La guerra de Ucrania ha arrojado novedades importantes durante el mes de agosto. En el campo de batalla el avance ruso es innegable para todos los observadores, pero lo más significativo ha sucedido en el ámbito de la diplomacia. El 15 agosto tuvo lugar la cumbre entre Putin y Trump en Alaska y el 18 el presidente ucraniano Zelenski se reunía en la Casa Blanca con Trump arropado por los presidentes de Alemania, Italia, Gran Bretaña, de la Comisión Europea y el jefe de la OTAN.
Washington, derrotado en Ucrania
En otros materiales hemos analizado que, más allá del autobombo de Trump para presentarse como un pacificador, es indudable que la maquinaria militar de los EEUU y de la OTAN ha salido derrotada de la guerra de Ucrania. La situación en todo el frente es claramente favorable a Moscú, que tiene la iniciativa y avanza de manera sostenida desde hace meses.
El ejército ucraniano, con tropas muy insuficientes, suministros cada vez más limitados, y con una moral de combate por los suelos, no puede aspirar a revertir el curso de los acontecimientos. Este hecho condiciona y golpea directamente a Zelenski y a todos sus patrocinadores, especialmente a los EEUU y a Trump, que ven muy poco rentable seguir suministrando recursos bélicos y financieros para que se esfumen en una partida que ya está perdida. De hecho, la última encuesta de Gallup señala que el 69% de la población ucraniana se muestra favorable a un fin negociado lo antes posible, frente a un 24% que apoya continuar la guerra “hasta la victoria”.
La guerra imperialista en Ucrania nunca fue el conflicto que nos presentó la propaganda occidental, sino parte de la lucha por la hegemonía mundial entre EEUU y el bloque chino-ruso. Asestar un duro golpe a la Rusia de Putin, extender las fronteras de la OTAN, y disciplinar a la Unión Europea, eran los tres ejes de la estrategia de Washington. Pero el saldo no ha sido ni mucho menos el esperado con Rusia, aunque en el caso de Europa las cosas sí han ido de mejor manera.

La bofetada de Alaska retumba todavía en Bruselas
Como señalamos en nuestro último artículo sobre la capitulación de la UE ante Trump[1], la posición de vasallaje del viejo continente se ha completado en estos últimos meses. La dependencia de la economía alemana y europea de las importaciones energéticas de los EEUU, su aceptación incondicional a los planes de rearme de Washington o su apoyo indisimulado al genocidio sionista son factores políticos de primer orden, y muestran que la estrategia del imperialismo estadounidense ha rendido sus frutos en este terreno.
Y en este contexto hay que situar la cumbre de Alaska, la penúltima de una serie de sonoras bofetadas de Trump a Bruselas: una reunión con Putin para abordar la guerra de Ucrania que se celebró fuera de Europa, sin presencia de la UE y sin Zelenski.
El encuentro se saldó con un triunfo total de Putin, y Trump no pudo obtener ni media concesión. Putin sabe que tiene la sartén por el mango y no está dispuesto a rebajar sus exigencias para un posible acuerdo de paz. Además, la cumbre se desarrolló en un ambiente distendido y con repetidos guiños de adulación entre Putin y Trump, otro gesto de indiferencia de este hacia Bruselas.
Tres días después, Zelenski y los principales mandatarios europeos se reunieron con Trump en el Despacho Oval, ofreciendo una imagen que retrata para la posteridad la absoluta postración de la UE. En esa cumbre la UE aspiraba a “garantías de seguridad” para Ucrania por parte de Washington y la respuesta de Trump ha sido: “Muy bien, ¿queréis garantías de seguridad? Perfecto, pero las vais a pagar vosotros, y con intereses”.
El cambio en la estrategia de Trump respecto a Ucrania no es inocente. Como dice el refrán, “a la fuerza ahorcan”. El imperialismo estadounidense ha llegado a la conclusión de que no puede cambiar la correlación de fuerzas de la guerra y necesita salir del atolladero. En segundo lugar, también podrían recuperar parte de los jugosos negocios que algunas multinacionales estadounidenses de la energía hacían con Rusia antes del conflicto. En tercer lugar, no son pocos en la Administración Trump los que sueñan con introducir una cuña en la relación de Moscú con Beijing.

¿Podrá Trump enfrentar a Moscú con Beijing?
Si echamos un ojo a las cifras puras y duras, este sueño es bastante improbable. El comercio entre EEUU y Rusia ha pasado de más de 35.000 millones de dólares en 2021 a 3.500 millones en 2024. Entre la UE y Rusia, la cifra se ha reducido de 174.000 millones en 2020 a poco más de 5.000 millones en el verano de 2024.
Sin embargo, la cifra de intercambios comerciales entre Rusia y China alcanzó los 245.000 millones de dólares en 2024, repitiendo China como primer socio comercial de Rusia los últimos quince años. Hemos analizado en otros materiales la alianza estratégica entre Moscú y Beijing. Una alianza construida desde antes de la guerra en Ucrania, y que no ha hecho más que fortalecerse desde entonces. A través de acuerdos económicos y militares —una gran parte con antiguos socios de EEUU— han levantado un bloque alternativo al liderado por Washington, con organismos como los BRICS o la Organización para la Cooperación de Shanghái.
La cumbre de esta última organización, que abrió sus sesiones el pasado 31 de agosto, no ha hecho más que reforzar la solidez de esta alianza y del papel fundamental de China en las relaciones mundiales. “Al evento, que se celebra en la ciudad portuaria de Tianjin, asisten más de 20 jefes de Estado y de Gobierno, entre miembros permanentes de la OCS (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, Uzbekistán, India, Pakistán, Irán y Bielorrusia) y otros 14 socios de diálogo, como Turquía, Arabia Saudí, Egipto y Myanmar (…) El mandatario ruso permanecerá en China al menos hasta el miércoles, cuando asistirá a un desfile militar en la plaza de Tiananmén con motivo del 80º aniversario de la rendición de Japón en la segunda guerra chino-japonesa (1937-1945) y el final de la II Guerra Mundial. Se espera que sea la mayor exhibición de músculo castrense chino de los últimos años…”[2].
Por eso es importante no desviar la atención de lo fundamental. Trump pretende apuntarse triunfos diplomáticos que no son tales, como la reciente firma de un acuerdo de paz entre los presidentes de Armenia y Azerbaiyán, mientras Rusia observa con mucha atención, segura de que en cualquier momento podrá intervenir para salvaguardar sus intereses en el Cáucaso. Frente a países como Brasil o India (fundadores de los BRICS) está utilizando el chantaje de los aranceles, con el efecto de empujarlos más hacia los brazos de China. Frente a otros, como Irán o Venezuela, la presión militar directa tampoco le está proporcionando los resultados que ansía ni mucho menos.
En Oriente Medio, Trump es el principal sostén del genocidio sionista en Gaza y de las operaciones de castigo sobre el pueblo yemení, y valedor del nuevo presidente sirio, un terrorista de Al Qaeda. Pero sus éxitos a corto plazo no significan que pueda imponer su orden eternamente. Las contradicciones que ha sembrado, por no hablar del odio antinorteamericano que incendia toda la región, aflorarán con fuerza a la superficie en no mucho tiempo.
Incluso en África, Washington maniobra para recuperar el terreno perdido. Después de apoyar a Ruanda en su intervención contra la República Democrática del Congo, patrocinó un acuerdo entre ambos países a finales de junio. De la misma forma está intentando volver al Sahel, donde la presencia de Rusia y China se había vuelto central. Funcionarios estadounidenses han visitado las capitales de Níger, Malí y Burkina Faso para explorar acuerdos sobre minerales a cambio de acuerdos sobre “seguridad”. Pero en todos estos casos tendrá muchas dificultades en recuperar la iniciativa.

El mayor ejército del mundo, pero eso no es suficiente
Hace unos días fue destituido nada menos que el jefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, responsable del informe del Pentágono que minimizaba los daños del ataque estadounidense sobre la infraestructura nuclear iraní. También dejan su cargo la jefa de la Reserva Naval y el comandante del Mando de Operaciones Especiales Navales.
Desde que Trump llegó a la Casa Blanca se está produciendo una auténtica purga en la oficialidad, que ha incluido por ejemplo al jefe del Estado Mayor Conjunto, a los jefes de la Armada y la Guardia Costera, al general a cargo de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), al subjefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea o a un almirante de la OTAN. Al poco de tomar posesión de su cargo, el jefe del Pentágono, Hegseth, ordenó además una reducción de al menos un 20% en el número de generales de cuatro estrellas y almirantes en servicio activo.
Como en otras esferas, Trump no quiere críticos con su gestión ni con su visión del MAGA. Y su disposición a utilizar este tipo de métodos expeditivos y bonapartistas está pisando muchos callos.
Es cierto que EEUU sigue teniendo, sobre el papel, el ejército más poderoso del mundo y con el mayor presupuesto, aproximadamente el triple de su inmediato competidor, China. Sin embargo, esas cifras no se traducen necesariamente en fortaleza en la misma proporción.
Aunque cuenta con 800 bases militares en más de 80 países, este hecho no asegura la supremacía norteamericana. El avance de China como superpotencia económica, al que no son ajenas las inversiones multimillonarias de los monopolios estadounidenses en las últimas décadas, se está traduciendo en un crecimiento de su músculo militar.
El sector de la alta tecnología militar es un ejemplo de cómo están las cosas. En julio de 2024 EEUU canceló su programa de cazas de sexta generación. En diciembre, China sorprendía presentando dos modelos distintos de cazas de esta categoría. Esto obligó a Trump a reactivar el programa estadounidense, con promesas de un nuevo avión antes de 2029. Pero, aunque sus acciones suban en la bolsa ante las nuevas oportunidades de negocio, la situación de la industria militar estadounidense es muy concreta.

En agosto de 2024, el portal francés meta-defense.fr publicaba el artículo ¿Se ha convertido el Pentágono en una máquina para perder contra los ejércitos chinos? En él se hace un recorrido por los programas cancelados en el último periodo por el Pentágono, la mayoría después de años de desarrollo y un coste de miles de millones de dólares.
En el año transcurrido, la situación ha empeorado considerablemente. La industria ruso-china de misiles y de drones militares lleva años de ventaja a EEUU, y Beijing adelanta espectacularmente a Washington en la industria naval. Mientras, el Pentágono denunciaba con sorpresa maniobras militares chinas en el espacio para derribar satélites.
Y un aspecto muy relevante: las lecciones de la guerra de Ucrania están siendo aplicadas a nivel industrial y de doctrina de una forma mucho más eficiente por parte de Moscú y Beijing.
A pesar de todo esto —o precisamente por todo esto—, no se puede tomar a la ligera la política de Trump: ha dejado claro que luchará por mantener la hegemonía del imperialismo estadounidense con uñas y dientes, y cuenta para ello con el respaldo de un sector decisivo de la clase dominante.
Notas:
[1] La Unión Europea se arrodilla ante Trump
[2]China proyecta su visión alternativa del mundo frente a EE UU en una cumbre junto a Modi y Putin