El 16 de abril se celebró el referéndum sobre la reforma constitucional propuesta por el presidente Erdogan, que pretende establecer una auténtica dictadura bajo el eufemismo de “presidencia ejecutiva”. Erdogan obtendría con ella un control casi absoluto de todas las funciones de gobierno, del aparato del Estado y de buena parte de la judicatura, y su mandato podría alargarse hasta 2029. El resultado de esta votación arroja bastante luz acerca de la supuesta fortaleza de Erdogan y de las posibilidades de que su dictadura sea derrotada.

Según los datos oficiales, el sí a la reforma habría obtenido un 51,4%, con una participación del 83,3%. Incluso si hubiera sido un resultado legítimo, se podría considerar un fracaso o como mucho una victoria pírrica. Pero no es el caso. En medio de la jornada electoral el Consejo Electoral Supremo proclamó que admitiría papeletas que no llevasen los debidos sellos oficiales para el recuento. El Partido Republicano del Pueblo (CHP, kemalista) y el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, la izquierda prokurda) valoran en dos millones y medio los votos sin esos sellos. Una cifra determinante, teniendo en cuenta que la diferencia entre el sí y el no ha sido de algo más de 1.100.000 votos. A esto hay que sumar a cerca de medio millón de kurdos que no pudieron inscribirse para votar al ser desplazados de sus localidades por la guerra desatada por Erdogan en el Kurdistán turco en el verano de 2015.

En sí mismos estos datos son un completo escándalo, pero además se suman al desarrollo de la campaña electoral, un auténtico pucherazo preventivo, donde cualquiera que se manifestase por el no era inmediatamente tachado de terrorista: se ha desarrollado bajo el estado de emergencia tras el golpe de Estado de julio de 2016; la purga que desató Erdogan tras el golpe ha provocado el despido, suspensión o encarcelamiento de 120.000 funcionarios, el cierre de 28 canales de televisión, 66 periódicos, 19 revistas, 36 emisoras de radio, 26 editoriales y cinco agencias de noticias, y el encarcelamiento de unos 150 trabajadores de medios de comunicación, incluidos 81 periodistas (más que la suma de los encarcelados en China, Egipto, Irán, Rusia y Siria); el HDP está bajo una persecución implacable desde hace año y medio, 12 de sus diputados están encarcelados, incluidos sus dos copresidentes, junto a miles de militantes y dirigentes regionales, 82 alcaldías dirigidas por ellos han sido suspendidas y son dirigidas por funcionarios del Ministerio de Interior.

Victoria del no en las grandes ciudades

Al margen del fraude, la debilidad de la posición de Erdogan se manifiesta cuando se comparan los datos con anteriores elecciones: en las últimas legislativas de noviembre de 2015, los partidos que defendían el sí en el referéndum, AKP (Erdogan) y MHP (extrema derecha) obtuvieron un 60% de los votos. Más clarificador aún es ver los resultados de las principales ciudades y provincias. El no gana en cuatro de las cinco provincias más pobladas. De las principales ciudades, en las dos mayores (Estambul y Ankara) Erdogan es derrotado por primera vez desde 1994; en la tercera (Esmirna), el resultado es un demoledor 69% por el no; en la cuarta (Adana) y en la turística Antalya, un 60%. En las ciudades kurdas, a pesar de la represión y la guerra, el resultado es también abrumador por el no: en Diyarbakir, la capital kurda, un 70%; en la devastada Cizre, un 80%; Nusaybin, 79%; Silvan, 77%; Silopi, 75%...

La respuesta de las masas en este referéndum ha sido ejemplar. Sin una dirección consecuente ni unificada y a pesar de la represión, todos los sectores que se han estado movilizando estos meses han votado no: trabajadores, estudiantes, profesores, el movimiento contra la opresión de la mujer (que ha sido la punta de lanza en diferentes ocasiones) el movimiento kurdo… La prensa burguesa no hace más que señalar la “imposibilidad de una respuesta unitaria” de la izquierda, cuando lo que hemos visto es todo lo contrario.

Desde la misma noche electoral se están repitiendo acciones de protesta contra el fraude. Miles de manifestantes en las principales ciudades turcas están dando una lección de lo que debería ser la respuesta a Erdogan: levantar un movimiento de masas para echar abajo el estado de emergencia y el intento de establecer una dictadura. Algo que enlaza de manera natural con el levantamiento de la plaza Taksim de 2013 o con las imágenes más recientes de la explosión de la lucha de clases que ha seguido a la elección de Trump en EEUU. Como se podía leer en las pancartas en Ankara, la capital: “El No (Hayir) acaba de empezar”.

En cada punto de inflexión, como buen candidato a Bonaparte, Erdogan ha actuado para fortalecer su posición, no para estabilizar la situación desde un punto de vista capitalista, echando gasolina al fuego y creando nuevas y más profundas contradicciones, rupturas y tensiones sociales. Es más que probable que reaccione del mismo modo, y más teniendo en cuenta las divisiones que ya afloran tanto en el AKP como en el MHP. De momento, se prorroga el estado de emergencia.

El HDP ha dicho que va a impugnar las elecciones. Aunque puede servir para denunciar el fraude, todos los analistas coinciden en que Erdogan no va a dar marcha atrás sólo por eso. El HDP tiene una responsabilidad histórica en esta situación, y tiene también todas las condiciones para estimular, organizar y fortalecer un movimiento de oposición. No hacerlo y simplemente esperar que las podridas instituciones burguesas, que han permitido todas las maniobras de Erdogan, ofrezcan alguna salida a esta situación, sería imperdonable. En cualquier caso, como ya lo ha demostrado, el movimiento en Turquía no está dispuesto a rendirse sin lucha.

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