pero lo esencial es que la interdependencia mutua no afloja sustancialmente.

Los temores del imperialismo estadounidense no son propaganda, están perfectamente fundados y las informaciones que se vuelcan a cada momento los refuerzan.

Según un informe publicado en marzo de este año por el Instituto de Política Estratégica Australiano (ASPI), China lidera la investigación en la tecnología del futuro. El ASPI indica que China supera a Estados Unidos y al resto de los países en investigación de 37 de 44 tecnologías claves para la innovación y el crecimiento en áreas como defensa, exploración espacial, robótica, biotecnología, tecnología cuántica e inteligencia artificial[20].

China adelanta también a EEUU en hasta ocho campos relativos a la industria energética: hidrógeno para generación eléctrica, supercapacitadores, baterías eléctricas, fotovoltaicas, gestión de residuos nucleares, biocombustibles, energía nuclear y tecnología de energía directa (láseres, microondas y ondas de sonido). EEUU sigue siendo líder en computación cuántica, pero China ya lo adelantó en criptografía aplicada a este sector y en comunicaciones y sensores cuánticos.

Recientemente EEUU convenció a Japón y Holanda para unirse al veto de exportar a China la maquinaria necesaria para fabricar chips de última generación. Estos procesadores son fundamentales, entre otras cosas, para desarrollar sistemas de inteligencia artificial (IA). Pero las empresas que más patentes tienen a día de hoy relacionadas con IA son las chinas Tencent y Baidu, y superan a empresas como IBM, Microsoft o Alphabet (Google).

EEUU aún es líder en superordenadores, procesadores de última generación y en procesamiento de lenguaje natural (necesario para avances como ChatGPT), pero el margen es cada vez más estrecho.

China superó a EEUU en patentes anuales por primera vez en 2011. Diez años después, según datos de la ONU, ya doblaba el número de patentes[21].

China rebasa a Estados Unidos en densidad de robots y en el desarrollo de tecnologías críticas[22]. También lidera la producción de tierras raras y condiciona la industria de EEUU: “La segunda potencia económica mundial domina el mercado de las tierras raras y sus cadenas de valor. Su hegemonía es casi indiscutible en una carrera global sin tregua. El informe USGS de Materias Primas Minerales muestra que EEUU está lejos de garantizar la llegada de suministros de materiales metálicos esenciales para su transición energética y, en particular, la fabricación de los altamente subvencionados vehículos eléctricos o la reindustrialización de su neurálgico sector de chips y componentes electrónicos”[23].

No hay ninguna duda de que la lucha entre China y EEUU por materias primas estratégicas, como el silicio o germanio, es a muerte. Y lo es porque forma parte de la batalla por el dominio del mercado de los semiconductores, una pugna que no indica ningún retroceso de la globalización, sino que pone de manifiesto que el control de este mercado será decisivo para la supremacía tecnológica y económica del futuro.

El Gobierno de Xi Jinping planea subvencionar con 143.000 millones de dólares a su industria de chips. El Gobierno demócrata, a través de la Inflation Reduction Act, pretende movilizar 465.000 millones de dólares para modernizar su industria obsoleta. Por otra parte, con la Chips and Science Act inyectará otros 280.000 millones para centros de fabricación de chips y semiconductores.

La Administración de Biden ha endurecido, como ya hemos señalado, las restricciones a la exportación de semiconductores. El Departamento de Comercio prohibió el pasado octubre la transferencia a China de unidades de procesamiento gráfico (GPU) avanzadas, utilizadas para alimentar aplicaciones de inteligencia artificial, así como de cualquier equipo estadounidense empleado en la fabricación de semiconductores avanzados[24].

Es totalmente cierto que China depende de la tecnología extranjera, casi toda ella controlada por sus rivales geopolíticos: Taiwán, Japón, Corea del Sur o Estados Unidos. Pero el régimen de Beijing ya ha tomado cartas en el asunto poniendo en marcha el plan Made in China 2025, con el fin de reducir las importaciones de chips del 85%, que registró en 2015, al 30% en 2025.

A la inversa, los problemas de EEUU con el mercado de microchips también son evidentes. Y lo son por la estrecha interrelación de esta industria con la producción que las multinacionales norteamericanas desarrollan en… China.

Esto es lo que señaló, con bastante buen tino, el consejero delegado de Nvidia, Jensen Huang, la compañía norteamericana de semiconductores más valiosa del mundo: “En declaraciones a Financial Times, Huang ha destacado que las restricciones a la exportación adoptadas por el gobierno de Joe Biden dejan a la firma californiana con ‘las manos atadas a la espalda’, puesto que no puede comercializar chips en uno de los principales mercados. ‘Si China no puede comprar a  Estados Unidos, simplemente lo construirán ellos mismos. Así que Estados Unidos tiene que tener cuidado. China es un mercado muy importante para la industria de la tecnología’ (…) ‘Si nos privan del mercado chino, no tenemos una contingencia para eso. No hay otra China, solo hay una China’. Huang señaló que las restricciones a la venta en China ‘cortarían la Ley de chips en la rodilla’, en alusión al paquete de 52.000 millones implementado por Biden para promover la construcción de más instalaciones de fabricación de semiconductores en el país. ‘Si la industria tecnológica estadounidense requiere un tercio menos de capacidad, nadie necesitará fábricas estadounidenses, estaremos nadando en fábricas”[25].

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El capitalismo de Estado chino tiene también problemas y no puede superar las contradicciones inherentes al proceso de acumulación. Lo señalamos son las ventajas cualitativas de las que goza, aunque sea temporalmente, su régimen de capitalismo de Estado. 

El capitalismo de Estado chino tiene sus propios problemas, y no son menores. La deuda total china está alcanzado cotas sin precedentes: si sumamos la pública, la de los hogares y la de las empresas asciende al 295% del PIB. La burbuja inmobiliaria también se extiende como una mancha de aceite acarreando quiebras multimillonarias[26]. Evergrande es el caso más destacado. El grupo ya no cotiza en Bolsa y está inmerso en un proceso de reestructuración controlado directamente por el Estado. Country Garden, otra importante inmobiliaria, está también al borde del colapso.

El problema es serio, pero la crisis de Evergrande se arrastra desde 2021 y hasta ahora el Gobierno de Beijing ha podido encarrilarla. Sin duda, uno de los grandes desequilibrios estructurales es que una parte muy importante de esta actividad inmobiliaria se ha financiado con deuda de gobiernos locales y municipales que se abastecen de la llamada banca en la sombra, el sector financiero desregulado, y que alcanza un volumen de tres billones de dólares. Parece de locos, pero si lo comparamos con lo que mueve este sector en EEUU y Europa, entonces quien tiene un problema diez veces mayor es Occidente.

El desempleo juvenil supera el 21%, y los desequilibrios entre el campo y la ciudad no se han resuelto. Pero, sobre todo, su dependencia exportadora de países que están atravesando una situación de recesión y estancamiento, como Alemania, EEUU, Italia y otros más, añaden incertidumbre. De ahí la enorme diversificación de las inversiones chinas y la búsqueda de nuevos mercados de materias primas, producción agroalimentaria, minera, etc. en África, América Latina y Asia.

Pensar que el capitalismo chino puede superar las contradicciones inherentes al proceso de acumulación es un sinsentido. Eso no está en discusión. Lo que queremos situar es el contexto en el que se mueve la economía china, sus fortalezas frente a sus competidores y las ventajas cualitativas de las que goza, aunque sea temporalmente, su régimen de capitalismo de Estado.

Todavía no ha reemplazado a EEUU como la superpotencia imperialista dominante, y si ese proceso se corona será a costa de batallas aún más sangrientas. Pero la guerra ya ha comenzado. El imperialismo norteamericano cuenta con puntos sólidos a su favor. Los billetes estadounidenses son hegemónicos frente a otras divisas: el dólar está involucrado en casi el 90% de las transacciones mundiales y representa casi el 60% de las reservas de divisas de los bancos centrales, aunque llegó a situarse en torno al 70% en 1999[27]. Pero existen planes y acuerdos comerciales, nada despreciables, para cambiar esta tendencia. Por supuesto todavía se trata de un volumen discreto comparado con el total, pero la situación puede acelerarse como ya ha ocurrido en otros campos.

La Gran Recesión de 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania han dejado claro que el desarrollo de las fuerzas productivas en China no se ha detenido, se ha podido ralentizar pero sin sufrir un vuelco negativo. La cuestión es si China se encuentra en mejores condiciones que sus competidores imperialistas para afrontar esta era de crisis y guerras regionales. Responder a esta pregunta requiere de una aproximación seria y no de clichés, por más que impacten a un auditorio desinformado.

IV. Estanflación. De las huelgas económicas a las luchas políticas

El último Informe de Perspectivas Económicas del Banco Mundial (junio de 2023) señala textualmente: “Las lecciones de la historia económica son contundentes. Las rápidas subidas de los tipos de interés, como las que se han producido en Estados Unidos en el último año, están correlacionadas con una mayor probabilidad de crisis financieras en los países emergentes y en desarrollo (…) Y si la actual tensión bancaria en las economías avanzadas se traduce en una agitación financiera generalizada que afecte a los países emergentes y en desarrollo, se habría llegado al peor de los escenarios: la economía mundial experimentaría una profunda recesión el próximo año”[28].

Las anteriores reflexiones indican la gran inquietud que agita a la burguesía. El economista jefe del BM, Indermit Gill, encargado de presentar las nuevas previsiones, transmitió noticias nada halagüeñas.

En la zona euro el pronóstico para 2023 es un aumento raquítico del 0,4% del PIB. En el caso de EEUU se pasaría de un avance del 2,1% en 2022 al 1,1% en 2023. Cifras muy decepcionantes, cuando no abiertamente negativas. Curiosamente, o no tanto, el mismo organismo plantea que China acelerará su crecimiento este año del 3,5% (previsión de enero) al 5,5% (previsión de junio).

La actualización de octubre de las Perspectivas Económicas del FMI muestra más optimismo: la previsión para EEUU se revisa al alza, crecería en 2023 un 2,1% y un 1,5% en 2024. En cuanto a la Eurozona, el aumento sería del 0,7% en 2023 y del 1,2% en 2024. El comportamiento en China es diferente: para 2023 alcanzaría un crecimiento del 5% y para 2024 del 4,2%.

Poniendo la lupa sobre las principales economías de la UE el panorama es malo. La locomotora alemana entraría en recesión, -0,5% en 2023 y registraría un escuálido incremento del 0,9% en 2024. En Francia, 1% y 1,3% para este año y el que viene. En Italia, 0,7% y 0,7% respectivamente. En el caso de Gran Bretaña las cifras son también penosas: 0,5% y 0,6%.

Otra economía perteneciente a los BRICS, la India, experimentaría un significativo incremento del 6,3% en 2023 repitiendo la misma cifra para 2024. Para Rusia, y esto sí que es llamativo, el FMI pronostica para 2023, en plena guerra, un crecimiento del PIB del 2,2%, el doble que Francia y muy lejos del registro de Alemania.

El título del informe del FMI es evocador: La recuperación mundial se está desacelerando en medio de crecientes divergencias entre sectores económicos y regiones. Pero podría ser mucho más claro, por ejemplo: la economía occidental camina con paso decidido hacia la recesión y China mantiene tasas de crecimiento que doblan y triplican a las de EEUU y Europa.

Descontrol financiero y beneficios récord. Es locura, pero tiene su lógica

El descontrol inflacionario y la política de incrementar los tipos de interés están introduciendo material altamente combustible en la economía occidental, reduciendo drásticamente las perspectivas de recuperación y acercando la posibilidad de una nueva recesión devastadora. Además, las turbulencias financieras no se han resuelto ni en EEUU ni en Europa.

El Banco Central Europeo (BCE) publicó una nota a finales de mayo advirtiendo sobre los peligros del crecimiento de las Instituciones Financieras No Bancarias o banca en la sombra. Los datos publicados son escalofriantes: los bancos de la zona euro recurren a estas firmas para conseguir cerca del 14% de su financiación, y los cinco mayores de la eurozona representan alrededor del 50% de la exposición total a este tipo de préstamos y valores dudosos. Luego nos hablarán de los riesgos en China.

La banca en la sombra posee el 28% de los títulos de deuda bancaria europea que hay en circulación en la zona euro y, según la nota del BCE, los bancos negocian más del 20% de sus riesgos nacionales brutos principalmente con fondos de inversión y en derivados. Lo curioso es que sea el propio BCE quien denuncie esta realidad, precisamente la institución que debe velar por la seguridad del sistema. Así es la hipocresía del capital. También el FMI se harta de advertir que la banca en la sombra representa casi el 50% de la financiación mundial, unos 239 billones de dólares. ¿Y qué? Mientras una minoría de plutócratas siga controlando el sistema y se enriquezca obscenamente, patada adelante[29].

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La concentración y monopolización del capital está a un nivel sin precedentes, paralelo a las contrarreformas sociales y nutren la polarización económica, social y política que sufren las grandes potencias occidentales desde la Gran Recesión de 2008. 

Es una situación de auténtica locura. De hecho, algunos economistas comentan que “el valor de los préstamos y garantías en manos de los bancos es unos 2,2 billones de dólares inferior al valor contable de sus balances. Esta caída del valor sitúa a 186 bancos en riesgo de quiebra si la mitad de sus depositantes atemorizados deciden sacar su dinero”[30].

Después de que EEUU, Gran Bretaña, la UE y Japón intentaran sortear la crisis de la Covid-19 siguiendo las recetas de 2007-2008, la carcoma se ha extendido.

Las consecuencias de inyectar entre 2020 y 2021 más de 12 billones de dólares en programas de rescate público a la banca y los grandes monopolios capitalistas se han hecho visibles[31]. Como señalamos, solo una ínfima parte de esta masa de capital ha ido a parar a la economía real, mientras el grueso se ha dedicado a la especulación financiera en el mercado de la deuda y la recompra de acciones, engordando la burbuja especulativa e inflacionaria.

Un ejemplo brutal de esta “locura” es lo que ocurre en el mercado del grano:

“La oferta mundial de trigo (tanto la producción total como el volumen comercializado) se ha mantenido constante desde el comienzo de la guerra de Ucrania. El Sistema de Información del Mercado Agrícola, administrado por la Organización para la Alimentación y la Agricultura de Naciones Unidas, incorpora datos del Consejo Internacional de Cereales para calcular los volúmenes de oferta, consumo y comercio. Entre julio de 2021 y junio de 2022 —un periodo en que los precios del trigo se dispararon—, la producción global aumentó a razón de cinco millones de toneladas, mientras que el volumen comercializado creció tres millones de toneladas. Durante el mismo periodo, las reservas aumentaron ligeramente (tres millones de toneladas).

Lo más curioso es que la oferta total de trigo (es decir, el volumen de producción más las reservas de partida) superaron el consumo en nada menos que 275 millones de toneladas. Este excedente desmiente la narrativa oficial de una escasez global. Asimismo, se calcula que la oferta global ha superado la demanda entre julio de 2022 y junio de 2023, lo que indica que se trata de una tendencia consolidada.

¿Cuál fue entonces la causa del aumento de los precios del trigo? Para responder a esta pregunta hemos de seguir el rastro del dinero. El mercado mundial de granos opera a modo de oligopolio, en el que las cuatro principales empresas comercializadoras —Archer-Daniels-Midland, Bunge (que recientemente se ha fusionado con Viterra), Cargill y Louis Dreyfus— controlan más del 70% del mercado y Glencore, otro 10%.

En las primeras etapas de la guerra en Ucrania, especialmente entre marzo y junio de 2022, las cuatro grandes comercializadoras de cereales lograron ingresos y beneficios récord. Los ingresos anuales de Cargill subieron un 23%, hasta 165.000 millones de dólares, mientras que los beneficios de Louis Dreyfus crecieron un 80%. Estas subidas reflejaban alzas de precios que no cuadraban con la demanda del mundo real ni la dinámica de la oferta.

Además, los mercados de futuros del grano experimentaron una actividad frenética entre abril y junio de 2022. Inversores financieros, inclusive fondos de pensiones, incrementaron su parte de posiciones largas del 23% en mayo de 2018 al 72% en abril de 2022. Se informó de que diez fondos de cobertura ‘impulsados por el viento favorable’ ganaron 1.900 millones de dólares mediante la capitalización del fuerte aumento del precio de los alimentos provocado por la invasión rusa de Ucrania. En vez de impedir o contener estas maniobras financieras, las autoridades reguladoras estadounidenses y europeas permitieron que continuaran a su aire”[32].

Estas son las causas que han disparado el hambre en el mundo: un total de 258 millones de personas de 58 países sufrieron inseguridad alimentaria aguda en 2022 y necesitan ayuda urgente, 65 millones más que en 2021[33]. Pero qué más da, qué importa el hambre y la pobreza si los beneficios empresariales y bancarios han batido todos los récords en 2022 y van camino de hacer lo mismo en 2023[34].

La concentración y monopolización del capital han llegado a un nivel sin precedentes, paralelo a las contrarreformas sociales. Estas son las condiciones que nutren la polarización económica, social y política que sufren las grandes potencias occidentales desde la Gran Recesión de 2008.

La fractura estadounidense

La decadencia del imperialismo estadounidense es un reflejo precisamente de la enorme fractura social que recorre el país, de la descomposición de sus servicios públicos, de la desindustrialización y el empobrecimiento, de una epidemia de drogas descontrolada y unas tasas de violencia propias de un país en guerra. En medio de esta barbarie, una élite de multimillonarios cada día más rica y con un poder omnipresente desprecia con indiferencia el sufrimiento de millones de ciudadanos.

Las cifras de esta podredumbre las hemos analizado en artículos y declaraciones, pero bastan algunas para subrayar el momento que atraviesa la sociedad norteamericana.

La tasa de ahorro de los estadounidenses cayó entre 2021 y 2023 desde el 20,4% hasta el 3,5% devorada por la inflación[35]. Según datos provisionales de los Centros de Control de Enfermedades, 49.500 personas se suicidaron en 2022, un nuevo récord[36]. Y, considerando los informes proporcionados por 300 entidades de ayuda humanitaria, existen 577.000 personas sin hogar en los Estados Unidos a fecha de octubre de 2023[37].

La prosperidad y el sueño americano se han transformado en la pesadilla de millones. Y la Administración demócrata ha fracasado manifiestamente. Sin ofrecer reformas consistentes que puedan paliar el cataclismo social, lanzados a tumba abierta a una política imperialista cuyos resultados están a la vista, Biden y los suyos están abriendo el camino para que las fuerzas de la reacción y la extrema derecha tengan posibilidades de volver a ocupar la Casa Blanca.

Obviamente, el crecimiento de la extrema derecha y su control del Partido Republicano, que responde a un proceso con amplias raíces sociales y políticas y en el que sectores de la clase dominante están implicados directamente, discurren junto a una explosión de luchas obreras radicalizadas. Son las dos caras de la polarización. El cambio es tan agudo que muchos comentaristas advierten insistentemente en la amenaza de un conflicto civil.

Primero fueron las multitudinarias manifestaciones contra el asesinato racista de George Floyd, un estallido social y político que sacudió cientos de ciudades y fue clave para la derrota de Trump en noviembre de 2020. A partir de ahí, y reflejando el giro a la izquierda de una amplísimo sector de la juventud obrera, el movimiento hacia la sindicación y la acción militante se han recrudecido.

La clase trabajadora norteamericana está sufriendo cambios internos significativos. Se está rejuveneciendo, y las duras condiciones de explotación y precariedad a las que está sometida, sus menguantes salarios en medio de unas subidas de precios inasumibles han creado un caldo de cultivo para una oleada de luchas sindicales y un crecimiento de la organización. Los ejemplos son abundantes.

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La decadencia del imperialismo estadounidense es un reflejo precisamente de la enorme fractura social que recorre el país. El empobrecimiento de la mayoría contrasta con la existencia de una élite de multimillonarios cada día más rica y poderosa. 

El triunfo para formar un primer sindicato en Amazon en Nueva York marcó un punto de inicio. La iniciativa se extendió a otros sectores, y pronto llegaron las huelgas promovidas por abajo con fuerza y decisión combativa, a pesar de la actitud de esquirolaje de las burocracias sindicales y del Gobierno demócrata.

Su actuación durante la lucha de los trabajadores del ferrocarril, prohibiendo la huelga nacional en el Congreso, y haciéndolo con el voto a favor de los diputados del DSA, también indica las características de este nuevo movimiento sindical que desafía años de paz social y corrupción burocrática. Lo mismo se puede decir de la lucha, finalmente frustrada, de los trabajadores de UPS.

Las huelgas se han intensificado a lo largo de este último verano. Los directivos de Starbucks rechazaron negociar un primer convenio con el sindicato recién formado, y más de 150 cafeterías se declararon en huelga en el mes de julio. La movilización se contagió a los conductores de Amazon, al personal de hoteles en California, a miles de trabajadores de la salud y docentes de diferentes ciudades y Estados. Durante más de cuatro meses 17.000 actores y 11.500 guionistas se sumaron a una dura huelga en Hollywood.

El 4 de octubre se desataba la mayor huelga del sector de salud en la historia. Más de 75.000 trabajadores de Kaiser Permanent pararon en sus puestos de trabajo. El conflicto está encabezado por ocho sindicatos y comenzaron en las instalaciones de la empresa en California, Colorado, Oregón, Washington y Virginia[38].

Un informe del Instituto de Política Económica del pasado 30 de agosto señaló que el volumen total de trabajadores que fueron a la huelga en 2022 aumentó en un 50% respecto a 2021, y el número de trabajadores sindicados se incrementó en 200.000[39]. Por su parte, el Labor Action Tracker de la Universidad de Cornell informó que al menos 453.000 trabajadores han participado en 312 huelgas en lo que va de año. Mientras que en 2022 se perdieron 2,2 millones de días laborables por conflictos y huelgas, en lo que llevamos de 2023 la cifra escaló a los 7,4 millones.

El crecimiento de esta oleada de huelgas se entiende fácilmente si consideramos la brecha salarial que se ha producido durante las últimas décadas: “Según el Instituto de Política Económica (EPI), un think tank con 37 años de historia, la retribución de los primeros ejecutivos de las empresas, los CEO, ha crecido un 1.460% desde 1978, mientras que la del trabajador tipo ha aumentado solo un 18%. Tomando las 350 grandes empresas cotizadas, el jefe gana 399 veces lo que un empleado tipo, cuando esa relación era de 20 a 1 en 1965 y de 59 a 1 en 1989”.

Y esto también vale para la otrora próspera industria de la automoción, que concentraba a la aristocracia obrera del país, y que se ha transformado en una jungla de dobles escalas salariales y empobrecimiento: “En el caso de los Tres Grandes un trabajador medio de Stellantis tendría que trabajar 365 años para acumular el sueldo que ganó en 2022 Carlos Tavares, el consejero delegado. La jefa de General Motors, Mary Barra, gana 362 veces más que un empleado intermedio. Y en el caso de Ford, su primer directivo, James Farley, logró una retribución 281 veces superior al empleado tipo. Sus sueldos se situaron entre los 20 y los 30 millones de dólares, así que los trabajadores no quieren oír ni una palabra de que las subidas salariales son inasumibles”[40].

Por su fuerza y su peso en el movimiento obrero y en la economía nacional, la huelga de los trabajadores del automóvil está concentrando toda la atención. Es un pulso que revela la radicalización que se está produciendo por abajo y sus reflejos por arriba: “Es una batalla de la clase trabajadora contra los ricos, de los que tienen contra los que no tienen, de la clase multimillonaria contra todos los demás (…) no es que vayamos a arruinar la economía. Destrozaremos su economía. La economía que solo funciona para la clase multimillonaria y no para la clase trabajadora”. Esto es lo que afirmaba en discursos para calentar el ambiente el nuevo presidente de la UAW, Shawn Fain.

El 97% de 150.000 trabajadores del sector votaron a favor de la huelga, una unanimidad excepcional. Pero la táctica de la dirección del sindicato está siendo segmentar las factorías que entran en conflicto, como una forma de dar margen a las direcciones empresariales para que negocien y la que mejor oferta proponga sirva de ejemplo para el resto. Lo cierto es que las simpatías hacia la huelga son tan mayoritarias que, tanto Biden, invitado por el propio Fain, como Trump han intentado hacerse un hueco en esta batalla y “apoyar” a los huelguistas. La demagogia de los representantes del capital no tiene límites.

La dirección del sindicato ha hecho suyo el lema de campaña “Stand up strike”, un guiño a la histórica huelga de Flint de 1937, que incluyó la ocupación de fábricas y duros enfrentamientos contra la guardia nacional. A nadie se le escapa que el desenlace de esta lucha tendrá gran importancia. Puede marcar un punto de inflexión respecto a décadas de colaboracionismo sindical, y de alcanzarse una vitoria dejará una huella profunda en la conciencia política de millones. Sus efectos en la batalla contra la extrema derecha trumpista serán importantes y valiosos.

Alemania se enfrenta a sus viejos demonios

La factura por mantenerse fiel a la estrategia militarista de EEUU en la guerra de Ucrania ha llevado al Gobierno alemán encabezado por el SPD a una situación de crisis y deslegitimación tan grande que una fuerza de extrema derecha como Alternativa para Alemania, en la que hoy los elementos fascistas llevan las riendas, se ha colocado en segunda posición de los sondeos para las generales, después de cosechar avances espectaculares en las últimas elecciones regionales.

El empobrecimiento es una realidad innegable en la primera potencia de Europa: algo más de 17,3 millones de personas, el 20,9% de la población, vivían en 2022 al borde de la pobreza o la exclusión social, incluyendo una cuarta parte de todos los niños y jóvenes del país. Además, el 6,1% de ella (5,1 millones de personas) enfrentaba ese mismo año considerables privaciones para hacer frente al pago del alquiler, de la hipoteca o de determinados servicios[41].

El “Gobierno de Progreso” se ha comprometido a un esfuerzo presupuestario para llegar a los 200.000 millones de gasto en defensa exigido por la OTAN, todos saben que ese dinero saldrá de un fuerte tijeretazo a los gastos sociales.

Esta sumisión al imperialismo norteamericano no solo ha agravado la crisis alemana  convirtiéndola en recesión, además, está limitando el margen de acción para el capital y propiciando fuertes divisiones en la clase dominante. La industria alemana se está llevando la peor parte de la guerra en Ucrania. Según las estadísticas oficiales, en el primer semestre de 2023 quebraron 50.600 empresas, un 12,4% más que en 2022. La amenaza de una creciente desindustrialización y una fuerte salida de capitales hacia otros mercados más rentables, como EEUU, no es ninguna exageración.

Mientras Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, o el vicecanciller Robert Habeck piden abiertamente una mayor desvinculación de China, el canciller Olaf Scholz es mucho más cauto. Sabe perfectamente las implicaciones desastrosas de esta estrategia, que privarían al país de uno de sus principales mercados para la exportación. Por eso se reunió en junio con el primer ministro chino, Li Qiang, y elogió las relaciones comerciales conjuntas. La política exterior del Gobierno de coalición es un mosaico de las contradicciones existentes en la clase dominante y de los recelos venenosos que se están desarrollando contra el socio norteamericano, tanto en la cúspide como en la base de la sociedad.

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En Alemania a pesar del avance de la extrema derecha y del fracaso de las políticas de la izquierda parlamentaria, la clase trabajadora no se resigna y los conflictos obreros han ido en aumento en este último año. 

La situación de Alemania es, con mucho, la más polarizada en décadas. La popularidad del Gobierno encabezado por el socialdemócrata Olaf Scholz está cayendo en picado. Recortes sociales, racismo institucional, una política exterior imperialista que concita una oposición mayoritaria entre los sectores empobrecidos, una extrema derecha que alimenta su demagogia nacionalista de este fracaso general y del colapso político de Die Linke[42].

Pero a pesar del avance de la extrema derecha y del fracaso de las políticas de la izquierda parlamentaria, la clase trabajadora no se resigna y los conflictos obreros han ido en aumento en este último año.

Comenzaron con las huelgas postales y del sector público en febrero, afectando a 2,5 millones de trabajadores. El 27 de marzo, por primera vez desde hacía varias décadas, el sindicato de maquinistas EVG convocó una huelga conjunta con el sindicato del sector público Ver.di. Todas esas huelgas fueron traicionadas por parte de las burocracias sindicales, con conclusiones desfavorables, pero poniéndose de manifiesto claramente que el potencial para enfrentar a la burocracia ha crecido dándose un resurgimiento del movimiento sindical, especialmente entre los sectores más jóvenes de la clase trabajadora. Este año, Ver.di ha registrado tantas afiliaciones nuevas como nunca en su historia. Alrededor de un tercio tienen menos de 27 años.

A las huelgas en el sector público le ha seguido una ola de huelgas en el sector del transporte. En septiembre asistimos a la lucha de los trabajadores del puerto de Hamburgo contra la privatización del 49,9% de las acciones de la mayor empresa de logística del puerto, HHLA, en favor del gigante empresarial privado MSC, en la que intervenimos planteando la necesidad de convocar una huelga para frenar la privatización. Un movimiento que culminó en una huelga salvaje ilegal y no comunicada de 150 trabajadores portuarios en el muelle de Burchard, pero que fue boicoteada por la dirección sindical dando lugar a una fuerte represión. En todo caso, todas estas luchas han puesto en evidencia la creciente división entre la burocracia sindical y las y los trabajadores de base, así como la voluntad de estos últimos de dar un paso adelante anticipando las duras batallas que estallarán en el próximo período. 

De las huelgas económicas a la lucha política

Con la salvedad temporal del Estado español, Portugal y Grecia por motivos que hemos explicado en artículos y documentos, el conjunto de las economías europeas siguen el mismo camino de estancamiento y recesión que la alemana. Pero todas ellas, incluidas las que crecen tímidamente, sufrirán un recrudecimiento de la lucha de clases, con huelgas obreras más duras y militantes. La paz social se ha mantenido por mucho tiempo gracias al colaboracionismo servil de las burocracias sindicales y los partidos socialdemócratas, además de la postración de las formaciones de la nueva izquierda.

La burguesía europea los conoce y los ha asimilado a su gobernanza. Por eso, no ha ofrecido la más mínima concesión a pesar del comportamiento tan “razonable” de los burócratas y ha respondido con una andanada de represión y medidas legislativas totalitarias a las movilizaciones sociales y obreras. La similitud con los años treinta del siglo pasado sigue profundizándose.

Tanto Francia como Gran Bretaña están experimentando una auténtica debacle social, que ha empujado a una extraordinaria escalada de la lucha de clases. La oleada de huelgas en el sector público de Gran Bretaña ha mostrado el enorme músculo de los trabajadores a pesar de años de desmovilización sindical. Hemos analizado pormenorizadamente estas luchas[43], y las condiciones tan favorables que existían para lanzar una convocatoria de huelga general poniendo el eje no solo en las subidas salariales y el fin de la austeridad, también en acabar de una vez por todas con la pesadilla de los Gobiernos tories.

Esta combatividad de los trabajadores británicos, que se ha traducido en algunas victorias salariales parciales, ha llegado menos lejos de lo que podría. Las burocracias de derechas y también las que pasan por ser de izquierdas que controlan los sindicatos han hecho lo indecible por parcializar y separar las luchas impulsadas desde abajo, negándose a unificarlas y a proponer la huelga general. En cuanto a la dirección laborista encabezada por Sir Keir Starmer, su papel de rompehuelgas activo ha sido celebrado por la clase capitalista.

Se ha cerrado un capítulo, pero el substrato de furia y rabia entre los trabajadores británicos no ha desaparecido. La lucha de clases en las Islas va a escribir pasajes brillantes en los próximos años.

En Francia, las movilizaciones y huelgas multitudinarias contra el Gobierno reaccionario y bonapartista de Macron, a raíz de su reforma de las pensiones, han situado al país en los preámbulos de una crisis revolucionaria. La fuerza de la clase obrera y la juventud para poner en cuestión el orden establecido ha quedado probada.

En cuatro meses de lucha ininterrumpida, solo comparable al levantamiento de mayo de 1968, hemos seguido en detalle el papel de los principales actores implicados, especialmente de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y la CGT, así como la desaforada represión contra los manifestantes y la impotencia de la extrema derecha ante las masas en acción. Los análisis que hemos publicado, incluidos también los que dedicamos a la explosión de los barrios inmigrantes contra la brutalidad policial a finales de junio, deben ser leídos como complemento a este documento, pues arrojan grandes lecciones para nuestra intervención en la lucha de clases internacional[44].

A diferencia de otras corrientes que han sido incapaces de ver la profundidad de lo que estaba en juego, nuestra organización ha insistido en las demandas políticas, programáticas y tácticas que podían asestar un golpe decisivo a Macron y la V República burguesa.

Francia ha vuelto a ser un ejemplo de la rápida transformación que se produce, bajo circunstancias favorables, de conflictos aparentemente laborales a una lucha política revolucionaria de masas, y de cómo evoluciona abruptamente el proceso de toma de conciencia. Pero como hemos señalado también, en el balance final no podemos despreciar los efectos negativos inmediatos cuando una oportunidad histórica de este calibre se malogra por los errores de la dirección.

Pincha aquí para acceder a la tercera parte del documento. 

Notas: 

[1]Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. FFE, p. 177.

[2]Nuestra posición sobre este asunto está desarrollada ampliamente en anteriores documentos de Perspectivas Mundiales y especialmente en el extenso trabajo de Bárbara Areal, Un Bonaparte para conquistar el mundo. El capitalismo chino y la lucha por la hegemonía.

[3]Antonio García Sinde, Covid en China y la batalla interimperialista. El papel de la propaganda occidental.

[4]Informe Mundial sobre Salarios 2022-2023. El impacto de la inflación y de la COVID-19 en los salarios y el poder adquisitivo.

También se puede consultar El imparable crecimiento de los salarios en China compensa la caída generalizada de salarios global.

[5]Fuente: Indexmundi

[6]National Bureau of Statistics, OCDE

[7]China acecha a EEUU y deja atrás a Europa: así ha cambiado el peso global de las economías desde 1990.

[8]China será la economía más dinámica el próximo lustro, mientras prepara su ‘sorpasso’ a EEUU.

[9]Los impresionantes números del coche eléctrico en China.

[10]China se convierte en el mayor exportador mundial de coches tras superar a Japón.

[11]“La compañía china ha indicado que podría empezar a producir esta batería a partir del segundo trimestre del año que viene en dos plantas situadas en la provincia china de Anhui. Gotion, que tiene planes de expansión internacional con una gigafactoría en EEUU y otra en Marruecos, fue el octavo mayor fabricante de baterías del mundo en 2022, según SNEResearch” (La china Gotion desarrolla una batería de coche eléctrico que permite recorrer 1.000 kilómetros con una carga.

[12]Volkswagen se lanza en plancha y compra parte de esta marca china para el desarrollo de coches eléctricos (hibridosyelectricos.com, qrcd.org/3nkV).

[13]Trotsky, Fundamentos de economía marxista,  FFE, 2019, pp. 90-92.

[14]Lenin, La situación y las tareas de la Internacional Socialista (noviembre, 1914), en Obras Completas de Lenin, Vol. XXII, Akal, p. 129.

[15]Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, FFE, pp.145 y 147-48.

[16]Joe Biden’s China strategy is not working.

[17]Cifras del comercio exterior en China.

[18]La inversión extranjera directa en China aumenta un 6,3% en 2022.

[19]Inversión directa no financiera de China en el extranjero sube 24,2 % entre enero y mayo.

[20]China supera a EEUU en investigación en tecnología del futuro, según informe swissinfo.ch marzo 2023.

[21]China adelanta a EEUU en 37 de las 44 tecnologías clave para dominar el mundo.

[22]China supera a Estados Unidos en densidad de robots.

[23]La economía global gripa por la escasez de ‘minerales raros’ bajo control de China.

[24]Semiconductores: China y Estados Unidos en la nueva era de la guerra.

[25]Nvidia alerta del “enorme daño” para EEUU por la batalla de los chips con China.

[26]Según la agencia de calificación crediticia Standard and Poor’s, en los últimos tres años, más de 50 promotores inmobiliarios chinos han quebrado o han fallado en el pago de alguna de sus deudas. Las dificultades se están extendiendo también a los promotores inmobiliarios públicos, con 18 de 38 presentando pérdidas en el primer semestre de 2023.

[27]Datos del Banco de Pagos Internacionales y el Fondo Monetario Internacional.

[28]El Banco Mundial advierte del riesgo de crisis financiera en los países emergentes.

[29]El BCE alerta de un “efecto dominó” en el sistema financiero por la banca en la sombra.

[30]Michael Roberts, From greedflation to stagflation and then slumpflation.

[31]En dólares estadounidenses, la deuda mundial ascendió en 2022 a 235 billones, un 238% del PIB mundial. Se repite el mismo ciclo: inmensas inyecciones de liquidez inundando los mercados mundiales que incrementan el capital ficticio a una escala desconocida, como puso en evidencia el colapso del mercado de criptomonedas y, sobre todo, la explosión de inflación, que responde a la sed de beneficios de los cárteles monopolistas. 

[32]Jayati Ghosh, The Myth of Global Grain Shortages.

[33]La inseguridad alimentaria aguda aumentó en 2022 y afectó a 258 millones de personas.

[34]“Con el cierre de la campaña de resultados del segundo trimestre, el reparto de beneficios al accionista ha dejado un nuevo récord. Los dividendos mundiales ascendieron a los 568.100 millones de dólares de abril a junio del 2023 lo que refleja un alza del 4,9% y la cifra más alta en un trimestre nunca antes alcanzada. Por regiones, las compañías europeas suponen el mayor contribuidor a este nuevo récord con el reparto de 184.500 millones de dólares, seguidos del mercado norteamericano y de los países emergentes que alcanzan los 202.000 millones entre ambas, según los datos de Janus Henderson, que analiza los dividendos que distribuyen las 1.200 empresas más importantes por capitalización de mercado” (La bolsa reparte un dividendo récord de 0,57 billones de dólares en el segundo trimestre.

[35]Por qué la economía de Joe Biden no entusiasma.

[36]Casi 50.000 personas se han suicidado en Estados Unidos durante 2022.

[37]“La devastadora crisis de las personas sin hogar también está atormentando el centro de Los Ángeles, donde las sucias y destartaladas ciudades de tiendas de campaña están plagadas de residentes zombis que fuman drogas, mientras que otros venden bienes robados en las esquinas. Actualmente se estiman en 42.260 personas durmiendo a la intemperie en Los Ángeles, un sorprendente aumento del 10 por ciento en comparación con el año pasado, según informó la Autoridad de Servicios para Personas sin Hogar de Los Ángeles”.

[38]La plataforma reivindicativa es a la ofensiva: un aumento salarial que supere la inflación, con un pago mínimo de 25 dólares por hora, aumentos del 7% anual por dos años y de 6,25% en los dos años siguientes respectivamente, reducción de las jornadas laborales, beneficios en las pensiones y más contrataciones. Otro conflicto en ciernes es el de los 53.000 trabajadores del sector de hostelería y turismo de Las Vegas y que afectaría a más de 50 de los grandes hoteles de la ciudad (Ola de conflictos laborales en EEUU: Huelgas se toman las calles en diversos estados de la potencia mundial.

[39]El resurgir de los sindicatos en EEUU: el ‘pay them more’ de Biden reanima las protestas.

[40]Los gigantes del automóvil de EE UU afrontan una huelga que marcará una época.

[41]Datos difundidos por la Oficina Federal de Estadística 2022

[42] Die Linke ha sido completamente asimilada al establishment. Por un lado, el sector liderado por Sahra Wagenknecht, opuesto a la guerra pero con una línea abiertamente nacionalista, hace constantes referencias a las tradiciones más estrechas y nacionalchovinistas de los líderes socialdemócratas más reaccionarios del pasado, tratando de conectarlas con las tendencias supremacistas tanto de la clase media como de la clase dominante. Una retórica impulsada por AfD, que está dividiendo y debilitando a la clase trabajadora y que beneficia a la extrema derecha. Por otro, la mayoría de los dirigentes del partido alineados con el imperialismo norteamericano en la guerra de Ucrania, incluso con el sionismo en su criminal intervención en Gaza. El completo desastre de esta orientación les está empujando hacia la insignificancia electoral.

[43]Las huelgas siguen paralizando Reino Unido y sacan a medio millón de trabajadores a las callesEl movimiento huelguístico en Gran Bretaña a la ofensiva.

[44]En izquierdarevolucionaria.net:

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