El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general” (Marx y Engels, La sagrada familia)

El 20 de octubre una jornada de lucha histórica irrumpió en Argentina y numerosos países de América Latina. El paro nacional de mujeres en repulsa al brutal asesinato de una adolescente previamente drogada, violada y torturada por sus agresores inundó las calles de Buenos Aires con más de 100.000 manifestantes y movilizó a varias decenas de miles en las principales capitales argentinas como Mendoza, Mar de Plata o Córdoba.

Este estallido de indignación social ha roto la campaña ideológica de la derecha, que trata de acallar, normalizar y culpabilizar a las víctimas de esta lacra del capitalismo para convertir a las mujeres en elementos sumisos, dándoles voz a las decenas de miles de mujeres que sufren la violencia machista: en Argentina se produce un feminicidio cada 30 horas y 200 asesinatos anuales, desvelando el carácter injusto, criminal y opresor del sistema que nos gobierna.

La movilización se extiende

La fuerza de este movimiento no sólo se ha comprobado con la determinación con la que miles de mujeres han organizado las manifestaciones teniendo que hacer frente y repeliendo la represión policial, también se ha expresa traspasando las fronteras nacionales. En México, Honduras, Chile, Guatemala y en otros países de América Latina se protagonizaron movilizaciones masivas e incluso concentraciones en capitales europeas inspiradas por el ejemplo de lucha de las mujeres argentinas. El carácter internacionalista de esta lucha responde a la violencia sistemática que el capitalismo ejerce contra millones de mujeres en el mundo. Más de un tercio (35,6%) de todas las mujeres mayores de 15 años del planeta experimentaron violencia física y/o sexual por parte de su pareja, o por alguien que no era su pareja, según un informe de la OMS de 2015. La lacra es aún mayor en aquellos países donde el capitalismo sojuzga a la población a más explotación degradando las condiciones de vida y también las relaciones entre las personas.

En América Latina y el Caribe donde la pobreza y la precarización laboral atrapa a una cantidad enorme de mujeres, las expone muchos más a todo tipo de violencia. De los 54 países con mayor índice de agresiones machistas, 21 son de este continente. Uruguay lleva registradas a lo largo de este año 21.985 denuncias por violencia de género, según confirmaron fuentes del Instituto Nacional de Mujeres. El informe de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) señala que en Brasil una media de 15 mujeres al día son víctimas de agresiones sexuales, México alcanza 1463 mujeres agredidas en lo que va de año, en Honduras una mujer es asesinada cada 14 horas. Mientras esta lacra aumenta con la crisis capitalista, los gobiernos que sostienen este orden social tratan de normalizar la violencia de género a través de la impunidad. En México de las 15.000 denuncias por violación en 2015 tan solo hubo 1.216 presuntos responsables presentados ante un juez.

Precisamente la fuerza y la base de este fenómeno político reside en cómo este movimiento ha transformado la conciencia de decenas de miles de trabajadoras y jóvenes que viven cotidianamente los agravios, el sufrimiento y la humillación por la doble explotación de clase y de género: ya no aceptan el papel de víctimas dolientes, ni aguantar pasiva y aisladamente la violencia machista, sino que se convierten en protagonistas directas de la lucha para transformar su realidad. Este movimiento cuenta entre sus logros con haber incorporado a la lucha a miles de mujeres jóvenes que ganan confianza para dar nuevas fuerzas a la movilización. Esta ha sido la clave para conmover a amplios sectores de la sociedad y que explica la dinámica ascendente del combate contra la violencia machista. La explosión que están protagonizando las mujeres en Argentina contra la opresión de género tiene relación directa con el aumento de la conflictividad contra las políticas de recortes y austeridad de Macri. Un ejemplo de la polarización social que recorre a Argentina y al mundo entero empujando a los más oprimidos por este sistema a luchar.

La hipocresía del gobierno de Macri

La fuerza de la movilización y su contagio a amplios sectores de la sociedad ha obligado al gobierno de Macri a cambiar demagógicamente su discurso con el fin de apaciguar la lucha.

El mismo personaje que mandó a la policía a reprimir el encuentro nacional de mujeres en Rosario, que ha reducido las ayudas contra la violencia de género al 0,0055 % del total del presupuesto nacional y que ha bloqueado la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo que evitaría la muerte de más de 300 mujeres pobres al año, ahora se presenta como un valedor contra la violencia de género aprobando una reforma sin ningún tipo de medida concreta. Sin lugar a dudas se trata de una maniobra, sin éxito, para evitar que la movilización adquiera una mayor dimensión que anime a otros sectores a luchar después de que la oleada de movilizaciones contra las privatizaciones y recortes minara una parte importante del apoyo a su gobierno.

Cuando la movilización visibiliza la situación que millones de mujeres sufren día a día ocultada hasta el momento por la clase dominante y sus voceros, es recurrente que se cambien la careta tratando de hacer algún gesto simbólico para tratar de cooptar y descarrilar la protesta. En el terreno de la lucha contra la violencia machista, la clase dominante trata de desideologizar este movimiento desvinculando esta lacra de las condiciones vida en las que la explotación capitalista hunde a la inmensa mayoría de la población, para presentarlo como una cuestión de cultura y moralidad. Esta campaña ideológica pretende desarmar políticamente la batalla contra la opresión de género para difuminar los intereses de clase de las mujeres más golpeadas por la violencia machista, las trabajadoras. Pero la opresión de las mujeres va de la mano de la lucha por acabar la pobreza, la desigualdad y la explotación del capitalismo.

La violencia machista y el capitalismo

La opresión de género está en el ADN de la sociedad dividida en clases. El patriarcado es algo más que uno, varios o muchos individuos violentos; es un modo social de reproducción de las relaciones entre los géneros basado en la subordinación que las distintas sociedades divididas en clase han otorgado a las mujeres: la explotación encubierta de las tareas domésticas. Esto se ve agravado en el sistema capitalista, donde no solamente el derecho de propiedad alcanza su máximo valor moral, y se extiende a la vida familiar y conyugal donde la mujer pasa ser considerada como “propiedad” del hombre, y en la que se ven replicadas las peores ideas y comportamientos propios de una sociedad sustentada en la explotación y violencia cotidiana. Los capitalistas también han visto en la incorporación tardía de la mujer al mercado laboral una reserva de mano de obra barata sobre las que aumentar la explotación del conjunto de la clase trabajadora. Según el último informe de la ONU, mientras las mujeres ocupan un 52% del trabajo mundial, perciben salarialmente un 24% menos. Cuando la explotación capitalista empuja a las mujeres trabajadoras a desigualdad crónica designándola en los sectores más precarios de las cadenas de producción, con menos seguridad y recibiendo menos salarios por más trabajo en comparación con los hombres, crea las condiciones para que se reproduzca en el plano ideológico la degradación de la condición de la mujer.

Mientras subsista la explotación de clases permanecerá la opresión de género. Todas las formas de violencia contra las mujeres, en la que el asesinato es el último eslabón de una larga cadena, forman parte del sistema de dominación ideológico y económico con el que la burguesía reproduce y legitima entre los oprimidos las desigualdades que origina su sistema de explotación como el único mundo posible

El fin de la opresión de género es la lucha por el socialismo

Como han demostrado las mujeres en Argentina y también recientemente en Polonia, la única alternativa para acabar con la violencia machista pasa porque las oprimidas pasen a la primera línea de lucha y organización. Lamentablemente el mismo día que las mujeres argentinas protagonizaban una jornada de lucha histórica, los dos principales sindicatos del país, CGT y CTA, en vez de llamar al conjunto de los trabajadores al paro nacional se sentaba a negociar con el gobierno de Macri para instaurar un clima de paz social.

La lucha contra la opresión de género es incompatible con el sindicalismo de pacto social y la izquierda que acepta el marco del capitalismo. Si se acepta la lógica de la explotación capitalista se sustenta el sistema que empuja a los sectores más oprimidos a las peores barbaridades y condiciones sociales. Sólo se podrán conseguir conquistas y mantenerlas sobre la lucha del conjunto de los oprimidos para acabar con este régimen social, económico y político que se basa en nuestra explotación y opresión. Con el control del sistema financiero y de las palancas de la economía en manos de la clase obrera se podrá liberar a las mujeres de la esclavitud del trabajo doméstico y al conjunto de los trabajadores de las cadenas alienantes de la explotación, sentando las bases de una igualdad genuina entre los hombres y las mujeres.

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