El agitado mes de agosto ha marcado un punto y aparte en el empeoramiento generalizado de la recesión. La caída de la economía real y la profundización de la crisis de la deuda en Europa, que ya ha provocado un tremendo descalabro de las bolsas mundiales, amenaza con transformarse en una depresión en el conjunto de las naciones desarrolladas.

Crisis del modo de producción capitalista

La irracionalidad y anarquía del capitalismo se están poniendo de manifiesto ante millones de trabajadores: los sacrificios, despidos masivos y recortes sociales en nombre del bienestar común o para “transmitir señales de confianza” a los mercados, lejos de aplacar su codicia, están empujando a la economía mundial hacia un callejón sin salida.
Los especuladores, es decir, el conjunto del sistema financiero y los grandes capitalistas que son al fin y al cabo los que mueven miles de millones de euros en este tipo de operaciones, no se han aplacado: ni la aprobación del último paquete de ajuste social en Grecia, ni las maniobras para comprar deuda pública española e italiana por parte del Banco Central Europeo (BCE), han calmado la situación. Todo lo contrario. Lo más peligroso para la burguesía europea y mundial, dentro de esta nueva escalada de desestabilización, es que la codicia financiera por obtener grandes dividendos con la deuda soberana pone en entredicho el futuro de economías fundamentales: Italia, el Estado español, pero también Francia o Bélgica se han visto amenazadas. Y la causa de esta espiral que no parece tener fin es, simple y llanamente, el estancamiento, cuando no el retroceso de la economía real.
Para empeorarlo todo, y al mismo tiempo como reflejo de la época, la rebaja de calificación de la deuda norteamericana realizada por Standard & Poors ha descubierto, para el que no lo supiera o imaginase, que la mayor potencia capitalista del planeta no está a salvo de la crisis de la deuda. El detonante de esta rebaja lo han provocado los negativos resultados de la economía norteamericana y el agrio enfrentamiento entre republicanos y demócratas y, particularmente dentro del partido republicano con el sector del Tea Party, que evidenció las fuertes divisiones dentro de la burguesía norteamericana. EEUU se situó al borde de la suspensión de pagos, algo insólito en la historia del capitalismo internacional moderno1.

Una comparación histórica

Tal como hemos señalado los marxistas en numerosos materiales, la profundidad y extensión de la actual recesión mundial no sólo es comparable al crack de 1929, en algunos aspectos es aún más preocupante. Historiadores económicos como Barry Eichengreen y Kevin O’Rourke afirman: “globalmente estamos en situación análoga, si no peor, que en la Gran Depresión, tanto si la métrica es la producción industrial, como si son las exportaciones o los valores de las acciones (…) Estamos ante un acontecimiento que tiene todas las dimensiones de una depresión”2. A diferencia de 1929, la interdependencia de las economías nacionales es muy superior y el poder absoluto del sistema financiero se ha hecho todavía más omnipresente.
La historia nunca se repite de la misma forma. La actual crisis de sobreproducción, aumentada por el hundimiento del sistema financiero después de años de frenética especulación, ha hecho saltar todos los muros de contención. La posibilidad de una coordinación de las grandes potencias para sacar al mundo del actual atolladero ha quedado en nada, como también ocurrió en la Gran Depresión. El fracaso continuo de las cumbres del G-20 ha puesto de relieve las profundas contradicciones del sistema capitalista. La lucha por cada palmo del mercado mundial ha enfrentado a EEUU con la UE, a China y EEUU, a las grandes naciones y las potencias emergentes, que no han dudado, pese a las proclamas en sentido contrario, en volver a la política de devaluaciones competitivas y guerras comerciales. El hecho de que el G-20 no se haya vuelto a reunir en estos meses convulsos es una prueba de la extrema gravedad de la situación: escenificar un nuevo fracaso sólo puede aumentar el carácter explosivo de la crisis.

EEUU se desliza de nuevo
por la pendiente

El secreto de la impotencia capitalista para salir de la crisis actual reside no en el Olimpo de la Bolsa o los fondos de inversión, sino en un terreno mucho más concreto, en la economía real, en la evolución de la industria, el empleo y el comercio.
Un ejemplo de ello es el recrudecimiento de la recesión en EEUU, constatando que se siguen destruyendo fuerzas productivas por un lado y, por otro, que las medidas de recorte del gasto público lejos de impulsar la economía la está hundiendo. Como señalaba el diario El País en un artículo publicado el 7 de agosto: “Hay 25,1 millones de estadounidenses para los que la recesión no ha terminado. Son en concreto 13,9 millones de parados (el 44,4%, de larga duración), 8,4 millones de empleados obligados a trabajar a tiempo parcial y 2,8 millones que en la situación actual ni se molestan en buscar trabajo. En julio, la tasa de paro se situó en el 9,1% y lleva 30 meses por encima del 8%”.
Respecto al mercado de la vivienda, donde se había refugiado buena parte del ahorro de las familias y que representó el principal motor de la economía norteamericana, la situación es dramática: “Los precios están a nivel de 2002 y no tocan fondo tras cuatro años de desplome. En zonas de Arizona, California, Florida y Nevada, o ciudades como Detroit, los precios cayeron un 50%”3. Para dar dimensión al desplome, el valor de las propiedades inmobiliarias de las familias cayó de 13,5 billones de dólares en 2006 a 5,3 billones en 2009, según la Reserva Federal. Según el citado artículo, el colapso del mercado inmobiliario ya supera al de la Gran Depresión: el precio de la vivienda en EEUU ha caído más de un 26% desde junio de 2006, porcentaje que supera en una décima el 25,9% de reducción que registró el sector inmobiliario durante los años comprendidos entre 1928 y 1933.
La situación del sector bancario, lejos de mejorar después de las multimillonarias ayudas públicas, vive una nueva crisis sembrada por los rumores de quiebra de Bank of América, el banco más grande de EEUU que fue rescatado hace dos años pero que en apenas un mes ha perdido un 37% de su valor en bolsa. En definitiva, las perspectivas económicas para la principal potencia capitalista del planeta no pueden ser más desalentadoras: “En EEUU, el panorama es aún peor que en Europa. La primera economía mundial ha crecido en los últimos seis meses apenas un 0,8% en términos interanuales, un ritmo claramente insuficiente para crear empleo. El consumo sigue sin remontar y la producción industrial está estancada. La tasa de paro, que lleva 30 meses por encima del 8%, está en el 9,1%. Este dato, difundido el viernes, fue algo mejor de lo esperado, pero ayudó poco a rebajar el pesimismo. El semanario The Economist cifra en un 50% las probabilidades de que EEUU entre en zona negativa en los próximos seis meses”4.
Ante esta alarmante situación Obama ha presentado un nuevo plan de estímulo fiscal, el 8 de septiembre, como la panacea para conseguir reactivar el crecimiento y el empleo5. No ha dudado en bautizarlo como un “seguro contra la recesión” y de “plan antiparo” ya que “vamos a poner a más gente a trabajar y más dinero en los bolsillos de los que están trabajando”. En un intento de animar el asfixiado consumo interno, del que depende el 70% de la economía. Sin embargo, este plan no es más que una gota de agua en el océano. Si de poco han servido los anteriores planes de estímulo, mucho más cuantiosos, que se llevan aprobando desde el inicio de la crisis económica, éste tendrá un mínimo o nulo impacto en la economía real y no resolverá la profunda crisis económica que vive el país. Además, es probable que los republicanos, en el clima de polarización política existente y lanzados ya a la carrera presidencial, ni siquiera permitan que se apruebe.

El caos de la Unión Europea

Si en EEUU el panorama es desalentador, el caos se ha apoderado de la Unión Europea. La tendencia hacia una nueva depresión de la zona euro es una realidad: a la quiebra cantada de Grecia —que parece no evitará la suspensión de pagos a pesar del último “plan de rescate”6—; a la crisis de la deuda de Italia y el Estado español; y a la debacle en que se mueve de nuevo el sistema financiero del continente, se añade, para redondear la ecuación, la recaída de sus principales economías empezando por Alemania.
La burguesía alemana, que había conseguido sortear los momentos más aciagos de la crisis debido a la potencia de su comercio exterior y la sobreexplotación de su clase obrera, no es inmune: “Alemania registra el peor dato de crecimiento desde la Gran Recesión: Entre un tren de alta velocidad y uno de vapor hay diferentes categorías. Sin embargo, Alemania ha pasado de ser uno a otro en tres meses sin pasos intermedios. En el primer trimestre del año registró un incremento de su PIB del 1,3%, pero en el segundo la locomotora de Europa anotó un leve aumento del 0,1%. La crisis de deuda de la eurozona y la debilidad de EEUU frenaron a la economía germana”. Y si cae Alemania cae el resto: “El crecimiento de la zona euro se limita a un avance del 0,2% entre abril y junio (…) El parón de Alemania y Francia hace retroceder la tasa interanual del 2,5% al 1,7%”7. 
Paralelamente, la crisis de la deuda y los malos datos económicos han empujado las bolsas hacia mínimos que no se recuerdan desde 20098. Y a este panorama se añade el seísmo provocado por el ataque contra la deuda española e italiana, que sólo se pudo contrarrestar cuando el Banco Central Europeo empezó a comprar bonos de ambos países, un desembolso que ya ha alcanzado los 50.000 millones de euros. En cualquier caso no fue el amor a Italia o España lo que empujó al BCE a tomar esta decisión. Ante el riesgo de una extensión descontrolada de la crisis —incluida la posibilidad de un “rescate” para Italia y España—, las amenazas de rebajar la calificación de la deuda francesa, y los rumores sobre la solvencia de los bancos alemanes y el inicio del ataque especulativo contra su deuda, la burguesía alemana se decidió a actuar aceptando que el BCE empezara a comprar deuda española e italiana. Una decisión, por otra parte, que ha encontrado opositores cualificados hasta llegar a la dimisión de Jürgen Stark, el economista jefe, alemán, del BCE. Gestos que ponen de relieve la desesperación de un sector importante de la burguesía germana que, a pesar de los discursos de Merkel, piensa que las cosas irían mejor sin las obligaciones que les impone la moneda común: “En Alemania hace muchos meses que influyentes economistas como Hans-Werner Sinn contemplan la ruptura del euro como un mal menor”9.
Así, lejos de resolver el problema con la aprobación del segundo paquete de ayuda a Grecia, los mercados no dieron ni un solo respiro y arreciaron en sus ataques. La ira divina no había sido aplacada. En una semana, la propia existencia del euro se puso en entredicho.

El futuro de la UE en la picota

El nivel de endeudamiento de Grecia no es superior al de California, sin embargo la UE a diferencia de EEUU no es un mercado unificado con una sola burguesía al frente. Como predijimos los marxistas, cuando la crisis arreciara predominarían los intereses de la potencia económica más poderosa —la alemana— que obviamente utiliza el BCE según sus intereses. El BCE presta al 1% a los bancos europeos, mientras regatea cada euro a los Estados más débiles.
En un contexto así, las costuras estallan por todas partes. Sectores de la burguesía y de los gobiernos de las economías más débiles, imploran que se instauren los eurobonos para frenar la especulación. Esto significaría que los países de la UE no emitirían deuda pública a título particular, sino a través del sistema de bonos con la garantía del BCE. Pero ¿qué representa esta medida en realidad? Que Alemania, como Estado que más aporta a la UE y economía dominante, respalde esta deuda y se haga cargo de la situación crítica que podrían atravesar muchos países de la UE. Por eso la clase dominante alemana no quiere eurobonos, es decir, no quiere salvar al resto de la UE a costa de sus ganancias y padecer las consecuencias que eso tendría para su propia economía doméstica. Sin embargo, la crisis de agosto ha demostrado que Alemania no puede dejar a países más grandes, como España o Italia, caer en un default (suspensión de pagos) o aproximarse a él, porque el futuro del euro y de la propia UE estaría completamente comprometido, y la economía alemana se vería seriamente afectada. Así que quizás intenten llegar a algún tipo de acuerdo, temporal e inestable, que espante el fantasma de la quiebra a corto plazo para los países más grandes de la UE.
Sea como fuere, con eurobonos o no, cualquier acuerdo será sobre la base de un mejor posicionamiento de la burguesía alemana en el continente, que ha estado utilizando la crisis de la deuda como un medio de meter en cintura a los países que no cumplían los límites de deuda, y presionando sobre la política interior de todos ellos. Es evidente que el poder de la burguesía alemana saldrá reforzado frente al del resto de naciones de la UE. Un ejemplo de ello es la reciente reforma de la Constitución española para garantizar el pago de los intereses de la deuda pública a la banca europea, a costa de un recorte salvaje de los gastos sociales. Otro, los planes que han puesto en marcha, con sus propios recursos, para cubrir a los bancos alemanes ante la posible quiebra de Grecia. La recesión ha dejado claro que la integración económica europea, y también la política, se subordina a los intereses de la burguesía nacional dominante.

La clase obrera en lucha

Tal como señalamos en anteriores escritos, los paquetes económicos de recorte del gasto público, que representan una declaración de guerra a la clase obrera, lejos de resolver el problema del capitalismo recrudecerá la crisis existente. Durante la Gran Depresión de los años treinta la Reserva Federal dejó caer el sector bancario de tal modo que en 1936 buena parte de la banca privada norteamericana había quebrado. En la actualidad, la burguesía norteamericana se decidió por no permitir que la banca siguiera el camino de los años treinta, entregando miles de millones de dólares para tapar la estafa financiera y provocando, al mismo tiempo, la crisis de la deuda y la quiebra de países. Una estrategia que, basada en la lógica del capitalismo y en asegurar el máximo lucro al capital bancario y especulativo, hará que la depresión mundial sea más aguda y estalle con más virulencia en el futuro.
En un artículo en Rebelión, el premio Nobel de Economía Stiglitz refuerza esta idea: “¿Cómo evitar el prolongado letargo de la economía? A comienzos de la recesión, escuchamos muchas amables palabras acerca de que habíamos aprendido lecciones de la Gran Depresión y del prolongado letargo japonés. Ahora sabemos que no habíamos aprendido nada. No se ha obligado a los bancos a volver a prestar. Nuestros dirigentes han intentado camuflar las debilidades de la economía, temiendo tal vez que hablando francamente se corría el riesgo de destruir totalmente una confianza ya demasiado frágil. Pero la partida ya está perdida… Ahora la amplitud del problema ha salido a la luz y ha surgido una nueva certeza: cualesquiera que sean las medidas que se adopten, las cosas van a empeorar. Un prolongado letargo parece ser el escenario más optimista”10.
Como economista keynesiano, Stiglitz piensa que el Estado burgués está por encima de los intereses de la clase que domina la sociedad, la clase capitalista. Propone que se premie a las empresas que invierten productivamente y que se obligue a los bancos a prestar para así salir de la crisis. Pero la crisis no es para todos: esta crisis está siendo un gran negocio para los capitalistas, para el capital financiero que es el que domina la economía mundial; en su búsqueda de beneficios genera esta inestabilidad, anarquía y desequilibrio. Y esto lo hacen los capitalistas, aunque se desbarate el aparato productivo y se reduzca la capacidad de consumo de las masas. Son los grandes negocios a corto plazo los que propulsan esta turbulencia económica, fruto de la fuerte corriente descendente del capitalismo como modo de producción social.
En un artículo del diario El País, publicado el 8 de agosto y titulado Las manos que mecen los mercados, se mostraba el mecanismo por el cual un sector clave del capital financiero introducía el pánico y el desorden apostando a la caída de un activo. Una evidencia más del carácter parasitario del modo de producción capitalista: “El cuarto actor del mercado es el más pequeño por tamaño pero quizás el más influyente: los hedge funds o fondos de alto riesgo. Al cierre del primer semestre de 2011 esta industria manejaba activos por valor de un billón y medio de euros, aunque el uso del apalancamiento (deuda) y derivados multiplica por varias veces su impacto real en el mercado. Las mayores gestoras de hedge funds del mundo son la británica Man Group (50.000 millones) y la estadounidense Bridgewater (44.000 millones). El presidente de esta última, Ray Dalio, advertía recientemente que las políticas monetarias expansivas de los mayores bancos centrales ‘provocarán un colapso de las divisas y de los mercados de bonos’ en 2013. El desarrollo de la ingeniería financiera ha puesto al servicio de los hedge funds un amplio abanico de productos que les permiten apostar por la caída de un activo. Estas estrategias suelen lograr su objetivo: causar el pánico en el resto del mercado”.
Se gana mucho dinero apostando en bolsa a la quiebra de países y especulando con la deuda pública. Gracias a esto es posible que una enorme masa de capital, que no se puede valorizar en el proceso productivo y con la venta de mercancías (fruto de la sobrecapacidad en la industria y la sobreproducción), obtenga plusvalías fabulosas. Pero esta situación es una bomba de relojería. El sueño capitalista de generar dinero sin pasar por el proceso productivo se ha transformado en realidad, pero este sueño además de imponer el caos en el sistema, es para la clase trabajadora y las masas pobres de todo el mundo una auténtica pesadilla. El sistema capitalista ha sobrepasado sus límites y ya no juega ningún papel progresista; las fuerzas productivas se rebelan contra las fronteras nacionales y la propiedad privada de los medios de producción, acaparados por una élite financiera que los pone al servicio de la especulación y la estafa.
Las políticas de recorte del gasto público, tan aplaudidas por todos los gobiernos sean del signo que sean, merman aún más la capacidad de consumo de la clase trabajadora, restringiendo aún más el mercado y exacerbando la crisis de sobreproducción. Del mismo modo, la crisis está siendo utilizada como chantaje para recortar derechos históricos de la clase trabajadora, desmantelar el Estado del Bienestar y privatizar servicios sociales esenciales como la sanidad, la educación pública, etc. La crisis está significando la caída de la participación de la clase obrera en la renta nacional de todos los países y un trasvase de fondos de la mayoría oprimida a la clase capitalista.
La perspectiva para los próximos meses está clara: una nueva profundización de la crisis económica se está preparando y, paralela a ella, una agudización de la inestabilidad política y nuevos estallidos sociales en todo el mundo a una escala superior. El intento infructuoso de equilibrar la economía capitalista, sobre la base del mayor ataque a los trabajadores desde la Segunda Guerra Mundial, está significando una sacudida colosal. Las huelgas generales en Grecia, Portugal, Francia, Italia, los motines en Londres, las manifestaciones del 15-M en el Estado español, la revolución árabe, el movimiento de las masas en Israel, las luchas juveniles y obreras en Chile y América Latina…, son la mejor muestra de que los trabajadores y la juventud no están dispuestos a ser sacrificados en el altar de los mercados. Se ha abierto la época de la revolución social, en Europa, en EEUU y en todo el mundo. La experiencia de millones de trabajadores, bajo los golpes de la crisis y la represión reatará las lecciones y tradiciones del pasado, recuperando el programa del marxismo revolucionario y la única causa que puede acabar con este sinsentido: la lucha por la transformación socialista de la sociedad.

NOTAS

1. Estas divisiones de la clase dominante, fruto de la profunda crisis del capitalismo norteamericano se han reflejado tanto en su política exterior como en su política interior de los últimos años. Y a todo ello no es ajeno el profundo cambio que se está produciendo en la conciencia de las masas y que es preludio de grandes acontecimientos revolucionarios: el equilibrio social que la burguesía norteamericana ha conseguido mantener los últimos sesenta años tras la Segunda Guerra Mundial está roto.
2. Citado en el artículo de Joaquín Estefanía, ‘Una recesión dentro de la depresión’, El País, 11/09/2011.
3. Ambas citas en EEUU, miedo a la recesión, 7/8/2011.
4. J. P. Velásquez-Gaztelu, ‘Impotentes ante la recaída’, El País, 7/08/2011.
5. Valorado en 450.000 millones de dólares, más de la mitad irá a reducción de impuestos y 200.000 millones a inversiones en infraestructuras públicas (140.000) y ayudas a desempleados (62.000). El País, 10/09/11.
6. Cuando este artículo se estaba escribiendo el gobierno de Papandreu anunciaba que sólo tenía liquidez para pagar los salarios de los empleados públicos y las pensiones del mes de octubre.
7. Ambas citas de El País, 17/08/2011.
8. Las pérdidas por la crisis bursátil obligaron a no permitir en las bolsas de varios países las operaciones en corto. Los valores de las bolsas mundiales han caído una media del 15% desde julio. “En siete días de agosto las bolsas de EEUU y Europa perdieron 930.000 millones de euros. Los índices de EEUU pierden un 7% de media, mientras que en Europa tan sólo el FTSE-100 británico consigue frenar su castigo por debajo del 12%, en la que se ha convertido en la peor racha de las bolsas mundiales en ocho años. El Dax alemán, hasta entonces el más resistente a las embestidas del mercado por su alto carácter cíclico, se ha desplomado un 17,35% en diez sesiones consecutivas en rojo” (Expansión, 10/07/11). Pero el desplome bursátil no se ha detenido, se han sucedido jornadas negras en los primeros diez días de septiembre.
9. ‘El primer gran cisma que sufre el Banco Central Europeo agrava la crisis del euro’ (El País, 10/09/2011). De hecho, los informes que cuestionan el euro no han dejado de sucederse: “El euro no funciona. No debería existir tal y como fue concebido. Para algunos países habría sido mejor no adoptarlo, pero ahora ya no hay marcha atrás porque el abandono de la unión monetaria sería increíblemente costoso para todos los miembros del club. Es la conclusión a la que ha llegado esta semana el banco UBS. Pero no todos los expertos están de acuerdo. Algunos creen que a Grecia no le queda otra alternativa que suspender el pago de su deuda, salir del euro y decretar una devaluación brutal de su recobrada moneda nacional para salvarse de una larguísima recesión. Una vez fuera del euro, sólo quedaría un paso para el corralito...” (‘Europa siente el vértigo del abismo’, El País, 11/09/2011).
10. Rebelión, 17 de agosto de 2011.

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