La campaña es descarada. En las últimas semanas las palancas mediáticas de la derecha y muy especialmente las de esa prensa que pretende embaucarnos autoproclamándose progresista, pongamos que hablamos de El País, pero que responde mejor que nadie a la voz de su amo, el capital, se han movilizado para convencernos de una idea: “la juventud se ha vuelto facha, y no hay nada que hacer”. Parece, incluso, que les preocupara. La cantinela ha sido machacona. Encuestas demoscópicas cocinadas para soportar la consigna, reportajes con expertos encerrados entre las cuatro paredes de su despacho y mucha, mucha propaganda. Y todo esto, cuando millones de personas y, en concreto, cientos de miles de jóvenes antifascistas hemos tomado las calles de forma masiva y reiterada denunciando el genocidio sionista y contra la extrema derecha global, dando una respuesta ejemplar. Pero ya sabéis… que la realidad no les estropee un “buen” titular.
El show fascista de Vito Quiles, un fiasco
Esta ofensiva persigue objetivos evidentes, nada es casualidad. Se trata de sembrar escepticismo entre quienes luchamos, trasladar la idea de que estamos aislados, en minoría, y que, por tanto, no nos queda más remedio que la pasividad. Una operación de altura que está también detrás de la bufonesca campaña “España combativa” del pseudoperiodista y fascista Vito Quiles —al que esos mismos medios de comunicación encumbran— para entrar en las universidades públicas y machacar con que la ultraderecha es hegemónica.

La imagen de esta marioneta —financiada por “empresarios que han querido de alguna forma apoyar esta causa” porque “simpatizan con lo que hago”, como ha reconocido— subida a lomos de sus guardaespaldas y hablando a través de un megáfono de juguete es totalmente representativa de cómo les ha salido el plan de asaltar la universidad. En su penúltimo show y uno de los más esperados, en Somosaguas, campus combativo de la Universidad Complutense de Madrid, se cantó entre otras consignas: “Vito, pringado, ni una charla has dado”. Y es que así ha sido en todos los centros públicos en los que lo ha intentado. Ni con seguridad privada ni con la impunidad total y colaboración de la UIP este elemento ha podido dar una imagen de fuerza. En Barcelona, Alacant, València, Iruña, Sevilla, Málaga, Madrid… un muro de jóvenes antifascistas ha impedido que la reacción y sus discursos de odio entren en la universidad.
Los estudiantes lo han entendido bien. Se trata de una jugada política para golpearnos, desmoralizarnos y amedrentarnos que, además, pone el foco en la juventud y en la universidad pública, precisamente cuando está sufriendo una infrafinanciación que la degrada, cuando es objetivo de un plan para privatizarla y, como en el caso de Madrid, cuando se pretende cercenar el derecho a la protesta, al más puro estilo trumpista. Y frente a esto, somos muchos más los jóvenes que hemos comprendido que las redes sociales son importantes, pero la lucha de verdad se gana en lo concreto: organizándonos y construyendo un sólido muro antifascista que no les dé ni un milímetro en las aulas ni en las calles.
No pretendemos hacer una parodia ni minusvalorar el peligro ultraderechista. Las imágenes de una extrema derecha a la ofensiva que vimos este verano en Torre-Pacheco (Murcia) organizando auténticas cacerías contra la población inmigrante en unidad de acción con la policías, las bandas de matones tipo Desokupa actuando sin cortapisas en los barrios obreros, el incremento de la represión policial contra quienes luchamos mientras protegen a los fascistas, entre otras muchas cosas, son una advertencia clara de que el avance de la reacción es un tema muy serio.
Polarización social
Pero es esencial identificar y responder a la propaganda. No es verdad que la juventud se haya vuelto facha. Obviamente hay jóvenes de derechas, y ahora se sienten fuertes y protegidos. Pero en nuestros barrios, institutos y facultades se enfrentan a una mayoría mucho más amplia que ellos. Lo que ocurre es que hay un profundo proceso de radicalización y polarización en la sociedad, tanto a derecha como a izquierda, que afecta también a la juventud y que hunde sus raíces en la descomposición del sistema capitalista.
La angustia entre la juventud se ha disparado respecto a otros momentos: ninguna perspectiva de futuro, acceso nulo a una vivienda digna, empobrecimiento y precariedad (laboral y vital), recortes sociales y destrucción de los servicios públicos... No hay joven que tenga la certeza de poder vivir mejor que las generaciones anteriores.
Ante este escenario, la política tradicional, es decir, la democracia parlamentaria capitalista, se muestra incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la inmensa mayoría de la población, por no hablar de las de la juventud. Es esperable el desarrollo de un sentimiento de desafección. El problema está en que las organizaciones supuestamente alternativas a la política tradicional se funden con esta. Para millones, el balance del Gobierno de coalición liderado por el PSOE, tanto en la etapa de Podemos como en la de Sumar, se resume en una frase: “más de lo mismo”. Este sentimiento es mayoritario entre una gran parte de los jóvenes, cuya experiencia política consciente ha sido siempre bajo este Gobierno.
Las consecuencias de las políticas capitalistas que defienden las organizaciones de la izquierda institucional no son secundarias. Han sentado la base para dar credibilidad a la demagogia de la extrema derecha. En este contexto, su discurso visceral, conjugado con el veneno racista, machista, LGTBIfóbico y anticomunista conecta con los sectores más embrutecidos, desesperados y atomizados de la juventud.
Estos machitos resentidos que se vieron amenazados ante el avance de la lucha feminista, estos hijos de pequeños explotadores que sienten que la fortuna familiar está en riesgo, los niños de papá, frustrados y encolerizados han encontrado una bandera por la que luchar. La bandera del sálvese quien pueda, de aplastar al más vulnerable, del embrutecimiento y del atraso moral, la cruz y los toros. El “cuñadismo” de barra de bar se expresa también en X y Tik Tok, y es esto lo que magnifican de forma consciente Prisa, Mediaset y la derecha en tromba.

Vayamos a la realidad
El diario El País nos presentaba el pasado 2 de noviembre con el titular “Los jóvenes son más de derechas que nunca” un sesudo reportaje sobre un supuesto retroceso masivo en la conciencia, justificado en estudios demoscópicos y entrevistas a jóvenes activistas de ultraderecha bien seleccionados. En el escenario que hemos descrito, en donde las formaciones de izquierda con presencia electoral reconocida entre las masas son identificadas con la política responsable de nuestros problemas, es evidente que el resultado de cualquier encuesta será sobredimensionar a Vox y a la ultraderecha en general. Pero ¿por qué estos mismos medios no publican qué porcentaje de la juventud se declara antifascista o anticapitalista? ¿Por qué no preguntan a los encuestados si ven en Vox una amenaza? Y lo más importante: ¿por qué no se menciona en ningún momento las movilizaciones (y hay unas cuantas donde elegir) contra la extrema derecha, en defensa de los servicios públicos, en solidaridad con el pueblo palestino, por los derechos de la mujer trabajadora…, ni mucho menos se osa entrevistar a quienes las protagonizan? Los resultados no valdrían para sustentar la propaganda de la supuesta prensa seria al servicio de los empresarios.
Ahora bajemos al terreno tangible, a la calle. Desde septiembre, la lucha en solidaridad con el pueblo palestino ha tenido un enorme repunte, un movimiento con un ADN antifascista incuestionable. La caballería pesada de estas movilizaciones ha sido la juventud estudiantil, con dos huelgas generales convocadas por el SE que han paralizado las aulas y llenado las calles, y que han impregnado de entusiasmo a los docentes, levantando un muro antisionista en los centros de estudio. También han sido los jóvenes los que han plantado cara a las provocaciones y agresiones de grupos fascistas como hemos visto en Vallecas con el asalto al gimnasio La Fábrika o en Gasteiz con el acto de Falange que acabó en cargas salvajes de la Ertzaintza contra los antifascistas.
Ni que decir del carácter que han tenido las movilizaciones contra el Partido Popular en Andalucía o Valencia. El criminal mayor del Reino, Carlos Mazón, finalmente no ha tenido otro remedio que dimitir por la enorme presión de una lucha desde abajo que tras la tragedia de la DANA no ha cesado en ningún momento. No está de más recordar que frente al abandono de todas las instituciones del Estado, la juventud jugó un papel de primer orden a la hora de organizar un ejército de voluntarios que se puso en marcha para afrontar las tareas de limpieza, recuperación de cadáveres, reparto de ayuda… Y también exigiendo justicia y una reconstrucción en beneficio del pueblo. Por su parte, Moreno Bonilla, el que era el barón más sólido del PP, está contra las cuerdas enfrentándose a un movimiento feminista y de clase, que lucha contra sus políticas privatizadoras y por la justicia para las víctimas de la gestión criminal del cribado en el cáncer de mama, exigiendo una sanidad 100% pública y de calidad.
Pero la lista no acaba aquí. El 28 de octubre, de nuevo cientos de miles de estudiantes tomaron las calles en una huelga convocada por el Sindicato de Estudiantes contra los discursos de odio y la violencia en las aulas, identificando el bullying con el racismo, la gordofobia, el machismo, la homofobia y la transfobia; en resumen, con el discurso de la reacción y señalando a la extrema derecha.

¡La juventud es la llama de la revolución!
Sobredimensionar la fuerza social de la extrema derecha no se trata siempre de un error de análisis político. En la mayoría de las ocasiones se trata de una decisión consciente que busca desmoralizar a la clase trabajadora y a su juventud para que no veamos la fuerza que tenemos cuando nos organizamos o para eludir las responsabilidades. La izquierda reformista sabe mucho de esto, ha centrado toda su estrategia en la vía institucional, en gobernar sin confrontar con los poderosos, abandonando por completo la organización y la lucha. La experiencia de los últimos años en el Estado español es cristalina, el balance ha sido sembrar decepción entre las masas, la idea de que no se puede. Tachar a millones de bajo nivel de conciencia y justificarse en un giro unidireccional hacia la derecha no es más que una excusa para seguir apostando por gestionar migajas y garantizar la paz social.
Las y los comunistas revolucionarios vemos la realidad con todos sus matices, vemos cómo la polarización se expresa a izquierda y a derecha, cómo millones pierden la confianza en la mal llamada democracia y cuestionan las instituciones capitalistas. Por eso, aunque alertamos sobre la amenaza fascista que suponen Trump, Abascal y Ayuso, tenemos plena confianza en nuestra clase para derrotarlos. Para nosotros y nosotras la ola de jóvenes antifascistas que han tomado las calles con firmeza y arrojo tiene más peso político que cualquier encuesta precocinada y malintencionada.
Evitar que la extrema derecha pueda ocupar la calle o nuevos espacios es una tarea de primer orden. Se trata de golpear su moral y reforzar nuestra confianza. Contraponer a la salida individual, al odio a los más débiles y al sálvese quien pueda, un plan de lucha que ponga encima de la mesa una salida colectiva a la crisis capitalista, y eso solo puede hacerse organizándonos y levantando un programa revolucionario consecuente que permita poner todos los recursos y la riqueza que existe a disposición de satisfacer las necesidades de la mayoría social, y que desenmascare de una vez por todas en los hechos la demagogia reaccionaria. Manos a la obra.



















