Aunque el golpe militar de julio pasado hizo caer drásticamente el nivel de huelgas y movilizaciones obreras, a partir de octubre se está dando un resurgir. La oleada de huelgas, que afecta a sectores fundamentales (textil, siderurgia, sanidad pública, servicio postal), tiene por bandera la tradicional reivindicación de un salario mínimo digno. La represión no ha podido parar las luchas, hasta el punto de que los militares tuvieron que destituir al Gobierno títere de Hazem el Beblaui el 25 de febrero. El régimen bonapartista del mariscal Abdulfatah al Sisi intenta legitimarse preparando un teórico triunfo aplastante en las elecciones presidenciales de finales de mayo y principios de junio.

La exigencia del salario mínimo es un desencadenante de muchas luchas obreras, tanto durante la insurrección que acabó con el poder de Mubarak como bajo los gobiernos burgueses posteriores. El Gobierno impuesto por los militares tras el golpe de Estado de julio se vio obligado a crear un salario mínimo de 1.200 libras egipcias (126 euros); de esta forma, y también con la incorporación como ministro de Trabajo de Kamal Abu Eita (presidente de la Federación de Sindicatos Independientes y cuya designación provocó una crisis interna), intentaba comprar la paz social, mientras centraba los ataques en la vanguardia de la clase obrera y, especialmente, de la juventud. Sin embargo, la maniobra no les ha salido bien.

Los trabajadores del sector privado, e incluso de la empresa pública, han sido excluidos de las ventajas del salario mínimo. Incluso, dentro de la función pública, los beneficiarios de esta reforma sólo están siendo los miembros de las categorías superiores. Este agravio comparativo está provocando luchas en muchos sectores.

‘Hemos hecho caer dos regímenes…’

El 10 de febrero veinte mil trabajadores de la compañía pública de Hilado y Tejido Misr, del conglomerado textil de Mahala se declararon en huelga. Tomaron la sede de la empresa exigiendo el salario mínimo, la dimisión del presidente de la compañía (Fuad Abdel Alim) por corrupto y la elección de los directivos. Denunciaban también las maniobras del Gobierno para preparar la venta de esta y otras empresas públicas. Iman Khali, un trabajador, declaraba: “Si hemos hecho caer dos regímenes [el de Mubarak y el del islamista Mursi], ¡cómo no vamos a hacer caer a Abdel Alim!”. La huelga se extendió rápidamente a otras dieciséis empresas textiles, públicas y privadas, del Delta del Nilo. El día en que 12.000 trabajadores de la compañía pública del textil de Kafr al-Dawar paraban en solidaridad, el primer ministro se comprometió a satisfacer las demandas obreras. Aunque el sindicato le dio un plazo de dos meses, parando la huelga, este episodio, en el corazón industrial de Egipto, animó a la lucha a otros sectores.

El mismo día que paraba la huelga textil, comenzaba la de trabajadores del transporte público, entre ellos los 42.000 de los autobuses de El Cairo; 800 huelguistas ocuparon la cochera de Alejandría. También han parado 55.000 empleados del servicio postal, siderúrgicos, funcionarios de El Cairo, Alejandría, Suez o Kafr al-Dawar, 40.000 médicos, veterinarios, trabajadores de construcción de carreteras, farmacéuticos… Incluso los agentes de base de la policía hicieron huelga para exigir el mismo aumento del 30% que habían conseguido los oficiales (y lo consiguieron). Mientras, la histórica lucha de la empresa Tanta Linen (del sector de transformación agraria), exigiendo su renacionalización, continúa.

El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas dio el golpe de julio para evitar la caída revolucionaria de Mursi. La ausencia de una dirección revolucionaria permitió al ejército egipcio, apoyado por todas las fuerzas políticas “progresistas”, el imperialismo e incluso sectores de la izquierda, como el Partido Comunista egipcio, adueñarse del triunfo de las masas e instalarse en el poder. Presentándose falsamente como “amigo del pueblo”, su objetivo no es otro que acabar con la revolución. La salvaje represión contra los militantes y simpatizantes de la Hermandad Musulmana no es más que una coartada para una ofensiva generalizada contra los activistas del movimiento obrero y juvenil (desde agosto 16.000 personas han sido detenidas, y 3.000 asesinadas). Tres activistas han sido condenados a tres años de cárcel por organizar “manifestaciones no autorizadas”, y cinco dirigentes de la huelga postal fueron arrestados en sus domicilios, acusados de “formar una célula terrorista en las oficinas de correos”.

El hecho de que se esté produciendo un fuerte movimiento huelguístico, a pesar de la brutal represión, es un indicativo muy claro de que la lucha de los trabajadores, su voluntad de cambios sociales y políticos profundos no se ha podido cortar. En un momento determinado el eje de las movilizaciones se puede desplazar de nuevo a objetivos más abiertamente políticos, de confrontación abierta con el régimen militar.

Crisis de Gobierno

La incapacidad del Gobierno de El Beblaui para frenar las huelgas llevó a su cese sorpresivo el 24 de febrero. El nuevo Gobierno mantiene una conexión aún mayor tanto con la dictadura mubarakista como con las grandes empresas. El mismo primer ministro, Ibrahim Mahlab, fue un estrecho colaborador del dictador y presidente de una gran empresa constructora del mundo árabe. Los ministros de Exteriores, Transporte y Administración Local fueron cargos de Mubarak, el de Comunicaciones fue director general de Oracle Egipto.

Entre mayo y junio serán las elecciones presidenciales. Realmente la cúpula militar quiere organizar un referéndum para consagrar a Al Sisi como Bonaparte de la revolución. Un referéndum suficientemente preparado como para poder proclamar que tiene un apoyo del 90% mínimo. Sin embargo, no van a poder evitar el boicot a las elecciones por parte, probablemente, de la mayoría de la población.
El proceso de la revolución no se ha parado. El intento contrarrevolucionario actual todavía no se ha medido con las masas revolucionarias en acción. Los problemas de la época de Mubarak persisten; el 40% de la población vive con menos de dólar y medio al día. Mientras tanto, la clase obrera sigue sacando músculo. La construcción de una dirección revolucionaria a la altura es vital.

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