Bajo el lema Bloquons tout (Bloqueemos todo), el 10 de septiembre Francia fue sacudida por una jornada de huelga, surgida y organizada desde abajo, que paralizó buena parte del país. Desde París hasta Marsella, pasando por Rennes, Lyon, Burdeos, Montpellier o Nantes, decenas de pequeñas y medianas localidades, centenares de miles de trabajadores y trabajadoras, estudiantes y pensionistas salieron a las calles para rechazar las políticas de austeridad y militaristas de Macron.

Con un fuerte impacto en la actividad productiva y paros laborales en sectores clave como el transporte, refinerías, enseñanza, administración del Estado y locales, con grandes asambleas generales, bloqueos de carreteras y de liceos, con acciones de desobediencia civil, protestas y manifestaciones masivas..., así de contundentemente se ha respondido el anuncio del brutal recorte de 44.000 millones en los presupuestos para 2026 presentado en julio por el ya hoy exprimer ministro François Bayrou. Una movilización que, sin duda, ha encendido la chispa que apunta a un otoño de contestación social.

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Bajo el lema Bloquons tout (Bloqueemos todo), el 10 de septiembre Francia fue sacudida por una jornada de huelga, surgida y organizada desde abajo, que paralizó buena parte del país. 

Bloqueos, piquetes y paros paralizan el país, pese a la brutal represión

Desde la madrugada se levantaron piquetes en estaciones de tren, depósitos de autobuses y refinerías. En París, los accesos a la ciudad quedaron colapsados por los cortes en las autopistas de circunvalación. En ciudades como Nantes o Rennes, estudiantes y trabajadores unieron fuerzas para bloquear universidades y liceos. El transporte público se vio gravemente afectado: un 60% de los trenes quedaron suspendidos y gran parte del metro parisino permaneció cerrado. Los docentes se sumaron de manera masiva, con más del 50% de los institutos en huelga. En la sanidad, miles de enfermeras, médicos y personal auxiliar paralizaron hospitales y ambulatorios, denunciando la falta de recursos y el deterioro del sistema público.

Las manifestaciones han sido las más grandes desde las protestas contra la reforma de las pensiones. Todo ello en un país prácticamente blindado, 80.000 policías y gendarmes con órdenes expresas de actuar con firmeza ante cualquier intento de bloqueo y apoyados con drones, helicópteros y vehículos blindados. Es por ello que en muchas ciudades la policía intervino con violencia: gases lacrimógenos, cañones de agua y cargas contra manifestantes pacíficos. Hubo más de 500 detenciones en todo el territorio. Pero la represión no hizo más que reforzar la determinación de los manifestantes, que respondieron con consignas de unidad y resistencia.

Se trató de una jornada histórica, no solo por el volumen de participación, sino por cómo se ha organizado, impulsada desde abajo por sindicatos combativos, activistas y asambleas populares, colectivos estudiantiles y trabajadores organizados en sectores estratégicos, cuya presión arrastró a los principales sindicatos, CGT y Solidaires, y La Francia Insumisa de Mélenchon a sumarse. Y también por el ambiente de determinación que se respiró en cada piquete, manifestación y bloqueo, como muestran las imágenes y vídeos en las redes sociales. En un contexto de inflación, encarecimiento de la vida y crisis política, la movilización adquirió un carácter abiertamente político, planteando de manera directa la cuestión de quién debe pagar la crisis: la clase trabajadora o los grandes capitalistas.

La fuerza de esta jornada no se explica únicamente por las medidas inmediatas de austeridad, sino por el acumulado de descontento social en Francia. Desde el estallido de los Chalecos Amarillos en 2018, que sacudieron al país durante meses con bloqueos y manifestaciones contra el encarecimiento del combustible y el costo de la vida, el movimiento social francés ha mostrado una capacidad de resistencia ejemplar. Las huelgas contra la reforma de las pensiones en 2019 y 2023 demostraron nuevamente que la clase trabajadora francesa conserva un enorme potencial de lucha.

Este acumulado histórico da a la huelga del 10 de septiembre un carácter de continuidad, pero también de salto cualitativo: no es una protesta aislada, sino un eslabón en una cadena de luchas que cuestionan la legitimidad del sistema político y económico en su conjunto.

Ha supuesto también un duro golpe a los planes de la burguesía francesa. Para empezar se ha cobrado su primera víctima: el ya exprimer ministro Bayrou que, acorralado por la impopularidad y debilitado en la Asamblea Nacional, perdió la moción de confianza a la que se sometió dos días antes de la huelga, siendo el primer damnificado de esta crisis.

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La imagen del señor Lecornu tomando posesión de su cargo en el Palacio de Matignon al mismo tiempo que los trabajadores y el pueblo francés salían a la calle a luchar lo dice todo. 

Un Macron cada vez más deslegitimado —y blanco de la ira popular, el grito de “Macron, dimisión” retumbó en cada una de las protestas— pretende resolver la cuestión con un cambio de nombre, imponiendo con celeridad un nuevo primer ministro, Sébastien Lecornu. Pero sabe perfectamente que será la cabeza visible de un nuevo Gobierno débil e impopular, al que nadie ha elegido. La imagen del señor Lecornu tomando posesión de su cargo en el Palacio de Matignon al mismo tiempo que los trabajadores y el pueblo francés salían a la calle a luchar lo dice todo.

¡Huelga general el 18 de septiembre! Volver a llenar las calles y aumentar la presión, este es el camino

El éxito del pasado día 10 señala que existe la fuerza para paralizar el país y abrir un proceso de lucha prolongado que haga caer a Macron y sus políticas antiobreras a través de la lucha en las calles. El 18 de septiembre está convocada una nueva huelga general. Hay que convertir ese día en un movimiento aún más masivo, aumentando la participación y la organización a más sectores, seguir impulsando las asambleas y creando comités en cada fábrica, barrio, centro de estudios, donde se discutan y decidan los siguientes pasos a dar en asambleas democráticas.

Es necesario avanzar hacia un plan de lucha coordinado, sostenido en el tiempo y con objetivos claros: no solo frenar los recortes, sino revertir las reformas anteriores, conquistar aumentos salariales, nacionalizar bajo control obrero los sectores estratégicos, garantizar un sistema público de pensiones y servicios públicos de calidad, y echar atrás todas las medidas autoritarias y represivas que se han venido imponiendo contra los derechos democráticos.

Otro desafío es el papel de los partidos reformistas y de los aparatos sindicales burocratizados, que intentarán negociar concesiones mínimas para desactivar la lucha. La experiencia demuestra que confiar en estas direcciones solo conduce a derrotas parciales o retrocesos. La clave es mantener la independencia del movimiento desde abajo y reforzar el papel de los sectores más combativos.

El 10 de septiembre ha sido más que un paro laboral: ha sido un grito de rebelión contra la austeridad y un sistema caduco. Las y los trabajadores y la juventud en Francia han demostrado que no están dispuestos a aceptar más sacrificios mientras las élites se enriquecen. El desafío ahora es transformar esa energía en una organización sostenida, capaz de imponer un cambio real.

Lo que está en juego son los intereses esenciales de la burguesía francesa. Ellos están dispuestos a todo, como lo demuestra el continuo endurecimiento del arsenal represivo del Estado durante los últimos años, y se preparan para echar mano, si es necesario, del partido neofascista y racista encabezado por Marine Le Pen.

El camino para barrer a la derecha y la ultraderecha y derrotar los planes reaccionarios de los capitalistas franceses es dar continuidad a la lucha e intensificarla con un plan de movilizaciones que incluya una nueva huelga general de 48 horas e intensifique la presión en las calles hasta vencer.

El futuro no está escrito, pero una cosa es segura: solo la lucha organizada y consciente de la juventud y el conjunto de la clase trabajadora puede abrir el camino para romper con un sistema capitalista en decadencia que busca aplastar por completo todas las conquistas conseguidas a lo largo de los años. Francia vuelve a mostrarnos el camino.

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