El próximo miércoles 10 de septiembre la clase trabajadora francesa va a secundar una huelga general y una jornada de movilizaciones y bloqueos de todo el país que se anuncian masivos.
El motivo inmediato de esta movilización es el proyecto de presupuestos para 2026 presentado en julio por el primer ministro François Bayrou. En este presupuesto se incluyen durísimas medidas de austeridad y recortes sociales que, en caso de salir adelante, se sumarían a los enormes retrocesos sociales causados por la reforma laboral aprobada por un Gobierno socialista en 2016 y la reciente reforma de las pensiones impuesta por decreto del presidente Macron en 2023.
En esta ocasión, el Gobierno intenta implantar una larga serie de recortes sociales que incluyen, entre otras medidas lesivas para las y los asalariados, la supresión de dos días de vacaciones, la congelación de todas las pensiones, prestaciones sociales y salarios de los empleados públicos, el aumento de los copagos sanitarios hasta en un 100% y la reducción de varios miles de puestos de trabajo en las Administraciones Públicas.
Sacrificios para los trabajadores y orgía de beneficios para los ricos
El Ejecutivo francés y los partidos que lo apoyan alegan que el déficit público está disparado y que es imprescindible recortar gastos. Y, como siempre, ese recorte volverá a caer sobre las espaldas, ya muy castigadas, de la clase trabajadora. Pero de los 200.000 millones de dinero público que, según estimaciones de los sindicatos franceses, acaban cada año en el bolsillo de los grandes capitalistas, ya sea por vía de desgravaciones fiscales o por subvenciones a las empresas, no se va a tocar ni un euro. Y eso por no hablar de los 58.000 millones de euros pagados en concepto de intereses por la deuda pública a la gran banca europea, esa banca que durante muchos años ha estado obteniendo sus recursos sin coste gracias a las facilidades de liquidez del Banco Central Europeo, y que ahora obtiene unos beneficios completamente parasitarios a costa de la población trabajadora.

Las grandes empresas del CAC-40 (el equivalente francés del Ibex-35) van viento en popa. Su cifra de negocios alcanzó en 2024 la fabulosa cifra de 1 billón 600.000 millones de euros[1], superando ligeramente el PIB total del Estado español. Esta cifra significa un incremento de casi el 50% sobre la cifra media de negocios de la década de 2010. Junto a este aumento brutal del volumen de su facturación, y gracias a los recortes salariales y del gasto social, el margen operacional de estas compañías ha pasado del 9,3% de media entre 2015 y 2019, a un 13,1% en 2023.
Gracias a las políticas aplicadas por los sucesivos Gobiernos del Partido Socialista y de la derecha, estas grandes empresas han batido récord tras récord de beneficios. En 2023 las empresas del CAC ganaron 153.600 millones de euros, repartieron 67.800 millones en dividendos y otros 30.100 millones en recompra de acciones, alcanzando cotas inéditas hasta ese momento[2].
Por eso la paciencia de la clase trabajadora francesa está llegando a su límite. Son plenamente conscientes de que si este ataque sale adelante no solo no será el último, sino que abrirá las puertas a nuevos y más despiadados recortes. Mantener el ritmo de incremento de los beneficios empresariales así lo exige.
Siguiendo los pasos de los Chalecos Amarillos
Al igual que el movimiento de los Chalecos Amarillos de 2018, la convocatoria del 10 de septiembre nació como una iniciativa gestada e inicialmente difundida a través de las redes sociales. La ausencia de una respuesta clara a los presupuestos de Bayrou por parte del sindicalismo combativo y de la izquierda parlamentaria favorecieron un clima propicio a la expresión espontánea del inmenso malestar social latente, lo que permitió a los medios de comunicación de la derecha difundir noticias confusas y manipuladoras sobre los objetivos del movimiento, como ya habían hecho ante la explosión de los Chalecos Amarillos.
Pero la presión de las bases hizo reaccionar inmediatamente a dos de los principales sindicatos, CGT y Solidaires, y a la principal fuerza de la izquierda francesa, La Francia Insumisa, que se unieron inmediatamente en un llamamiento a la huelga general, seguidos poco después por el PCF, Los Verdes e, incluso, por numerosos diputados socialistas. En más de 60 ciudades francesas se han celebrado asambleas generales para preparar la movilización y el apoyo crece día a día de forma manifiesta.
Todos los ataques comentados al inicio de este artículo fueron contestados una y otra vez duramente en las calles, con gigantescas manifestaciones, con huelgas indefinidas, con ocupaciones de centros de trabajo y bloqueo de carreteras y refinerías. Si a pesar de esta extraordinaria disposición a la lucha las medidas antiobreras salieron adelante fue por la abierta traición de sindicatos como la CFDT, entregados de cuerpo y alma a la patronal francesa, y por las vacilaciones de la CGT y otros sindicatos combativos, que no se decidieron a dar los pasos decisivos necesarios para hacer caer al Gobierno burgués y se atemorizaron ante la perspectiva de apertura de una crisis revolucionaria.
Toda esta fuerza mostrada en las calles tuvo también su expresión en el terreno electoral en las legislativas de Julio de 2024, cuando la movilización masiva de la clase obrera y la juventud aplastó a la ultraderecha de Le Pen y Bardella, que se frotaban las manos viéndose al frente del Gobierno, dando la victoria a la izquierda agrupada en el Nuevo Frente Popular (NFP).

La huelga general marca el camino para echar a Bayrou y Macron
Macron y la burguesía francesa recurrieron a una maniobra totalmente antidemocrática, un golpe de Estado de facto, imponiendo el Gobierno reaccionario de Barnier, que apenas duró tres meses. Tras una moción de censura de la izquierda, Macron se apoyó en la socialdemocracia y Los Verdes para romper el NFP e imponer el actual Gobierno encabezado por Bayrou.
Como explicamos en diciembre de 2024, cuando se formó este Gobierno: “El Gobierno de Bayrou estará sometido a enormes presiones. Por un lado, el acoso de la extrema derecha, que se frota las manos ante una posible llegada de Le Pen a la presidencia en 2027 tras las victorias de Milei o Trump y, por otro lado, enfrentándose a una contestación social tremenda ante los ataques que, sí o sí, exigen los grandes capitalistas franceses y Bruselas”[3].
Un primer efecto de la huelga general convocada para este 10 de septiembre ha sido poner al Gobierno contra las cuerdas y agudizar las divisiones dentro de la clase dominante. Bayrou ha presentado una moción de confianza para el 8 de septiembre, dos días antes de la huelga. De perderla (como parece probable) Macron podría convocar elecciones anticipadas o sacarse un nuevo Gobierno de la manga igual de antidemocrático, débil e impopular.
Los diferentes sectores de la burguesía temen, con razón, que la huelga general ponga nuevamente el eje de la situación política en la lucha en las calles y permita a la clase obrera desplegar toda su fuerza y aglutinar el enorme malestar social y se preparan para ese escenario.
Lo que está en juego son nada menos que los intereses esenciales de la burguesía francesa. Para mantener su papel en un mundo capitalista cada vez más problemático y convulso no tienen más remedio que atacar sin concesión alguna las conquistas que la clase trabajadora alcanzó, con su organización y con su lucha, tras la Segunda Guerra Mundial. Los capitalistas franceses están dispuestos a todo, como lo demuestra el continuo endurecimiento del arsenal represivo del Estado durante los últimos años, y se preparan para echar mano, si es necesario, del partido neofascista y racista encabezado por Marine Le Pen.

En este contexto, Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, principal organización de la izquierda, ha planteado que además de a Bayrou el objetivo debe ser echar a Macron. Pero insiste en hacerlo a través de los mecanismos parlamentarios e institucionales. Unos mecanismos que la clase dominante ha utilizado una y otra vez (y lo seguirá haciendo) para impedir cualquier solución favorable a los trabajadores.
El camino para barrer a la derecha y la ultraderecha y derrotar los planes reaccionarios de los capitalistas franceses es garantizar una participación masiva en la huelga general del 10 y, después de esta, dar continuidad a la lucha con un plan escalonado de movilizaciones que incluya una nueva huelga general de 48 horas e intensifique la presión en las calles hasta vencer.
La experiencia de las luchas de los pasados años no ha caído en saco roto. La clase obrera francesa está demostrando que es consciente del reto vital al que se está enfrentando. Los ataques que sufren están muy lejos de ser una excepción, todo lo contrario. Toda la clase obrera europea, empezando por Alemania o Reino Unido, afrontarán ataques similares en los próximos tiempos. El 10 de septiembre marcará el camino de lucha que, antes o después, conducirá a un choque frontal entre las clases. Debemos prepararnos para esa coyuntura organizándonos y formándonos.
Notas:
[1]¿Cuál es la contribución real de las empresas CAC 40 a la economía francesa?
[2] Des milliards d’euros de profits et de dividendes, une année record pour les entreprises du CAC 40
[3]Un Macron contra las cuerdas recibe oxígeno de la socialdemocracia