Programa, tácticas y estrategia para derrotar a los rentistas y sus servidores políticos
Día a día la crisis de la vivienda no deja de agravarse. El empobrecimiento que este negocio especulativo extiende entre la clase obrera, los miles de desahucios que ha provocado, la incertidumbre que crea a millones de jóvenes y familias trabajadoras, y el hecho de que desde el Gobierno del PSOE y Sumar se siga sin adoptar ninguna medida efectiva para acabar con esta pesadilla, han desatado una respuesta masiva en las calles.
Una parte significativa de nuestra clase, desde jóvenes precarios a trabajadores con ingresos que superan el SMI, nos vemos obligados a vivir en habitáculos minúsculos, en habitaciones de pisos que compartimos con personas desconocidas, o a trasladar nuestra residencia a zonas periféricas cada vez más alejadas de nuestros trabajos y vínculos familiares y sociales.
Mientras esto sucede, la concentración de la propiedad inmobiliaria avanza a un ritmo acelerado. Entre 2015 y 2024, el número de propietarios de una sola vivienda ha disminuido en un 1,8%, mientras que los propietarios de entre 6 y 10 inmuebles crecían en un 30,3% y los grandes tenedores, propietarios de más de 10 inmuebles, lo hacían en un 20,3%[1]. Paradójicamente, de las casi 900.000 viviendas construidas anualmente en los primeros años del siglo XXI, se ha pasado a tan solo 127.000 en 2024.
El sector inmobiliario, controlado por la banca, los fondos de inversión, las grandes constructoras y los caseros rentistas, ha hecho todo lo que está en sus manos para disparar los precios y acumular beneficios sin precedentes, eso sí, con la complicidad de los partidos que gobiernan en ayuntamientos, CCAA y estatalmente. En los hechos, toda la legislación relacionada con la vivienda tiene como clave de bóveda fortalecer el negocio especulativo y promover una transferencia creciente de la plusvalía de la clase obrera a estos tenedores rentistas.

Movilizaciones de masas que plantean un debate muy serio
La posición del Gobierno “progresista” respecto a la vivienda no es más que una continuación de la que tienen en otros asuntos de calado. La coalición PSOE-Sumar quiere presentarse como un “dique de contención” frente a la derecha y la extrema derecha, pero en los hechos se pliega a los intereses del imperialismo estadounidense, mantiene una lacerante complicidad con el régimen sionista, aprueba los presupuestos más militaristas de la historia y facilita, gracias a la paz social que mantienen con las cúpulas de CCOO y UGT, que los beneficios de la banca y los monopolios que cotizan en el Ibex 35 batan todos los récords.
Por mucho que algunos intenten disimularlo, son acérrimos defensores del libre mercado, y mantienen estrechos lazos con todos los que mandan en el sector inmobiliario, desde Florentino Pérez a los fondos buitre. En su trayectoria política, tanto el PSOE como los partidos que integran Sumar nunca se han opuesto seriamente a la privatización del suelo municipal ni a las grandes operaciones especulativas y pelotazos urbanísticos (como el de Chamartín, por citar un ejemplo emblemático). Siempre han estado dispuestos a impulsar, o tragar, las diferentes reformas de las leyes urbanísticas, del suelo, o a pergeñar leyes de la Vivienda, como la última en la que Podemos también participó, que han demostrado ser completamente impotentes porque no atacan el problema de fondo: poner fin a la especulación capitalista sobre la que se levanta este jugoso negocio.
Al abrigo de Gobiernos municipales y autonómicos, y del central, tanto esta izquierda reformista, como la derecha y la extrema derecha han ido haciendo cada vez más fuertes e intocables a los especuladores y rentistas. Por tanto, el problema no es solo de Ayuso, que lo es obviamente, ni de las administraciones dirigidas por el PP y Vox. El problema está derivado del modelo de acumulación capitalista que comparten todos los actores políticos mencionados. La izquierda asimilada al sistema puede ofrecer demagogia a raudales y muchos brindis al sol, pero nada más.
Todo esto ha quedado más que en evidencia en las grandes movilizaciones por el derecho a la vivienda que se suceden desde hace más de un año en las principales ciudades del Estado. La última del pasado 5 de abril[2] volvió a poner de manifiesto la enorme fuerza de la clase trabajadora, y muy especialmente de su juventud, que levantó su voz con decisión y firmeza.
Pero a pesar de la potencia de estas movilizaciones, el Gobierno mantiene invariable su política de favorecer el rentismo, eso sí, envuelta en los gestos que ya conocemos. Tanto es así, que el PSOE y Sumar nos han regalado un inmenso ejercicio de oportunismo político al participar en estas movilizaciones, como si la protesta no tuviera nada que ver con ellos.
Es evidente que el movimiento de la vivienda, construido desde abajo por miles de activistas, organizaciones, sindicatos y colectivos de la izquierda combativa, se encuentra en una disyuntiva. ¿Cómo dar un paso adelante y encauzar el enorme potencial de esta gran movilización social para derrotar el rentismo y arrancar victorias? ¿Cuáles deben ser los objetivos y las reivindicaciones concretas por las que luchar? ¿Cuáles son los mejores métodos y tácticas para conseguirlo, y quiénes son nuestros aliados en esta batalla? ¿Podemos aprender algo de la lucha de clases anterior, y en cuales experiencias nos podemos inspirar?
Desde la posición del marxismo revolucionario queremos aportar algunas claves que nos parecen relevantes y útiles en este debate.

Un programa de reivindicaciones que sirva a la clase trabajadora
Desde que el socialismo científico hizo su aparición histórica con Marx y Engels, los marxistas revolucionarios siempre se han empeñado en defender todas aquellas reivindicaciones que supusieran una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera, que ayudaran a comprender la necesidad de derrocar el capitalismo, que aumentaran su conciencia de clase y socialista.
Los comunistas revolucionarios no nos mantenemos al margen de las luchas por las reformas, sino que las entendemos como un medio para la agitación revolucionaria entre nuestra clase y para reforzar su capacidad de combate. Sabemos perfectamente que las reformas, incluso las más progresivas, tienen un carácter temporal: pueden ser eliminadas con rapidez por la burguesía cuando la correlación de fuerzas cambia. Pero no por ello las despreciamos, las ignoramos o las condenamos.
A diferencia de la socialdemocracia, los comunistas adoptamos un método revolucionario para conseguir estas reformas, nos apoyamos en la movilización obrera más masiva y contundente, en la coordinación y unificación de las luchas, en las asambleas, en las huelgas y ocupaciones de fábrica, en la huelga general, y no mostramos confianza alguna en el juego parlamentario para alcanzarlas. La acción militante por lograr conquistas y derechos es parte indisoluble de la batalla por el socialismo. Rosa Luxemburgo lo expuso de manera brillante en su gran obra Reforma o revolución, y sus conclusiones siguen siendo muy útiles para el momento actual.
La historia del movimiento comunista y del bolchevismo muestra, para quienes quieran comprender, una rica experiencia de cómo apoyar e intervenir en movimientos por reivindicaciones parciales. Esto es precisamente lo que representa la lucha cotidiana de nuestra clase, una escuela necesaria para elevar el nivel de conciencia de los trabajadores involucrados. Lenin y sus partidarios participaron de una manera enérgica en los sindicatos obreros dirigidos por reformistas, en las huelgas por cada mejora salarial y laboral, y en cada movimiento que afectara a los intereses de nuestra clase, desde el voto y la igualdad en derechos de la mujer trabajadora, una vivienda pública arrancada al Estado capitalista, la educación y la sanidad públicas, o por el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas…
Tener en cuenta estas consideraciones nos permitirá intervenir en el movimiento por la vivienda con las reivindicaciones y demandas que mejor pueden desvelar el fondo del problema, que no es otro que el papel reaccionario de la propiedad capitalista, y movilizar a millones elevando su nivel de conciencia y de organización para derrotar a un enemigo poderoso.

Necesitamos un programa que apunte al corazón de este mercado especulativo y ponga el derecho universal a la vivienda pública, gestionada directa y democráticamente por sus inquilinos y organizaciones, por delante del lucro de los rentistas. Un programa que debe incluir, entre otras, las siguientes demandas y medidas:
1.-Expropiación sin indemnización de las viviendas en manos de bancos, fondos buitre, especuladores y caseros rentistas para que, junto con las que están bajo el control de la Sareb, se pueda constituir en los próximos cinco años un parque de entre dos y tres millones de viviendas de titularidad pública para alquiler social. Este sería un primer plan, al que deberían seguir planes semejantes en los siguientes quinquenios para sacar la vivienda del mercado.
2.-Estas viviendas públicas, por ley, no podrían ser enajenadas ni volver al mercado privado, y serían alquiladas por un precio que en ningún caso sobrepase el 20% del SMI.
3.-Este parque de vivienda pública universal debe estar bajo control y gestión democrática de los inquilinos y los sindicatos, asambleas y colectivos de la vivienda implicados en la lucha.
4.-Establecer un tope inmediato a todos los alquileres, estipulando un máximo por metro cuadrado, que suponga una rebaja inmediata del 50% en la media de los precios actuales.
5.-Establecimiento de contratos indefinidos de alquiler que protejan a los inquilinos e impidan las subidas especulativas. Prohibición de todo tipo de cláusulas abusivas, con sanciones ejemplares a los caseros infractores.
6.-Expropiación sin indemnización del suelo urbano y urbanizable en manos de fondos de inversión, bancos y especuladores inmobiliarios.
7.-Expropiación de las grandes inmobiliarias y empresas de la construcción. Creación de una red estatal de empresas públicas de la construcción en todos los territorios, bajo control obrero. De esta manera se acabaría con la corrupción sangrante de las licitaciones públicas.
8.-Prohibición del alquiler turístico o de temporada en zonas con déficit habitacional, y una estricta regulación de ese negocio que salvaguarde los cascos históricos de las ciudades y la protección medioambiental contando con el asesoramiento y las propuestas de las organizaciones, sindicatos y colectivos de la vivienda y ecologistas.
9.-Prohibición de los desahucios por ley. Basta del empobrecimiento de la clase obrera.
10.-Autodefensa vecinal y obrera contra los escuadristas fascistas de Desokupa y su negocio inmobiliario.
Un debate teórico que es muy práctico
La reivindicación de este parque público de vivienda en alquiler social no es compartida por todas las organizaciones y plataformas que componen el movimiento organizado por el derecho a la vivienda.
La idea de que “la vivienda pública no es una solución” sino que es “un problema para la clase trabajadora” es defendida por algunos sectores combativos, como los Sindicatos de Vivienda de diversas ciudades que inspiran los compañeros y compañeras del Movimiento Socialista (GKS/OJS/CJS), y que se han destacado en la lucha contra los desahucios.
En las declaraciones escritas del MS se hace énfasis en reivindicar que “la erradicación efectiva de este problema [el de la vivienda], solo puede venir de la mano de la abolición efectiva de este sistema. La abolición del capitalismo, además, solo puede darse en términos positivos mediante la instauración de un nuevo sistema socialista, un sistema caracterizado por una vivienda universal, gratuita y de calidad”[3].

Estamos de acuerdo en que el socialismo permitirá la resolución del problema de la vivienda mediante la expropiación de los capitalistas y la puesta en marcha de un plan democrático para una economía planificada. Pero la cuestión es si existen hoy, o no, reivindicaciones clasistas y socialistas que puedan movilizar a la clase obrera en su lucha por la vivienda.
A unas semanas de la gran manifestación del 5 de abril, vimos en barrios de Madrid carteles firmados por los Sindicatos de Vivienda afines al MS con una consigna muy destacada: “La vivienda pública no es la solución”. En estos carteles también se denunciaba correctamente los desahucios de viviendas propiedad de la SAREB. Pero la consigna central, y muy llamativa, era esa “La vivienda pública no es la solución”.
Obviamente muchos jóvenes y trabajadores al verlos seguramente se habrán preguntado: ¿Y cuál es la solución entonces? ¿No hacer vivienda pública? ¿Y acaso esto no es lo que ya ocurre?
Los carteles no planteaban ninguna propuesta en positivo, ni siquiera que la alternativa fuera el socialismo. Pero cuando se interviene en un movimiento de masas es importante considerar las implicaciones prácticas de cada posición política que se defiende.
Entrando al meollo de la cuestión. ¿En qué situación se encuentra actualmente la vivienda pública? Según los últimos datos oficiales, publicados el 20 de marzo por el Ministerio de Vivienda, en 2024 se construyeron 14.371 casas de protección oficial. En 2023 fueron 8.847. Es decir, menos de 24.000 viviendas públicas en todo el Estado español, una cifra completamente ridícula[4].
Todo esto no es ninguna casualidad. Los Gobiernos locales, autonómicos y el central, tanto los del PP como los del PSOE, los del PNV, de Junts y ERC, han aplicado en la vivienda el mismo criterio que para la sanidad, la educación y el resto de servicios sociales y sectores estratégicos: privatizarlos para que los capitalistas obtengan de ellos el máximo beneficio. Sí, una furiosa privatización, que en el caso de la vivienda pasa por no construir vivienda pública y dejar el mercado en manos de los especuladores privados. Una estrategia que ha contado, por supuesto, con la colaboración activa de las cúpulas de CCOO y UGT.
Ante esta realidad, concreta y objetiva, cabe preguntarse: ¿A los comunistas revolucionarios nos da igual que se privatice la sanidad y la educación, nos da igual que se haya privatizado el sector eléctrico, que la vivienda sea un mercado privado controlado por bancos, fondos y caseros rentistas? ¿Nos encogemos de hombros ante este asunto y afirmamos que es lo mismo que los servicios sean públicos, de calidad y gratuitos, o que no lo sean, porque lo fundamental es luchar por el socialismo? ¿Es así como aumentamos la conciencia socialista de la clase obrera y la juventud?
Evidentemente al formular la pregunta, la respuesta cae por su propio peso. Por supuesto que no nos da igual. Cometeríamos un grave error si consideráramos que los servicios públicos, que se han arrancado con una dura lucha por parte de generaciones anteriores de trabajadores y jóvenes, son algo superfluo que no influye en nuestra calidad de vida. Es completamente absurdo. De hecho, estos servicios públicos forman parte del llamado “salario social”, es decir, constituyen una parte de la plusvalía que retorna al conjunto de la clase trabajadora.
Por eso la sanidad, la educación y la vivienda públicas, y el resto de los servicios sociales están bajo ataque y se privatizan, con el acuerdo completo de la socialdemocracia. Los capitalistas nos arrebatan esta parte de la plusvalía que se vieron obligados a ceder por la lucha de clases. Saben que de esta manera los recursos públicos llegan directamente a sus cuentas corrientes a costa de precarizar el empleo, de “externalizar” plantillas que antes estaban ligadas a empresas públicas y a las que ahora se pagan menos salarios y se roban derechos laborales. Una estrategia que nos obliga a desembolsar una parte fundamental de nuestros ingresos mensuales para acceder a unos servicios de mucha peor calidad y que están bajo su directo control.
Este es un pilar de la estrategia capitalista para aumentar la tasa de ganancias en la fase actual de estancamiento y decadencia del sistema.
Por supuesto que nuestra alternativa es el socialismo. Eso es el ABC. Pero en el abecedario de la revolución hay más letras, que se llaman, en términos marxistas, reivindicaciones de transición, y que siempre han sido empleadas por los comunistas para ganar influencia y militancia para el programa del socialismo. Reivindicaciones transicionales que son acompañadas de tácticas y métodos de lucha revolucionarios, y de la intervención práctica en todos aquellos espacios en que se organiza la clase obrera y la juventud.

Como comunistas estamos por la abolición del trabajo asalariado, algo que lograremos en la sociedad comunista. Pero si en las fábricas y empresas en las que trabajamos, las asambleas de trabajadores tienen que decidir una plataforma reivindicativa por el convenio, ¿podemos imaginar a los militantes comunistas decir que nos da igual la subida salarial, o los derechos a conseguir en la lucha sindical, porque la única alternativa es el socialismo? Obviamente los trabajadores nos verían como gente muy instruida pero completamente ajena a sus problemas e intereses.
El genuino comunismo, no distorsionado y envilecido en los años de degeneración estalinista siempre recurrió a las tácticas más flexibles para llegar a la clase obrera y sus sectores más avanzados. El libro de Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, es una declaración que sigue manteniendo todo el rigor y la fuerza argumentativa para la actualidad, además de exponer las genuinas posiciones del bolchevismo en los asuntos de relieve, ya sea la participación de los comunistas en el Parlamento, en los sindicatos reformistas, el frente único con otras organizaciones de la izquierda que no son revolucionarias, cómo se consigue la disciplina partidaria, o se favorece el desarrollo de la conciencia socialista, algo que no puede surgir únicamente de la propaganda sino que se forja en la experiencia práctica de la lucha de clases.
También las tesis Tesis sobre la táctica[5] aprobadas en el III Congreso de la Internacional Comunista son una buena referencia. En unos momentos en los que la crisis revolucionaria que siguió al final de la Primera Guerra Mundial empezaba a remitir, los dirigentes bolcheviques vieron imprescindible definir “los medios a emplear en la conquista para los principios del comunismo, de la mayoría de la clase obrera, los medios a emplear para organizar los elementos socialmente determinantes del proletariado en la lucha por la realización del comunismo”, en una situación en la que los partidos comunistas “no poseen aún la dirección efectiva del grueso de la clase obrera en la lucha revolucionaria real”.
“La naturaleza revolucionaria de la época actual —señalan las tesis— consiste precisamente en que las condiciones de existencia más modestas de las masas obreras son incompatibles con la existencia de la sociedad capitalista y que, por esta razón, la propia lucha por las reivindicaciones más modestas adquiere las proporciones de una lucha por el comunismo”. Las similitudes con el momento actual son obvias.
Para algunos sectores la lucha por un parque de vivienda pública de alquiler social puede ser una reivindicación parcial que nos aparta del comunismo, pero los cientos de miles que salieron a las calles en las grandes movilizaciones de octubre y abril expresan precisamente una necesidad vital que requiere de medidas enérgicas. Para convencer a esos cientos de miles de que sus demandas chocan contra el orden capitalista, no basta con que los comunistas lo proclamemos. Es necesario hacer avanzar la lucha y que lo comprueben por su propia experiencia. Esa es la manera práctica de que la conciencia socialista se desarrolle. Obligar mediante la movilización de masas a un Gobierno capitalista, como el actual, a reconstituir y ampliar el parque de vivienda pública que el movimiento obrero conquistó hace algunas décadas, pero mejorado y con viviendas dignas, es perfectamente factible y abriría un camino hacia reivindicaciones más audaces y profundas.
Precisamente para hacer avanzar hacia objetivos más ambiciosos a un movimiento que es por su propia naturaleza anticapitalista, no nos limitamos a exigir pasivamente más vivienda social. Exigimos que ese parque de vivienda pública se levante sobre la expropiación de las propiedades acumuladas por bancos, fondos y caseros rentistas, y se gestione democráticamente bajo control obrero y de las organizaciones implicadas. Y lograrlo implica una batalla frontal contra el régimen capitalista y sus partidos en el Gobierno.

Como muy bien explican las citadas Tesis, “en la medida en que la lucha por esas reivindicaciones abarque y movilice a masas cada vez más grandes, en la medida en que esta lucha oponga las necesidades vitales de las masas a las necesidades vitales de la sociedad capitalista, la clase obrera tomará conciencia de que, si quiere vivir, el capitalismo debe morir”.
A pesar de la enorme autoridad de Lenin y del Partido Bolchevique, la orientación táctica aprobada por la Internacional Comunista no recibió en su momento un apoyo unánime. Los sectores más ultraizquierdistas se opusieron vehementemente y las tildaron de capitulación ante el reformismo. Por eso las Tesis dan una respuesta a quienes, aunque sea con la más revolucionaria de las intenciones, minusvaloran el valor de las luchas por la mejora de la vida cotidiana de la clase obrera bajo el capitalismo: “Toda objeción contra el planteamiento de reivindicaciones parciales de este tipo, toda acusación de reformismo bajo pretexto de estas luchas parciales, derivan de esa misma incapacidad de comprender las condiciones reales de la acción revolucionaria que ya se manifestó en la oposición de ciertos grupos comunistas a la participación en los sindicatos y a la utilización del parlamentarismo. No se trata de predicar siempre al proletariado los objetivos finales sino de hacer progresar una lucha concreta que es la única que puede conducirlo a luchar por esos objetivos finales”.
Luchar contra el rentismo es hacerlo contra el sistema capitalista
Convertir las movilizaciones en una batalla de toda la clase obrera, requiere no solo un programa que marque claramente los objetivos a conquistar sino también una comprensión correcta de las fuerzas sociales que se enfrentan en esta batalla.
En este sentido, creemos que algunas de las principales formulaciones expuestas por el Sindicato de Inquilinas/Sindicat de Llogateres en su libro Poder inquilino[6], no son útiles para hacer avanzar la lucha con un enfoque clasista y de masas.
Exponer el problema de la vivienda como un enfrentamiento entre “dos clases sociales”, los rentistas y las inquilinas, es un planteamiento que distorsiona la realidad. No todos los inquilinos tienen los mismos intereses, ni forman parte de la misma clase social. El inquilinato no es una clase en sí, ni para sí.
El motor del sistema capitalista sigue siendo, por mucho que cambien sus formas jurídicas o se sofistiquen sus herramientas financieras, la apropiación privada de la plusvalía del trabajador asalariado. Por esta razón, un asalariado y un empresario, o sectores de la clases medias que vivan de alquiler, de ninguna manera forman parte de la misma clase social y ni siquiera comparten un interés inmediato.
Tras esta confusión subyace un concepto erróneo sobre la naturaleza del capitalismo, que los autores del libro califican como “capitalismo rentista” que “describe un sistema económico donde el control de activos generadores de rentas se convierte en el eje central de la organización y estabilidad de la economía. A diferencia de la economía tradicional, en la que la mercancía es la forma dominante, en el capitalismo rentista el protagonismo recae en los activos. En este modelo, el objetivo principal no es crear valor a través de bienes o servicios destinados al consumo, sino poseer y gestionar activos que generen ingresos recurrentes. Así, los beneficios provienen más de la extracción que de la creación de valor, convirtiendo la revalorización de activos y la acumulación de rentas en características clave del capitalismo actual”.
Sin lugar a duda, el desarrollo parasitario del capitalismo financiero, que cuenta ya con más de un siglo de vida, ha llegado muy lejos, pero detrás de los beneficios generados por actividades puramente especulativas hay, siempre, un valor producido por la clase trabajadora y del que es despojada. La aparente “creación de valor” desde la nada en los mercados financieros o inmobiliarios no es otra cosa que la redistribución entre diferentes capitalistas de la plusvalía generada, o que se generará en el futuro, por los asalariados en sus centros de trabajo.

Pero lo peor de este planteamiento, que busca aparecer como “original”, es que hurta el papel central que la clase obrera debe jugar en la batalla contra la especulación rentista, contra los Gobiernos que la sostienen, y contra el capitalismo de la que nace y obtiene su fuerza. Un papel central porque la clase obrera posee la capacidad para hacer que las movilizaciones sean masivas, para hacerlas crecer en extensión e intensidad, y arrancar victorias paralizando la vida social y económica del país.
Creemos que es erróneo afirmar que “no existe un único sujeto destinado a acabar con el capitalismo” como plantea el libro. ¿Cuáles son los sujetos entonces? Para nosotros, comunistas revolucionarios, es la clase trabajadora, el conjunto de todas aquellas personas que tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir, la que, por el lugar que ocupa en el proceso de la producción, tiene la capacidad para destruir el capitalismo y crear una sociedad socialista, libre e igualitaria.
Para que esta capacidad se materialice es imprescindible que se organice de forma consciente para acabar con este sistema. Este proceso ha resultado históricamente difícil, pues los dirigentes de las organizaciones obreras tradicionales, convertidos en burócratas reformistas fusionados con el Estado capitalista, se han constituido en el principal obstáculo para que la lucha de clases avance, y en los momentos decisivos se han colocado en la barricada de los capitalistas para hacer descarrilar la revolución.
El movimiento por la vivienda abre la posibilidad de volver a agrupar en la lucha a los sectores fundamentales de la clase obrera, y unificarla por objetivos claros. Pero para ello no solo hay que entender correctamente la naturaleza del capitalismo sino también las razones de la debilidad de la lucha obrera en los últimos años.
En este libro se afirma lo siguiente: “al convertirse en propietarios, muchos trabajadores empezaron a creer que ya no necesitaban sindicatos para luchar por sus derechos laborales, ni un Estado que interviniera para proteger su bienestar. Pensaban que solo hacía falta ser propietarios de sus casas y que los precios de las viviendas siguieran subiendo para garantizar su futuro y su calidad de vida. Así, la idea de que el patrimonio personal dependía más del valor de la vivienda que del trabajo se instaló en la sociedad. Al mismo tiempo, se desmantelaron servicios y estructuras colectivas que antes ayudaban a las personas, y el bienestar de las familias quedó ligado al riesgo de que los precios de las casas pudieran caer o subir, sin ningún tipo de seguridad”.
El argumentario no es nuevo: culpabilizar a la clase obrera de “aburguesarse” y convertirse en “propietaria”, para excusar a los dirigentes reformistas de sus traiciones, de su completa integración en la clase dominante; considerar el Estado como una institución neutral de la sociedad, o incluso un benefactor de los oprimidos, y no un instrumento de dominación y opresión de la burguesía; o no entender para nada el proceso de acumulación capitalista en esta época y sus consecuencias a la hora de acabar con los servicios públicos, la vivienda pública y en el terreno ideológico estimular las salidas individuales frente a la acción colectiva, todo esto, no es nada original. Es lo que siempre ha planteado una corriente de la izquierda, fundamentalmente proveniente de clases medias y de extracción universitaria, dominada por el escepticismo y la desmoralización.
Difícilmente se podrá encabezar una batalla exitosa por el derecho a la vivienda si se empieza culpando a la clase trabajadora por los ataques que ella misma sufre duramente en sus propias carnes.
Esta desconfianza latente en la capacidad colectiva de los trabajadores y trabajadoras se traslada, como no, a alguna de las propuestas programáticas más importantes.
Apoyándose en una visión ahistórica de un supuesto “cambio en la función principal” de la vivienda que “antes era vista sobre todo como un lugar para vivir, pero poco a poco [a partir de 1980] fue convirtiéndose en un activo financiero, es decir, en una forma de ganar dinero”, se plantea como objetivo retirar paulatinamente la vivienda del mercado capitalista.
Esa visión de un sistema de vivienda ajeno al mercado en un idealizado tiempo pasado no resiste el más mínimo análisis. Prácticamente desde que el capitalismo se expandió con la revolución industrial, las rentas de la vivienda se convirtieron en un medio más de enriquecimiento de los propietarios. Las luchas de los inquilinos, generalizadas desde el siglo XIX que el propio libro cita así lo demuestran.
¿A dónde nos conduce todo esto? A plantear salidas individuales, válidas para personas con ciertos ingresos, pero que fragmentan y debilitan la lucha colectiva. La idea de las cooperativas de cesión de uso no es una solución real al problema de la vivienda bajo el capitalismo. Plantear que “cuando un grupo de inquilinas enfrentadas a desahucios o subidas abusivas decide organizarse, pueden optar por constituir una cooperativa de cesión de uso con el fin de adquirir el edificio en el que viven” es llevar el movimiento a un callejón sin salida.

Al margen de que recompensar con dinero a los fondos buitre, como ocurrió en la barcelonesa Casa Orsola, es un completo escándalo, la experiencia muestra que el cooperativismo no es una alternativa a la falta de acceso a la vivienda. Esta opción no rompe con el mercado y, antes o después, acaba inevitablemente absorbido por los poderosos mecanismos de reproducción de ese sistema. La expropiación para convertir las viviendas en manos de rentistas privados en viviendas de titularidad pública con alquiler social, y gestionada democráticamente por sus usuarios y organizaciones, es la única alternativa consecuente para enfrentar el problema de fondo.
Métodos y tácticas que sí sirven para confrontar con los capitalistas
Para hacer realidad este programa habrá que vencer la férrea resistencia de los rentistas y sus servidores políticos. Debemos prepararnos para una lucha prolongada, pero de la que podremos salir vencedores si aplicamos toda la fuerza, experiencia y capacidad de lucha del movimiento obrero.
El primer paso debe ser preparar seriamente la huelga de alquileres. Si miles de inquilinos en las ciudades más importantes dejamos de engordar durante dos, tres o cuatro meses los bolsillos de los caseros rentistas, la presión sobre el Gobierno central y de las CCAA se hará sentir con mucha fuerza. Organizados y unidos podremos hacer frente a las amenazas de desahucio, ya sean de los juzgados o de las bandas fascistas de Desokupa.
Pero la huelga de alquileres no puede verse como un ejercicio abstracto de activismo y propaganda. Es necesario convocar asambleas masivas en nuestros barrios y proponer un espacio temporal concreto para hacerla efectiva. Así lograremos acumular las fuerzas necesarias y levantar un gran movimiento político de toda la clase obrera en defensa del derecho universal a una vivienda pública digna.
En esta batalla, la organización de una gran huelga general que paralice la actividad económica sería un paso trascendental. Debemos hacer una campaña enérgica en las bases de los sindicatos obreros para impulsar cientos de asambleas en fábricas y lugares de trabajo, y una extensa actividad en barrios, centros de estudio y universidades a favor de la huelga general. Hay que popularizar esta consigna, uniendo nuestras fuerzas al sindicalismo combativo y a todos los movimientos sociales dispuestos a dar la pelea.
En los años setenta del siglo pasado, la movilización vecinal más masiva, las huelgas y manifestaciones cotidianas, las ocupaciones y encierros, lograron mejorar muchos barrios obreros, y dar un impulso formidable a la construcción de decenas de miles de viviendas públicas. Las manifestaciones de estos meses son un aldabonazo. Pero debemos dar un paso adelante con una estrategia socialista y clasista, en la que los trabajadores y trabajadoras pongamos nuestro sello. Este es el camino para derrotar a las fuerzas poderosas del capital rentista y conquistar victorias reales.
Notas:
[1] El número de grandes propietarios aumenta un 20% en la última década
[2] Centenares de miles en todo el Estado contra el negocio de la vivienda. ¡A por la huelga de alquileres!
[3] Propuesta Política del Sindicato Socialista de Vivienda de Euskal Herria
[4] El auge de la vivienda protegida: se construyeron un 62% más de VPO en 2024 hasta alcanzar el máximo en 10 años
[5] La Internacional Comunista Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos (1919-1922)
[6] Poder inquilino. Sindicato de Inquilinas. Sindicat de Llogateres